Hubo muchas reinas del Plata, en belleza, en tango y como actrices, pero en algún momento estuvimos por tener una monarca, una reina española que rigiese nuestro destino. Y además tuvimos varios candidatos a sentarse sobre el trono porteño (franceses, ingleses y hasta un descendiente de incas). La idea de tener un rey o una reina no le era antipática a nuestros próceres quienes, salvo algunas excepciones, se habían criado bajo gobiernos de monarquías y dinastías. Todo ensayo republicano era visto con desconfianza. La República francesa había sido un desastre y la norteamericana aún era un experimento audaz. El Congreso de Viena de 1815, trató por todos sus medios de instaurar la monarquía como el método de gobierno idóneo para todos.
Por esta razón, cuando la familia real española cayó en las garras de Bonaparte, muchos criollos dirigieron sus ojos a la única hija de Carlos IV y María Luisa de Parma que se había salvado de ese dorado cautiverio, aunque su matrimonio con quien sería Juan VI de Portugal y por entonces actuaba como regente por locura de su madre, también podría llamarse un dorado cautiverio por las desavenencias conyugales que terminaron en tragedia.
Pero no nos adelantemos.
Ante la prisión de Fernando VII en quien españoles y criollos habían cifrado sus esperanzas, llamándolo “el Deseado” –pronto se arrepentirán de haber depositado sus expectativas en este ser personaje abúlico, ignorante y al borde de la idiocia–, muchos americanos comenzaron a preguntarse si no sería mejor depositar su destino en manos de Carlota.
Los españoles casi no llegaron a conocerla, de hecho, en el famoso retrato de la familia de Carlos IV pintado por Goya, la joven aparece sin rostro, porque el pintor ni tenía un retrato a mano para darle rasgos a la imagen vacía.
Carlota Joaquina, la reina del Plata que casi fue
Carlota Joaquina fue la primogénita de la familia real y a los 10 años la enviaron a la corte portuguesa donde cultivó un matrimonio profundamente desdichado. Dado su carácter ambicioso y hasta violento, y por su tendencia a inmiscuirse en los asuntos de estado, las discusiones y desavenencias con su marido, se sucedieron a punto tal que Juan no tuvo otra opción que enviarla en “libertad vigilada” al Palacio de Queluz.
En 1808, siguiendo los consejos de Inglaterra, la corte lusitana huyó a Brasil. La cercanía de Carlota Joaquina al virreinato creó una corriente de simpatía entre varios miembros de la sociedad porteña, incluidos Juan Manuel Belgrano, su primo Castelli, los hermanos Rodríguez Peña (uno de ellos alojado en Río de Janeiro después de ayudar a escapar a William Beresford), Matheu, Vieytes y otros miembros. Por su lado, personajes como Martin de Álzaga, no estaban tan de acuerdo con este partido carlotista y menos aún lo estaba Cornelio Saavedra, jefe de los Patricios, el regimiento más poderoso de Buenos Aires.
Los ingleses, encabezados por el almirante William Sidney Smith (quien también mantenía una estrecha relación con Carlota) y Lord Strangford, veían con buenos ojos la presencia de la española como reina del Plata. Pero cuando Juan expuso su intención expansionista sobre el Río de la Plata, aprovechando su vínculo matrimonial con Carlota (pésimo vínculo, pero vínculo al fin), el carlotismo, de un día para el otro, perdió adeptos. Una cosa era la princesa ibérica y otra los lusitanos … Los portugueses eran los enemigos naturales de los criollos, quienes estaban cansados de sus intentos de tomar Colonia del Sacramento, de hostigar las misiones jesuíticas robándose a indios como esclavos y de competir en el contrabando –única forma de hacerse de unos pesos en el mercantilismo español–.
Así terminó el sueño de tener una reina española en esta parte del mundo. ¿Qué hubiese pasado de haber sido Carlota nuestra monarca? Como toda propuesta contrafáctica, la respuesta es aventurada, pero creo que el odio con los portugueses hubiese complicado todo intento de congeniar. Una guerra hubiese sido inevitable. Por otro lado, muy probablemente los ingleses hubiesen tenido más injerencia en nuestros negocios (si esto fuera posible).
Reina se busca
En realidad, hubo otro intento monárquico en mano de tres entusiastas carlotistas: Belgrano, Rivadavia y Sarratea, quienes, siguiendo las instrucciones del Director Supremo Posadas, viajaron a España a buscar un infante de la casa real.
La guerra con los realistas no marchaba viento en popa, así que lo mejor era conciliar posiciones con España y qué mejor que un hermano de Fernando VII. Este tema del hermano era un poco complicado porque todo el mundo decía que el infante era el vivo retrato del ministro Godoy, amante de María Luisa. Goya también lo dio a entender en su cuadro de la familia real porque el infante Francisco de Paula guardaba una gran similitud con Godoy, por entonces llamado el Príncipe de la Paz.
Belgrano, Rivadavia y Sarratea tenían casi convencido al rey Carlos IV, en su poco feliz exilio en Roma, sobre la designación de su hijo, aunque Fernando VII se oponía a ceder ni una piedra de sus colonias. La impensada llegada de Napoleón al poder durante sus célebres Cien Días, creó terror en Carlos IV quien, y a pesar de la buena plata y la pensión que le prometían sus ex súbditos del Virreinato, no quiso saber nada con el asunto.
Los delegados argentinos quedaron tan desubicados que por un instante pensaron en secuestrar al príncipe de marras para llevarlo “de prepo” a colocarse una corona argentina sobre su augusta testa.
¿Qué hubiese pasado de tener los argentinos un príncipe español en el trono nacional? También caben las especulaciones, porque de pronto hubiésemos evitado perder miles de combatientes en una guerra inútil entre “patriotas y realistas” (de todas maneras, hubiésemos tenido otras razones para matarnos entre nosotros…de eso estoy seguro).
Quizás con el príncipe hubiese sido más fácil evitar la conflagración independentista, pero si Fernando VII no hubiese sido el idiota e inútil que resultó ser, debería haber seguido el ejemplo inglés (y la idea de Jovellanos) de hacer un Imperio Común, con soberanías restringidas y una obediencia a España en un Imperio Mancomuno (Commonwealth). De evitar las guerras de independencia hubiésemos tenido menos héroes, menos sables gloriosos y, ¿quién sabe?… más estadísticas.
No sé, o mejor dicho, no creo, pero tampoco hubiésemos acelerado el proceso ni la educación porque España sufrió un siglo XIX decadente y conflictivo. ¿Hubiese sido mejor para la Argentina contar con un monarca español? Muy, muy probablemente, no, porque gran parte de nuestras costumbres burocráticas, leguleyas y corruptas son herencia de un imperio donde jamás se ponía el sol, pero donde había que poner unas monedas en el lugar indicado para obtener lo que se requería.
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