A modo de revisionismo histórico, comentaremos que parte de la historia es cierta pero es necesario hacer una corrección sobre su mano lesionada, pues el 21 de octubre de 1815, durante el combate de Venta y Media (actual Bolivia) iniciado el día anterior, el sargento mayor recibió una herida de bala en el brazo derecho, afectándole los nervios y paralizándole la mano para el resto de sus días. De allí su apodo de “Manco” por la cual solían nombrarlo sus compañeros de armas.
En sus Memorias Póstumas publicado en 1855, narra cómo recibió aquella herida a sus 24 años:
“Todo esfuerzo para reunir nuestra tropa me pareció inútil y me contraje a seguir la retirada entre los que venían más próximos al enemigo para salvar mi honor individual, dar ejemplo y remediar lo que pudiese. Venía solo, porque el porta-estandarte Ferro, que me acompañaba, había recibido un balazo, en la carga, que lo había hecho retirarse. Alcé a la grupa, para salvarlo, a un oficial de Cazadores, e iba haciendo recoger los fusiles que encontraba tirados, con los soldados de caballería que llegaban a aproximarse, y yo mismo quise llevar uno y dar otro al oficial que conducía a la grupa, para lo que había parado mi caballo y dado el frente al enemigo, mientras un soldado que se había desmontado me lo alcanzaba.
En este momento sentí un fuerte golpe en el brazo derecho que, si bien conocí que era de bala, creí que sólo fuera contusión, por el poco dolor que de pronto me causó.
Sin embargo, el brazo perdió su fuerza y yo tuve que dejar el fusil y tomar la espada con la otra mano, pero sin ver sangre ni herida, porque el frío me había obligado a conservarme con un capote de grandes cuellos que me cubría el pecho y los brazos hasta la cintura. Por otra parte, mi detención se había aproximado tanto el enemigo que no se podía pensar en otra cosa que en alejarse, lo que me era tanto más urgente por ser de los últimos que lo verificaban. Mi brazo se entorpecía cada vez más, y el dolor que sobrevino me advirtió que era algo más que contusión lo que lo afectaba; un poco más tarde observé que la sangre salía en abundancia por la manga de la casaca y que el pantalón, la bota, la falda de la silla, el mandil y hasta la barriga del caballo iban cubiertos de ella; su pérdida empezaba a producir la debilidad, y ésta a causarme desvanecimientos de cabeza, lo que me hizo ver que era preciso contener la hemorragia. Recuerdo que se me aproximó un cabo Soria, de mi regimiento, a quien di pañuelo que le previne que me atase el brazo; él lo tomó y se propuso hacerlo, pero viendo que era indispensable detenernos algo, me dijo: «Mi mayor, tenga un poco de paciencia y trate de adelantar un poco más, antes de que reciba otro balazo que acabe de inutilizarlo».
Era justa la observación del cabo, pues el enemigo estaba muy inmediato, nos perseguía con tenacidad y sus fuegos no se debilitaban. Cerca de dos leguas duró la persecución, y yo tuve que seguir desangrándome copiosamente, hasta que el teniente don Felipe Heredia (hoy general en Buenos Aires), me ligó el brazo con su corbata y me lo puso en cabestrillo lo mejor que pudo.
Cuando el enemigo cesó de perseguirnos, yo estaba tan debilitado con la falta de aligamiento del día anterior y la mucha pérdida de sangre, que se me iba la cabeza y me faltaba la fuerza para sostenerme en el caballo, pero me dieron unos tragos de aguardiente con agua, y me recuperé, no consintiendo que me tuviese un soldado por detrás, ni me tirase del caballo, para lo que ya me habían quitado las riendas de la mano. Sólo cuando se me pudo administrar un pésimo caldo, fue cuando me recuperé enteramente.”.
Llegada a la ciudad de Córdoba, el médico personal le recomendó un buen reposo, lo examinó y le comentó lo que ya sabía… Su mano padecía de una parálisis lo cual le impedía moverla con normalidad, los nervios había sufrido daños severos.
De carácter unitario pero conciliador con las demás provincias y Buenos Aires, siempre cuando no afectaran los intereses de su provincia. Y –cuando fue necesario– levantó las armas contra sus compañeros que buscaban el modo de perpetuarse en el poder provinciano, aquellos que solían ser paladines del federalismo pero en acciones demostraban otras actitudes.
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