Las predicciones funestas de las novelas de ciencia ficción se van convirtiendo en realidad, y aquellos eventos que parecían auspiciosos demuestran tener su lado tenebroso. El Gran Hermano de 1984 está en nuestros celulares. Sabe dónde estamos, qué comemos, qué compramos y hasta detalles íntimos…
Desde que el hombre relata historias, siempre ha querido predecir el futuro. Tomás Moro (1478-1535) fue optimista sobre el porvenir de la humanidad en su Utopía, pero su decapitación, ordenada por su hasta entonces amigo, Enrique VIII, crea dudas sobre la validez del entusiasmo del pensador.
Autores como Julio Verne (1828-1905) presagiaron un futuro auspicioso, a diferencia del escepticismo de Mary Shelley (1797-1851) y su Frankenstein que nos advierte sobre los peligros de la ciencia, porque seguimos siendo homínidos sometidos a desequilibrios hormonales y trastornos de nuestros neurotransmisores, que no son obstáculo para manejar tecnologías que no comprendemos en toda su magnitud. Somos seres muy peligrosos.
A la utopía se contrapone la distopía, palabra que la RAE define como una sociedad futura con características negativas que conducen a la alineación.
La moda de la novela distópica comenzó en el siglo XX con Yevgueni Zamiatin (1884-1937) y su obra Nosotros. Esta narra el surgimiento de una clase dirigente inflexible que somete a sus miembros al “bienaventurado yugo de la razón”. Nosotros, a pesar de ser censurada por el soviet, inspiró las tres novelas de ciencia ficción más célebres del siglo pasado: la ya mencionada 1984 de George Orwell, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (alusión a la temperatura que arde un libro, costumbre de la sociedad descripta por Bradbury) y Un mundo feliz de Aldus Huxley (título basado en una frase de La Tempestad de Shakespeare) donde describe la manipulación genética para crear obreros dóciles (los épsilon) que obedecen a la clase dominante (los alfa).
A estas distopías debemos agregar los aportes de un escritor checo Karel Čapek (1890-1938), quien popularizó el término “robot” (en realidad, lo sugirió su hermano Joseph). Su libro La guerra de las salamandras (1936) describe un mundo donde unos anfibios gigantes son utilizados como mano de obra barata. El problema surge cuando las salamandras aprenden de sus amos, se amotinan y amenazan a los humanos. Quienes promovieron su uso no imaginaron que esto pudiese acontecer …
Los historiadores del futuro probablemente dividan al pasado en una era en la que el hombre era la máxima creación del universo y otra donde este se somete a una inteligencia superior. Čapek fue perseguido por los nazis, pero murió antes de ser capturado. Su hermano Josef falleció en un campo de concentración, un epílogo semejante al de Tomas Moro.
Jugamos con la genética, la robótica, manejamos las comunicaciones y desconocemos los límites de la inteligencia artificial…Todos estos pueden superarnos porque, esencialmente, el hombre no ha evolucionado para ponerse a la altura ética que requiere el manejo de la compleja tecnología que ha sabido desarrollar.
Las novelas distópicas son obras premonitorias de los peligros que nos acechan, y, sin embargo, vamos camino a ser una distopía. Podríamos habernos parecido a ese dibujo animando de Hanna-Barbera, Los Supersónicos, pero cada día nos acercamos al final de Blade Runner o Mad Max.
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Esta nota fue publicada en Clarín