6 cosas que debes saber sobre Elisabeth Vigée-Le Brun, la pintora favorita de María Antonieta que rescata el Prado

Puede que su nombre no nos suene, pero Elisabeth Vigée-Le Brun (1755-1842) fue una de las artistas más representativas de su época. Como recogía El País hace unos días, el Museo del Prado por fin le hace justicia: se están restaurando dos cuadros suyos que se encontraban en los almacenes de la institución y cuyo rescate quieren vincular a la próxima exposición de Invitadas, que explorará el papel de la mujer en el arte español de finales de s. XIX y principios de s. XX. Se trata de dos retratos: uno de María Cristina de Borbón (c. 1790), cuya exacta copia se encuentra en el Museo Nacional de Capodimonte en Nápoles, y Carolina, reina de Nápoles (c.1790). Ambos lienzos convertirán a Le Brun en la sexta mujer en ser expuesta en las salas del museo, junto a otros nombres como Clara Peeters, Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffmann o Rosa Bonheur. Una oportunidad para dar mayor espacio al arte femenino (como reseñaba Peio H. Riaño, juntas suman trece pinturas entre las más de 1700 que se mostraban antes de la reducción que trajo consigo la crisis sanitaria) y también para conocer más de cerca una de las figuras más interesantes del arte del s. XVIII. Aquí varios detalles que debemos saber de ella.

Retrató a María Antonieta como nunca antes

Elisabeth Vigée-Le Brun tenía solo 23 años cuando fue llamada a Versalles para pintar un retrato de María Antonieta, un primer encargo de su madre María Teresa de Austria en un vestido regio. Tuvo tal éxito que pronto se convirtió de manera casi oficial en una artista de corte extremadamente bien pagada. No solo tenía la misma edad que la Reina, también compartían los mismos gustos: como explica Antonia Fraser en una biografía sobre la monarca, la pintora también prefería el estilo sencillo de los vestidos de muselina. Ella misma apenas llevaba el cabello empolvado en un momento en el que el maquillaje de la Reina era casi imperceptible. El gusto de ambas por esta estética bucólica también quedó plasmada sobre el lienzo. Y convertido en escándalo: aunque en 2020 parezca algo normal, el retrato que hizo de María Antonieta en 1783 llevando un ligero vestido blanco con un sombrero chocaba tanto con los rígidos y recargados vestidos de corte que tuvo que ser quitado del Salón. Según un crítico de la época, muchos “encontraron ofensivo ver a esas augustas personas en público llevando prendas reservadas para la intimidad del palacio“.

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El  vestido ligero de muselina con el que Elisabeth Vigée-Le Brun retrató a  María Antonieta y con el que escandalizaron a la corte en 1783.

El vestido ligero de muselina con el que Elisabeth Vigée-Le Brun retrató a María Antonieta y con el que escandalizaron a la corte en 1783.

Al respecto del cuadro, la propia Vigée-Le Brun hizo hincapié en el encanto del vestido de la Reina y su propio éxito de escándalo: “He retratado varias veces a la Reina… y siempre preferí hacerlo sin el gran traje de corte… Uno de ellos la muestra luciendo un gorro de paja y un vestido de muselina blanca […] Cuando se exhibió este retrato en el Salón, las mentes más perversas no tardaron en decir que la Reina se había pintado en camisa […] Sin embargo, el retrato tuvo gran éxito”. La artista inmortalizaría a María Antonieta más de treinta veces, y en más de una ocasión con una rosa en la mano, una flor que la soberana adoptó como símbolo propio.

En un momento extremadamente delicado en el que ya se le atribuía la ruina del país a través de apelativos como Madame Deficit, María Antonieta comenzó a crear su propia propaganda haciendo hincapié en su imagen de madre, también alineada con los valores familiares que defendía Rousseau para las mujeres. Para sustituir la obra del pintor sueco Wertmüller (en la que aparecía la soberana con sus hijos) por una obra francesa más apropiada, se le encargó en 1785 a Vigée-Le Brun un retrato de la monarca, alejado de todo vestido de muselina, rosas y gorros de paja. Diseñado probablemente por Rose Bertin. según cuenta Fraser, María Antonieta aparece en el cuadro con un vestido de terciopelo rojo, piel negra con plumas blancas, un atuendo mucho más formal. La cuna vacía era una alusión a su cuarto hijo, que había fallecido recientemente.

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Retrato de María Antonieta por Le Brun con el que la monarca trataba de reforzar su papel de madre.

Retrato de María Antonieta por Le Brun con el que la monarca trataba de reforzar su papel de madre.

Además de ser una de sus clientas habituales, María Antonieta también fue clave en el nombramiento de Elisabeth Vigée-Le Brun como miembro de la Real Academia en 1783, convirtiéndose en la retratista favorita del París prerrevolucionario.

Venía de una familia de artistas que apoyó su carrera

Elisabeth era hija de Louis Vigée, un retratista especializado en pintura al pastel cuya reputación consiguió a la familia acceso a la sociedad de la alta burguesía. Él mismo le dijo a su hija: “Serás pintora, hija mía, si alguna vez hubo“. Como las propias Gentileschi o Bonheur, Vigée-Le Brun también se formó con su padre: cuando éste descubrió la precocidad de su primogénita, le dio acceso a su taller, y le enseñó los procedimientos más rudimentarios del arte. Ella tenía solo doce años cuando murió su progenitor, y quedó devastada. Por problemas económicos, su madre se volvió a casar con un hombre que Elisabeth detestaba. Como distracción para apaciguar su infelicidad, su madre la animó a seguir su educación artística: cuenta el New York Times que a los quince años ya tenía su propio estudio y atrajo a un gran número de figuras prestigiosas para que posaran para ella. Sin embargo, lo que ganaba se lo quedaba su padrastro. En cuanto al hermano de la artista, Étienne, se convirtió en escritor.

