El argentino olvidado que creó el Registro Civil, luchó por separar a la Iglesia del Estado y cofundó Campana

Los monumentos que honran la memoria de los próceres en Buenos Aires guardan una cronología muy particular, por no decir caprichosa. Por casi medio siglo, el único monumento que se alzó sobre una plaza porteña fue la Pirámide de Mayo. Recién en 1862, se emplazó el monumento al general San Martín en la Plaza de Retiro, donde entrenaba a sus jóvenes granaderos. Le siguió la estatua de Manuel Belgrano obra de Carrier Belleuse, emplazada frente al fuerte de Buenos Aires, donde hoy se ubica la Casa Rosada. San Martín debió esperar 12 años para elevarse al bronce (y varios años más para ser repatriado), mientras que Manuel Belgrano esperó casi 50. Mariano Moreno, Saavedra, Paso y demás miembros de la Primera Junta y nuestra independencia debieron esperar más tiempo para acceder a un homenaje póstumo .

Más suerte tuvo Valentín Alsina, quien apenas cinco años después de haber pasado a mejor vida ya tenía un monumento en el Cementerio de la Recoleta. Igual suerte tuvo un personaje algo olvidado de nuestra historia, el doctor Eduardo Costa.

Braulio Costa, el padre de Eduardo

Quizás, antes de introducirlos en la historia del Dr. Costa, valga conocer quién era su padre, Braulio Costa, el más poderoso financista de su tiempo. Socio de Facundo Quiroga en las conflictivas minas de Famatina, asistió al Tigre de los Llanos manejando sus negocios mientras Facundo llevaba adelante la defensa de las autonomías provinciales frente a las aspiraciones unitarias del . La suerte le fue esquiva en las batallas, y aunque Facundo fue derrotado, se volvió muy rico gracias a la habilidad de don Braulio.

Quiroga vivió en Buenos Aires como un gran señor, pasando su tiempo en mesas de juego, discusiones políticas y amoríos varios, que incluían a una sobrina de Bernardino Rivadavia, con quien mantenía diferencias políticas y comerciales ya que nuestro primer presidente también tenía intereses como socio de una firma inglesa en la dichosa mina de Famatina. Para que se entienda la importancia de este cerro, durante años la única moneda en curso era el “riojano de plata” (y como la plata del cerro no era suficiente también se usaba el “boliviano de plata”).

Como Rosas veía como una amenaza el creciente poderío político de Quiroga, decidió atacar a su socio, quien también actuaba como prestamista. En un juicio por usura que le inició el general Feliz Álzaga, don Braulio fue condenado y apresado, pero gracias a una artimaña pudo huir y refugiarse en Montevideo, donde contó con el apoyo del presidente Fructuoso Rivera. Fue don Fructuoso el mayor enemigo de don Juan Manuel y se complacía en dar asilo a todos los opositores del régimen entre los muros de Montevideo.

Tras el asesinato de Quiroga en Barranca Yaco, Braulio Costa comenzó a difundir por el periódico de los hermanos Varela en la capital uruguaya que Rosas había sido el instigador de la muerte del Tigre en Barranca Yaco.

Fue entonces que Eduardo se unió a su padre en Montevideo después de haber concluido sus estudios de jurisprudencia. Tiempo después, se les unió su hermano Luis. La familia recién volvió a Buenos Aires después de la batalla de Caseros, recuperaron las propiedades embargadas en tiempos de Rosas y retomaron una activa vida social y política, además de una próspera actividad agrícola-ganadera en la zona de Campana, lugar donde fundaron la ciudad del mismo nombre.

Quién fue Eduardo Costa

Don Eduardo pronto adhirió a las políticas de su amigo Bartolomé Mitre, quien lo nombró ministro del Interior de su gabinete. Debido a una serie de prohibiciones de la Iglesia de enterrar en campo santo a notables masones, muchos de ellos amigos de Mitre y Costa, este último dictó la ley de secularización de cementerios, permitiendo la sepultura a individuos que no compartieran la fe católica. Por esta razón el cementerio de la Recoleta ha perdido su condición de campo santo.

Costa acompañó a Mitre en su revolución de 1874 contra el fraude electoral de Avellaneda y Sarmiento. Derrotados los revolucionarios en la batalla de la Verde donde murió el abuelo de Borges, Costa se vio obligado a buscar refugio en Río de Janeiro. A su vuelta, reinició una perdurable tarea política como diputado provincial, nacional y senador.

Siguiendo la idea de separar la Iglesia del Estado, continuó con la creación del Registro Civil, ya que los nacimientos y defunciones estaban en manos de instituciones religiosas.

Otros dos presidentes contaron con sus servicios: Carlos Pellegrini lo nombró ministro de Relaciones Exteriores y el presidente Luis Sáenz Peña lo nombró sucesivamente ministro de Justicia, de Culto y del Interior (el gobierno de don Luis carecía de todo apoyo político, tenía muy pocos seguidores y contaba con pocos amigos fieles …no llegó a completar el mandato). Costa también fue interventor de Santa Fe y Santiago del Estero y Procurador general de la Nación

Con su hermano Luis, asistieron a fundar la ciudad de Campana y promovieron la llegada del tren y construyeron un puerto para conectarse por vía fluvial con Buenos Aires.

Eduardo Costa, un hombre de mundo

Eduardo Costa fue un político que agasajaba a distintos personajes del quehacer nacional en sus célebres almuerzos. Sus residencias en San Isidro y Campana eran bien conocidas por su confort y buen gusto.

Falleció el 13 de julio de 1897 en su residencia de San Isidro junto a su madre, María Florentina Silvia Ituarte Pueyrredón, quizás haya sido la única mujer argentina que conoció tres siglos, pues nació a fines del siglo XVIII y murió a principios del siglo XX. Es famosa la anécdota de que esta mujer, de legendaria belleza, hizo tapar con paños negros los espejos de su hogar para no ver el deterioro que el tiempo infligía en sus facciones. Ante la inminente muerte de su hijo, exclamó: “Te llevas lo más grande de su vida”. Y esos espejos que ocultaban su rostro avejentado no volvieron a reflejar su imagen…

María Florentina pasó a ser, al igual que su hijo, un habitante eterno del Cementerio de la Recoleta.

Obviamente, Bartolomé Mitre, el orador de los obituarios de los más grandes argentinos que conoció, se despidió de su amigo en los estrechos pasillos de la Recoleta, refiriéndose a este hombre “tan culto como sensible, que solo abrigó pasiones generosas”.

Como ya dijimos, en solo cinco años, la memoria de Eduardo Costa se inmortalizó en el mármol. En 1902, ya contaba con su monumento antes que muchos otros argentinos que habían prestado sus servicios a la patria con tanto o más ahínco que Eduardo Costa.

Un último detalle: sobre la hermosa estatua de mármol que retrata este jurisconsulto poderoso y sabio, ubicada en un lugar de singular belleza de la ciudad, nadie puede precisar quien fue su escultor, aunque es de muy posible factura italiana, ya que comparte la elegancia de la estatua de Giuseppe Mazzini en Plaza Roma obra de Giulio Monteverde, otro monumento porteño de particular cronología ya que este prócer italiano jamás pisó nuestra tierra y por esas curiosa voluntad de los hombres y sus preferencias ideológicas, precedió la de muchos argentinos notables.

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Esta nota fue publicada en TN

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