En el escenario político del mundo actual esto parece impensable y se ha olvidado casi por completo. Momentos de gloria de diez minutos y encuestas o sondeos que hacen hincapié en la inmediatez son más valorados que alcanzar objetivos serios que exigen tiempo y sacrificios.
Uno de los políticos más astutos de la historia, Benjamin Disraeli, resulta un gran ejemplo de la diferencia entre “ganar ahora para terminar perdiendo” y “perder para ganar”. Sus tácticas para promover tanto el bienestar de su país como el provecho para su propio sector político con frecuencia se tradujeron en éxitos en el largo plazo, aunque en un principio terminaran en fracaso.
Benjamin Disraeli, destacadísimo político británico, fue tres veces ministro de Hacienda y dos veces primer ministro del Reino Unido. Disraeli fue uno de los líderes de la línea conservadora de los “Tories” y una de las figuras claves en la conversión de los primitivos Tories en el Partido Conservador del Reino Unido. Durante su vida política se hizo notoria su rivalidad con William Gladstone, el líder del Partido Liberal. Disraeli tenía una obsesión casi enfermiza por derrotar a su némesis Gladstone. Durante años, los dos pesos pesados se realimentaban con la energía de su rival, en lo que fue uno de los primeros “duelos” (si no el primero) de la política moderna.
En 1866, el Partido Conservador de Disraeli llegó al poder cuando el gobierno liberal (los “Whig”) dimitió, tras fracasar en su intento de aprobar una segunda “Reform Act” (“Acta de Reforma”, un instrumento legislativo utilizado para las sucesivas reformas del sistema electoral británico), que se hundió básicamente por las maquinaciones y argumentaciones en su contra generadas por Disraeli.
En 1867, ya con los conservadores en el poder (siendo el primer ministro Edward Smith-Stanley) Disraeli diseñó y logró que fuera aprobada su propia Reform Act, que era incluso más radical que la acababa de ser rechazada: ampliaba el derecho a voto a un millón y medio de votantes más, con lo cual prácticamente se duplicaba el número de electores. Dicha reforma fue aprobada, pero esa jugada política generó tantos temores hasta en los mismos conservadores (su propia tropa) que terminaron sufriendo una derrota inexorable en las elecciones de 1868, y así Gladstone y su Partido Liberal volvieron a gobernar.
Pero Disraeli era un visionario; antes que nadie, se había dado cuenta de que sin el apoyo de nuevos votantes, el Partido Conservador se vería reducido para siempre a un partido minoritario de nobles y de miembros de la clase alta. Así, pese a que la Reform Act propuesta por Disraeli (y aceptada) les costó a los “tories” perder esas elecciones, el aumento de votantes los convirtió a la larga en un partido más poderoso y estable.
Las siguientes elecciones, en 1874, fueron las primeras en las que la clase trabajadora ejerció el derecho a voto que había obtenido recientemente; Disraeli estimó que los nuevos votantes votarían a los conservadores por “efecto gratitud”. Tal gratitud se produjo y constituyó un puente entre los conservadores tradicionales de la clase alta y los ciudadanos de la clase trabajadora. Los cálculos de Disraeli habían sido correctos y su estrategia había dado sus frutos: en 1874 Benjamin Disraeli volvió a gobernar con mayoría absoluta, gracias a la reciente ampliación del derecho a voto propuesta por él mismo años atrás y que lo había llevado a una transitoria derrota.
Como primer ministro del Reino Unido, la política de Disraeli siempre estuvo orientada a consolidar el Imperio británico; anexó las islas Fiji, adquirió acciones sobre el canal de Suez, influyó en forma directa en la coronación de la reina Victoria como emperatriz de la India, y sostuvo las guerras coloniales en Afganistán y Sudáfrica. Estas acciones definieron una de las políticas internacionales más agresivas del reino Unido. El gobierno de Disraeli también llevó a cabo una serie de proyectos de reforma de leyes sobre sanidad y trabajo que transformaron la nación. Disraeli extendió su carrera política permaneciendo en actividad en la Cámara de los Comunes durante casi cuarenta años.
Benjamin Disraeli vio antes el tablero político en forma completa y supo esperar; supo perder para ganar. No centró su estrategia en una satisfacción a corto plazo; dio un paso atrás “para ver mejor el panorama” y amplió su percepción. Se obligó a obtener más información, con lo cual sus análisis incluyeron muchos más elementos a considerar, lo que incrementó por lo tanto sus posibilidades de éxito. Su visión global no se basaba en el mero análisis de lo inmediato o lo vigente; no se basaba sólo en saber cómo funcionan las cosas sino en entender por qué funcionan de esa manera. Su comprensión de la “big picture” lo llevó a trazar la mejor estrategia a largo plazo.
Su experiencia, sus talentos y sus habilidades sumados llevaron a eso que podría definirse como “conocimiento obtenido sin un proceso totalmente racional”, algo que tiene muchos puntos en común con la intuición, a quien alguien definió como “algo que no puede ignorarse ni explicarse”.