El misterioso y olvidado coronel británico que evitó una posible invasión portuguesa de Buenos Aires en 1812

El 26 de mayo de 1812, llegó al puerto de Buenos Aires el coronel John Rademaker, oficial británico que desde hacía años prestaba servicios en la corte lusitana durante su forzado exilio en Brasil. Rademaker tenía la compleja misión de actuar como mediador entre los portugueses que habían invadido la Banda Oriental, los españoles sitiados en Montevideo, los revolucionarios porteños y, obviamente, la corona británica.

La situación en el territorio de Uruguay era compleja. Los españoles, después de la Batalla de las Piedras, se habían atrincherado tras los muros de Montevideo y sufrían el asedio de los tropas criollas conducidas por Artigas y Rondeau.

Lejos de la armonía

La reina Carlota, conyugue del Regente de Portugal y la única Borbón que no había caído en las garras de Napoleón, tenía la aspiración de coronarse monarca del Rio de la Plata, propuesta compartida con algunos criollos que pensaban que esta era la mejor opción de liberarse del yugo español.

Su marido, Juan de Braganza, regente de Portugal por la insania de su madre, también ambicionaba extender su imperio, aunque las desavenencias conyugales complotaban contra esta aspiración.

Ilustración sobre la Revolución de Mayo, el 25 de mayo de 1810.

De todas formas, Brasil envió 5.000 soldados al mando del general Souza para sojuzgar a la Banda Oriental y, si era posible, cruzar el estuario y apoderarse de Buenos Aires, ciudad guarnecida por solo 700 hombres armados.

A los británicos, no les caía en gracia esta actitud expansionista del reino lusitano. Si bien Portugal había demostrado ser un aliado dócil, bien sabían que el exceso de poder podía desvirtuar dicha alianza. Por tal razón, enviaron a este coronel de los Royal Engineers a negociar con los revolucionarios.

Cuando Rademaker atracó en Buenos Aires, las relaciones entre los revolucionarios estaba lejos de la armonía. La ciudad había sido bombardeada por la flota española pocos días antes, pero ni aún esta agresión había logrado unir a los criollos.

En primer lugar, se había abandonado el sistema de juntas, tanto la Primera con la Grande por ser muy deliberativas, con muchos conflictos internos y no siempre atentas a la pretendida supremacía porteña. En su lugar, se había elegido un sistema ejecutivo extraído de los libros de historia romana y la reciente revolución francesa: el triunvirato.

Ningún sistema de gobierno duraba mucho en un Buenos Aires

En la ciudad, reinaba un ambiente belicoso entre los dirigentes porteños, una especie de lucha de todos contra todos que había tenido su expresión en la Revolución de las Trenzas, cuando se rebeló el regimiento de Patricios.

San Martín, Alvear, Zapiola Chilavert y Holmberg acababan de llegar de España para ponerse a las órdenes del gobierno patrio. Venían como oficiales formados a poner orden entre las tropas patriotas aunque, secretamente, adherían a la masonería convertida en un nuevo factor de poder en las excolonias.

Apenas seis meses después de su llegada, San Martín y Alvear apoyaban la destitución de los triunviros Pueyrredón y Rivadavia para “proteger la libertad del pueblo”… Es decir, todas las variables de gobierno que nos obligaban a memorizar en las clases de historia, eran el reflejo de las enormes disidencias para encontrar una forma de gobierno que compatibilizara los intereses en juego, especialmente las diferencias entre Buenos Aires y el interior.

Quizás por esta compleja situación y la amenaza de contar con 5000 veteranos portugueses, 36 cañones y 50 naves a escasa distancia de Buenos Aires, fue que Rademaker, siguiendo las indicaciones de Lord Strangford, logró la firma de un armisticio apenas desembarcado. Por este pacto, cesaban inmediatamente las hostilidades en la Banda Oriental y estas no podrían reanudarse hasta 3 meses después de la eventual anulación del convenio.

Solo a los porteños y a los británicos les convenía este armisticio para retomar la marcha de los provechosos negocios de los comerciantes ingleses.

El general Souza, la reina Carlota y el regente Juan pusieron el grito en el cielo: todo el esfuerzo de conducir un ejército hasta Colonia del Sacramento de nada había servido.

La Revolución a salvo

Mientras se discutía el armisticio de Rademaker y las tropas lusitanas aún permanecían en Colonia, una vecina denunció al español Francisco Lacar de gestar una contrarrevolución realista apoyada por los montevideanos y portugueses.

El cónsul norteamericano W.C Miller le escribió un informe secreto al presidente Monroe donde relataba que el mismo Rademaker le había mostrado un documento en el que Álzaga y otros 48 españoles le ofrecían dinero “para que suspendiera la retirada portuguesa con una contraorden”.

Lo más probable es que el mismo Rademaker le haya dado esta información a los triunviros que no tardaron en apresar a Álzaga y demás conjurados. Decididos a darles un castigo ejemplificador para desalentar un alzamientos realista, Lacar, Alzaga y fray José de las Ánimas –superior de la Orden de los Betlemita– y otras 32 personas, muchos de ellos, como el mismo Alzaga, bravos defensores de Buenos Aires cuando las invasiones inglesas, fueron ejecutados después de ser sometidos a tormento y confiscados sus cuantiosos bienes.

Gracias a la gestión de Rademaker, pudo lograrse el retiro de las tropas portuguesas que hubiesen apoyado a los españoles alzados, Montevideo volvió a ser sitiada y el negocio con los británicos prosperó. La revolución estaba a salvo gracias a las gestiones del coronel ingeniero.

Sin embargo, esta victoria diplomática no evitó la caída en el desprestigio de los triunviros. La ejecución de personajes encumbrados ordenada por Rivadavia, además del apropiamiento de los bienes de estos comerciantes españoles, especialmente por Pueyrredón (que se quedó con la quinta del señor Tellechea, hoy conocida como la Quinta Pueyrredón), creó un malestar entre los miembros de la masonería quienes consideraron que el gobierno estaba “desacreditado por haber abandonado la senda de la legalidad y el derecho”.

Rivadavia y Pueyrredón fueron tildados de monstruos y destituidos sin más. Con los años y la desmemoria, ocuparon otros puestos públicos encumbrados y pasaron a la historia como próceres.

El fin del primer Triunvirato y la situación en Europa

El 8 de octubre de 1812, San Martín y sus bisoños granaderos apoyaron la destitución del Primer Triunvirato. Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Álvarez Jonte y Juan José Paso conformaron el Segundo Triunvirato, votado solo por 184 vecinos.

Las aspiraciones de Carlota de reinar sobre el Río de la Plata fueron desvaneciéndose hasta desaparecer cuando su hermano Fernando VII recuperó el trono de España en 1814. Lo que no desapareció fueron las desavenencias conyugales, las cuales empeoraron cuando debieron volver a Portugal y su hijo Pedro se hizo proclamar emperador del Brasil.

Juan de Braganza murió en misteriosas circunstancias, aunque se sospecha que fue envenenado por Carlota.

Percy Clinton Sydney Smythe, más conocido como Lord Strangford, ideólogo de la misión de Rademaker, continuó su carrera diplomática en Suecia, Dinamarca y Rusia. Retirado del servicio, volvió a Inglaterra donde militó en el Partido Conservador y se dedicó a escribir poemas que merecieron las agudas críticas de Lord Byron. Falleció en 1855.

Por último, Rademacker volvió a Brasil donde asesoró a don Pedro. Murió asesinado el coronel en su hacienda de Botafogo por su esclavo de confianza.

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Esta nota también fue publicada en TN

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