¿Alguien entiende a Nicolás Maquiavelo?

Mark Twain definía a un clásico como un libro del que todos hablan pero nadie ha leído, y eso pasa con El Príncipe, libro fundacional de la política. Quizás sea esta una afirmación excesiva ya que la política se asocia con la toma de decisiones para la distribución de los recursos de un grupo y cómo se obtiene (y mantiene) el poder necesario para lograr esos fines. Desde muchísimo antes que Niccolò di Bernardo dei Machiavelli escribiese El Príncipe, los hombres ya discutían cómo lograr ese poder y redistribuir los medios que producía ese grupo.

Cuando Maquiavelo nació en 1469, Florencia era una potencia bajo el mandato de Lorenzo de Médici. Sin embargo, su ingreso como funcionario se inició con la caída de Girolamo Savonarola, el dominico florentino que había desplazado a los Médici, organizando un estado teocrático caracterizado por la “hoguera de vanidad”, el fin de lujos superfluos y la vida licenciosa. En  opinión de Maquiavelo, Savanarola solo era un “profeta desarmado”.

Durante los 14 años que duró la República Florentina, Maquiavelo llegó a desempeñarse como diplomático ante la corte de Luis XII de Francia y el Papa Alejandro VI, donde conoció a Cesar Borgia, el hijo del Papa y  supuesto inspirador de la figura del Príncipe.

Del Vaticano pasó a negociar con el emperador Maximiliano I (quien lo tenía en alta estima) y más tarde fue testigo de la decadencia y caída de la República de Venecia.

A raíz de esta derrota, los Médici accedieron, una vez más, al poder en Florencia. Maquiavelo cayó en desgracia y fue apresado y torturado por haber sido funcionario de la República. El Papa León X medió para liberarlo y Maquiavelo se retiró a su pueblo natal, San Casciano in Val di Pesa, donde vivió en una propiedad que había heredado. En esos años alternó el trabajo rural con la escritura, en textos donde volcó sus experiencias como político, diplomático e historiador. Incluso llegó a escribir una comedia llamada La mandrágora.

En 1521 fue amnistiado y pudo volver a Florencia, pero, una vez más, fue acusado de conspirar contra los Médici, apresado y, nuevamente, torturado. Al ser liberado, recibió el encargo de mediar ante unos bandidos para lograr la libertad de un grupo de comerciantes de lana secuestrados por estos malhechores, valiéndose de su amplia experiencia como negociador. Por esta acción se le entregó una suma de dinero con la que Maquiavelo compró un billete de lotería que resultó premiado. Su suerte cambió y hasta fue convocado por el Papa Clemente VII, un Médici, para escribir la historia de Florencia. Por este servicio muchos autores lo causan de hipocresía, de haber servido a aquellos que lo persiguieron y torturado.

Murió Maquiavelo un 21 de junio de 1527 de una peritonitis aguda. Ya antes de fallecer su obra fue despreciada y, cuando era evocado, se usaba su nombre como un adjetivo con una  connotación peyorativa que, a pesar del tiempo transcurrido, aún hoy conserva.

Maquiavelo jamás dijo que “el fin justifica los medios”, aunque fue el creador del concepto “razón de Estado” (“arte del stato”) como una justificación que eximia al gobierno de respetar los límites de la ética propuesta por Aristóteles cuando con un mal menor evita un perjuicio de mayor envergadura.

En su disertación sobre los discursos de Tito Livio, sostiene que “la patria se debe defender siempre, sea con ignominia o con gloria; de cualquier manera estará defendida” …. “Se ha de seguir aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad”.

Anticipándose a Hobbes y a su «homo homini lupus», Maquiavelo asume que todos los hombres son perversos “siempre y cuando encuentren la ocasión para ello”.

Ferviente republicano, aceptaba la monarquía y aristocracia como una “buena forma de gobierno”, pero advertía que se debe disponer de instituciones necesarias para canalizar los conflictos, porque si no “la monarquía se convierte en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en licencia”. Sostuvo que era el pueblo y no el clero ni la nobleza la medida  de las naciones, pero estaba consciente que ese mismo pueblo podía “convertirse en cera en manos de los políticos”.

Sus experiencias nefastas después ser apresado y torturado lo hicieron decir, no sin ironía y hasta con una dosis de cinismo: “desde hace tiempo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad la escondo entre mentiras”.

Todos los que conocieron a Maquiavelo en vida, como Leonardo da Vinci, varios reyes y papas, estaban impresionados por su cultura, la inteligencia y el don de gente del florentino. Sin embargo, su aguda capacidad de observación le permitió contemplar la realidad en toda su gama de grises y convertirse en un escéptico de la naturaleza humana, reflejando en sus libros las contradicciones y desinteligencias propias de los hombres que tan bien supo describir (y en las que el mismo cayó).

Curiosamente, el libro que le dio fama imperecedera fue escrito con la intención de congraciarse con los Médici, que lo habían perseguido impiadosamente en vida. Fue Clemente VIII quien permitió la edición de El Príncipe cinco años después de la muerte de Maquiavelo, razón por la cual muchos consideraron a este libro como un gesto de sumisión para ganarse el aprecio de quienes lo habían perseguido.

Existe una dicotomía entre su vida personal y lo que había vivido como funcionario y diplomático, momento en que presenció los dobleces, improvisaciones y mentiras de los príncipes, reyes, papas y demás autoridades con los que compartió discusiones y tramas para llegar a acuerdos que no siempre tenían el fin deseado por medios no siempre acordes con la moralidad de esos tiempos… pero Maquiavelo al menos reconocía que cuando el caso así lo exigía, debía claudicar algunos principios en harás de un bien que consideraba superior … y, en su caso, era su patria.

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Esta nota fue publicada en Perfil

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