¿Quién quiere vivir para siempre?

No hay tiempo para nosotros
No hay lugar para nosotros
¿Qué  construye nuestros sueños
y aún se escapa de nosotros?
¿Quién quiere vivir para siempre?

 
Así comienza una de las canciones más hermosas de Freddie Mercury, quien tuvo una existencia breve, ajetreada y prolífica. No todos tuvieron la gloria (o la desgracia) de morir en el apogeo de su prestigio. A otros les está reservada una vida más larga y menos gloriosa. Algunos llevan a la inmortalidad por lo que han hecho y otros solo quieren vivir para siempre…
Lo cierto es que los adelantos médicos y sanitarios han prolongado la expectativa de vida: de escasos 40 años hace dos siglos, a siete décadas a fines del siglo XX, y a un siglo según  promete el siglo XXI (siempre y cuando no hagamos uno de esos descalabros apocalípticos jugando con bombas nucleares). 
La mayor parte de las personas aspiran a vivir un poco más: llegar a los 80 cuando se cumplen 70,  y a los 90 cuando se soplan las 80 velitas, y así sucesivamente. Algunos aspiran a llegar a los 120, con todos los problemas que eso implica: demencias, problemas de movilidad, jubilaciones escasas, atención médica limitada, etc. etc. etc. Aun así, la mayoría quiere un poco más.
Todos los días usted leerá un artículo sobre el secreto de la longevidad. Ninguna solución es muy divertida: no coma bombones ni chorizos, haga ejercicio, no fume, no beba alcohol, no trasnoche… Como decía Mark Twain, “el secreto de la salud es comer lo que a uno no le gusta, beber lo que no quiere y hacer lo que preferiría no hacer”.
Hay una intensa búsqueda de medicamentos que prolonguen la vida y también mejoren las cualidades cognitivas, porque alargar la existencia en un demente (técnicamente hablando) no es una opción tentadora.
Para luchar contra el Alzheimer y otras demencias han aparecido una serie de inhibidores de la colinesterasa como el donepecilo, la rivastigmina y la memantina. También hay anticuerpos monoclonales como el lecanemab y el donanemab, que tratan de evitar la formación de cuerpos amiloides, cuyo acúmulo es el responsable de la evolución del Alzheimer.
A su vez se proponen tratamientos estimulantes de la actividad cerebral como la curcumina, la cafeína, los polivitamínicos y otras sustancias más controvertidas.
Los tratamientos antienvejecimiento incluyen antioxidantes como  las vitaminas C y E, y otras drogas más problemáticas como la metformina (un antidiabético),  la rapamicina (un inmunosupresor), la espermidina, el revesratrol y el picogenol por su actividad antioxidante. La lista no se agota, cada día aparecen más productos prometedores.
Como decía Benjamin Franklin, hay dos cosas inevitables en esta vida: la muerte y los impuestos (en realidad son más, pero Benjamín popularizó esta simplificación). Vale acotar  que hay gente que se resiste a ambos procesos… 
Con los impuestos, algunos han sido exitosos (por un tiempo). Con la muerte, aún nadie conoce la efectividad de la suspensión criónica, el único procedimiento “comercialmente disponible” para esquivarle a las Parcas.
Desde hace años se ha constatado que hay animales congelados en la tundra siberiana o en las altas cumbres que han vuelto a la vida. Hoy se congelan con éxito espermatozoides, óvulos y hasta embriones, que luego se implanten en úteros prestados (muchos de nuestros grandes campeones de la Rural son fruto de células congeladas).
Aunque varios perros y gatos han vuelto de esta espera helada, ninguno de los casi 500 humanos que se mantienen a 190 grados bajo cero, a la espera de un tratamiento adecuado para el mal que los aquejaba, ha vuelto de su crío-preservación. 
Este concepto nació en 1964, cuando Robert Ettinger, en su libro The Prospect of Immortality, propuso la criónica como una idea para concretar esta aspiración a una larga longevidad que desvela a una parte de la humanidad.
La  fundación Alcor de Phoenix, Arizona, puso en práctica este concepto, que implica un fuerte desembolso de aquellos que aspiran a esta “posible inmortalidad”. Desde entonces han surgido otras empresas, pero muchas han quebrado. La parte financiera es otra limitación a la eternidad…
Para concretar la criopreservación, hay que desembolsar 200.000 dólares, de los que no todos disponen. Para los aspirantes que no cuenta con esa suma, se ha propuesto una forma más económica: la crioperservación de la cabeza, por la bicoca de 80.000 dólares. No es que uno quiere ser pesimista ni aguafiestas pero no existe aún la tecnología de poner la cabeza propia en un cuerpo ajeno.
Todo esto crea dudas: si mi cerebro está en un cuerpo de otra persona (que se dejó decapitar para prestarnos del cuello para abajo), ¿sigo siendo el mismo? 
La identidad es otro gran problema que merece un debate científico y filosófico. ¿Qué es la conciencia? ¿Quién seré yo después de una larga hibernación? ¿Seguiré siendo yo mismo si uso otro cuerpo? Es más, ¿se preservará mi memoria después de esta espera helada? ¿Habrá isquemia cerebral por la congelación? ¿Habrá daño osmótico por el hielo en mis células? 
Y si volvemos a Franklin: ¿qué será de mis bienes? ¿Podrán heredar los hijos mientras sus progenitores duermen en sus lechos helados? ¿Qué impuestos deberemos pagar durante el tiempo que estuvimos suspendidos en el frío?
Y ya que estamos muy complicados… ¿qué rol juega la epigenética al estar en un ambiente helado? 
Muchos criopresernautas han dejado fideicomisos para tener unos dólares a fin de contar con esos dinerillos en su nueva vida (si la inflación o una hecatombe financiera no destruye sus ahorros). Algunos van más allá y están dispuestos a clonarse por si no algo no anda bien durante su fría aventura. 
Una vez más nos asalta la duda. Al igual que los gemelos univitelinos (es decir, los clones naturales) que no son iguales, ¿el clon a nacer en el futuro será igual al donante de las  células? ¿Que nos hace ser “nosotros mismos”? 
Quién sabe si alguna vez tendremos las respuestas a estas dudas, ya que además nadie tiene muy claro cómo se reanima a un crionauta.
Sin embargo, 4.000 personas están en lista de espera para luchar por su cuota de inmortalidad (o algo parecido).
No solamente no se ha demostrado la efectividad del procedimiento, sino que se especula que la congelación crea espículas de hielo (nosotros somos esencialmente agua) que dañan las estructuras celulares.
Por esta razón, desde 2018 los nuevos crionautas son preservados con un proceso llamado aldehído-estabilización o vitrificación (los tejidos se conservan en estado vítreo en lugar de congelados) para evitar el daño intracelular durante el confinamiento helado.  


A partir de 2023 se ha extendido este proceso a mantener la excitabilidad de las sinapsis cerebrales durante la vitrificación.
Entre estos optimistas que esperan despertar un día en un mundo mejor, hay famosos como Seth MacFarlane, Paris Hilton, Steve Aoki, Britney Spears y Peter Thiel (fundador de Paypal)
Y si la criónica falla, no se van a enterar y van a enfrentar la muerte creyendo o queriendo creer que hay algo más allá de esa tenue (cada vez más tenue) división entre ser y no ser…
¡Ah! Vale aclarar como cada vez que se toca el tema: Walt Disney no se criopreservó, es más, tomó la opción contraria, se cremó. Y allí hay otra posibilidad de inmortalidad más cristalina: nuestras cenizas se pueden convertir en diamantes… Pero esa opción quizás sea más aburrida.

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