Elisabeth se casó en 1776 con Jean Baptiste Pierre Le Brun, un tratante de arte que se había formado como artista con los reputadísimos François Boucher y Jean Honoré Fragonard. Siete años mayor que ella, reconoció su talento innato, y le dejó trabajos de su propia colección para poder copiarlos y que le pudiesen inspirar. Según relata Joseph Baillio en una biografía de la retratista, pasó de servir de sustento de su padrastro a hacerlo para su marido, pero el matrimonio supuso una especie de acuerdo para ambas partes: las ganancias de ella contribuían para saciar el apetito insaciable de su esposo (gastaba más de lo que se podían permitir), mientras que Jean Baptiste hizo todo lo que pudo para completar y promocionar la carrera artística de su mujer. Por ejemplo, a comienzos de la década de 1780 hizo con ella un viaje por Los Países Bajos que le ayudó a profundizar en la pintura holandesa, especialmente en el uso del color de Rubens, una de sus mayores influencias artísticas.

Escandalizó a sus coetáneos… con su sonrisa

El de María Antonieta no fue el único retrato de carácter maternal que hizo Elisabeth Vigée-Le Brun. Entre sus varios autorretratos destacan varios en los que aparece con su única hija, Julie, apodada Brunette, que se convirtió en el centro de su vida. En 1787 escandalizó con uno de esos lienzos, en el que aparecía en un tierno abrazo y con una sutil sonrisa en la boca, enseñando los dientes. “La pintura conmocionó porque ignoraba las reglas de la representación facial […] La idea de la sonrisa enseñando los dientes no era nueva, pero tener a Madame Vigée-Le Brun identificada en este gesto se ve como tirar a la basura el libro de normas del arte occidental”, explicaba el historiador de arte Colin Jones, profesor en la Queen Mary University de Londres, en una anécdota que le servía de gancho para su ensayo sobre la revolución de la sonrisa en el París dieciochesco. “En Europa, al menos desde el Renacimiento y, probablemente, desde mucho antes, existía una presión muy fuerte para que las personas educadas mantuvieran sus bocas cerradas, porque lo contrario era una señal de falta de refinamiento y, quizá, de descontrol emocional: o sea, de locura”, comentaba Jones en 2014 para El Mundo.

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Elisabeth Vigée Le Brun y su hija en un autorretrato de 1786.

Elisabeth Vigée Le Brun y su hija en un autorretrato de 1786.

Trataron de denostar su trayectoria

Como sucede demasiado a menudo para cualquier mujer que busca hacerse un hueco en un mundo de hombres, también trataron de echar por tierra su talento. Un artículo del MET relata que cuando empezó a hacerse popular en la corte, en vez de alabar su trabajo se divulgaron rumores que afirman que era el artista Monsieur Ménageot quien terminaba las pinturas por ella. O directamente, que ella no pintaba nada (de manera literal) y que su popularidad se debía exclusivamente a sus encantos sexuales. Ser una figura femenina de éxito afín encima al Antiguo Régimen la convirtió en el blanco de los libelos misóginos de la prensa antisistema de antes de la Revolución Francesa.

Fue una mujer independiente que escapó de la guillotina

Social y profesionalmente dependiente del mecenazgo de la familia real, corría gran peligro de ser arrestada y ejecutada. Por eso decidió escapar con su hija de nueve años a Italia, en octubre de 1789. Ahí comenzaría un exilio de doce años que la llevaría por toda Europa. No le quedaba otro remedio que confiar en su talento: separada de su marido y de la corte, ella era la única que podía sustentarse tanto a sí misma como a su hija. Entre 1789 y 1802 consiguió reconocimiento entre los académicos de Roma, Florencia o San Petersburgo. La retratista tenía éxito allá donde iba, y gracias a los precios que ponía a sus retratos, pudo mantener un estilo de vida acorde a su gran reputación. Además de sus majestuosos retratos, estos viajes por el Viejo Continente la estimularon también para hacer cientos de paisajes, tanto al óleo como en pastel.

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Le Brun retrató a Caroline Bonaparte, hermana de Napoleón, llevando una tiara de Chaumet y posando junto a su hija (1807).

Le Brun retrató a Caroline Bonaparte, hermana de Napoleón, llevando una tiara de Chaumet y posando junto a su hija (1807).

Durante la época del Terror, el gobierno obligó a su marido a divorciarse de ella. Por su parte, Elisabeth Vigée- Le Brun, que había conservado su propio apellido, nunca se volvió a casar.

Se dedicó a pintar hasta su muerte

Cuando pudo volver de regreso a París en 1802, pronto se convirtió en una compañía regular de Josefina, primera esposa de Napoleón. Con su pincel, célebre por favorecer los rasgos de su protagonista, volvió a hacerse un hueco entre la aristocracia de la época, regresando a aquellos retratos que le habían reportado tanta fama en Francia antes de la Revolución Francesa y en el resto de las cortes europeas tras el estallido de la misma. Elisabeth Vigée-Le Brun dedicó su vida al arte hasta que falleció en 1842. Tenía 86 años. En sus memorias ella misma escribió: “Esta pasión por pintar es innata en mí. Nunca ha disminuido; de hecho, creo que solamente ha crecido con el tiempo. Además, es a esta divina pasión a quien le debo no solamente mi fortuna, también mi felicidad“.

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Texto extraído del sitio: https://www.vogue.es/living/articulos/elisabeth-vigee-le-brun-pintora-maria-antonieta-prado

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