Franz Schubert y la vida inconclusa

“Antes de entender se tiene la necesidad de creer.

La razón es solo una fe analizada.”

-Franz Schubert

En 1822, Franz Schubert (1797-1828) estaba en el cenit de su carrera, y ese año la Sociedad Musical Estiria lo nombró miembro honorario. El joven compositor se vio obligado a dedicarle una sinfonía que ya tenía en elaboración y le envió una copia al director de esa sociedad musical, quien también era su amigo, Anselm Hüttenbrenner (1794-1868). Este recibió los primeros dos movimientos compuestos por Schubert y esperó el resto de la obra que nunca llegó, ya que el curso de la enfermedad que tronchó la vida del compositor lo imposibilitó de concluirla.

Los únicos dos movimientos que compuso de esta Sinfonía Nº 7,  según el Catálogo de Deutsch, es conocida como “La inconclusa”. Generalmente se dice que es la octava Sinfonía de Schubert, pero la séptima también quedó inconclusa y fue completada por Felix Weingartner.

La llamada Sinfonía Inconclusa fue entregada en 1865 por Joseph Hüttenbrenner (hermano menor de Anselm) al director Johann con Herbeck, quien estrenó los dos movimientos en 1865. En la oportunidad, “concluyó” la obra con el final de la Tercera Sinfonía en re mayor de Schubert.

Actualmente existen otros finales compuestos por distintos especialistas en la obra de Schubert, como Anthony Goldstone, Anton Safronov, Robin Holloway y hasta una versión creada por Inteligencia Artificial en el 2019 (comentario personal, prefiero la obra inconclusa hecha por la “limitada” capacidad de la inteligencia natural que las “luces” prestadas por la IA … suena anacrónico, pero en el fondo soy un  nostálgico decimonónico).

De esta forma se salvó del olvido una de las piezas más conocidas del repertorio romántico.

Una vida atormentada por la enfermedad

Franz Peter Schubert había nacido en el suburbio de Himmelpfortgrund de Viena. De muy joven impresionó a su familia por su talento musical, razón por la cual ingresó al  Stadtkonvikt a los once años. A los 20 tomó clases con Antonio Salieri, talentoso compositor eclipsado por Mozart y a su vez inmortalizado por rumores infundados y malintencionados que le atribuyen el asesinato del joven Amadeus.

En ese tiempo, Franz comenzó a trabajar como docente en la escuela que dirigía su padre, trabajo que le desagradaba y que le trajo problemas con su progenitor.

En 1814, Schubert conoció a la joven soprano Therese Grob, a quien dedicó varias obras. La relación profesional evolucionó a un plano romántico y, finalmente, el músico le propuso matrimonio. Sin embargo, en el Imperio austrohúngaro existía una estricta ley que exigía que el novio demostrase los medios para mantener a la futura esposa, circunstancia que era imposible para el joven compositor por sus magros ingresos. La relación quedó trunca y Franz jamás se casó. “Nadie entiende la pena de obra personas. Y nadie la alegría”, solía repetir Schubert.

En 1820, el compositor y un grupo de amigos fueron apresados por la policía austriaca bajo la acusación de conspirar contra el régimen, cuando lo más probable era que estuviesen  discutiendo valores estéticos. Un allegado a Franz estuvo varios meses en prisión y desde entonces  el músico evitó participar de toda actividad política.   

La primera mención que Schubert hace de su enfermedad es en una carta escrita en 1823 a Ignaz von Mosel, donde dice que su condición física no le permitía abandonar su hogar. Para mayo de ese mismo año, estuvo internado en el Hospital General de Viena, donde escribió un poema describiendo su existencia como “vulnerable …y de una depresión indescriptible”.

De esa época era la encantadora canción “Mullerlieder”, escrita bajo los dolores de tabes dorsal, la secuela neurológica de la sífilis que lo llevaría a su precoz final. ¿Cuándo contrajo la enfermedad? Es difícil de precisar, pero se supone que fue un año antes, probablemente durante una relación homosexual con Johann Mayrhofer. De todas maneras, ante una falta de declaración fehaciente, este dato es tan solo especulativo. “El hombre sobrelleva el infortunio sin quejarse, y eso lo hace sufrir más”, escribió en una carta por esa época.

A partir de 1823, los testimonios de sus amigos describen la postración de Schubert y sus frecuentes recaídas con episodios de dolor. “Me siento el hombre más desdichado del mundo… creo que nunca volveré a estar bien”, le confesó a uno de ellos.

Un rash cutáneo lo obligó a raparse y usar una peluca. En 1824, se puso en manos de Dr. Bernhardt, aunque su condición no mejoró y hasta relató dolores en su brazo izquierdo y describió tener ideas suicidas que lo asolaban.

Por un par de años parecer haber tenido una remisión de  su enfermedad, hasta que a fines de 1826, las molestias eran tales que le resultó imposible asistir a una cena de fin de año con sus amigos.

De allí en más, sus recaídas fueron más frecuentes y complicadas, con dolores de cabeza, vértigo y erupciones cutáneas. “Mis composiciones brotan de mis penas”, declaró abrumado por su malestar.

Como hemos relatado en otras oportunidades, la sífilis era tan común en esos años que los médicos difícilmente pudiesen desconocer los signos y síntomas de la afección, de allí que no hay dudas diagnósticas sino eufemismos para ocultar esta enfermedad vergonzante que además implicaba un desenlace desafortunado. Entonces, era común el tratamiento con compuestos mercuriales, terapia a los que recurrieron los doctores von Sarenbach y von Behring. Curiosamente, gran parte de la correspondencia que mantuvo en esa época se ha extraviado o, como en el caso de Hüttenbrenner, quemado.

El 31 de octubre de 1828, Franz fue caminando a la iglesia de Hernals, trayecto que le llevó por lo menos tres horas, pero pocos días más tarde le escribió a su amigo Franz von Schober contándole que se sentía muy mal, “no he comido ni bebido por once días, me pasó el día sentado, yendo del sillón a la cama”.

También relata que el Dr. Rinna lo estaba tratando y que trabajaba en una ópera y en el ciclo de canciones “Winterreise” (“Viaje de invierno”), compuesto sobre el texto de Wilhelm Müller.

Ante el agravamiento de la enfermedad, se había mudado a la casa de su hermano, Ferdinand, quien lo asistía  a cumplir el tratamiento impuesto con sangrías, uso de  pomadas a base de polvo de mostaza y Cantárida (polvo de un insecto –Lytta vesicatoria– usada como irritante cutáneo). En las  instancia finales fue llamado en consulta  el Dr. Joseph von Vering, un famoso sifilólogo de su época, quien emitió el diagnóstico de “fiebre nerviosa” y pidió la asistencia de un enfermero porque cada día resultaba más difícil contenerlo, ya que Shubert sufría delirios y alucinaciones. En los momentos finales, creyó que lo habían sepultado en la tumba de Beethoven.

Falleció el 19 de noviembre de 1828.

Aunque algunos autores sostengan que murió de fiebre tifoidea, actualmente los médicos se inclinan a afirmar que falleció por una meningitis sifilítica, dados sus dolores de cabeza, vértigo, afonía, síntomas focales y la imposibilidad de tocar el piano. Solo cabe la duda si los compuestos mercuriales asistieron a multiplicar los síntomas. Todo lo demás son mentiras para ocultar el verdadero origen de su enfermedad.

 “Mis creaciones son fruto del conocimiento de música y dolor”, escribió Franz Schubert, y solo nos cabe meditar sobre la naturaleza humana y como de las penas y el sufrimiento puede surgir la belleza de la música de este compositor romántico.

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