Ningún artista vivió la Primera Guerra Mundial como Otto Dix, ni retrató esa contienda como él. No fue la única guerra que Otto Dix libró, además de ser soldado en la primera guerra, su obra pasó a engrosar la lista del Entartete Kunst (Arte Degenerado); sus pinturas fueron criticadas y quemadas, él fue desplazado de su puesto de profesor, censurado por “sabotear el espíritu militar de las fuerzas armadas”, detenido por la Gestapo acusado de un atentado contra Hitler, estuvo dos semanas en prisión y por último fue enviado al frente como soldado y capturado por los franceses hasta el final de la Segunda Guerra.
La otra guerra, la conflagración interior, la revivió en sus cuadros, donde refleja el horror de la contienda en su “Der Krieg”, una serie de 50 grabados publicada en 1924 que guardan un paralelismo con el horror que detalla Goya en su serie de la “Quinta del Sordo”.
Nueve años antes había participado como suboficial de una unidad de ametralladoras en la Batalla del Somme (1916), la más larga y sangrienta de la que se tenga recuerdo, con un millón de bajas entre ambos bandos.
Como si esa experiencia no haya sido suficiente, fue transferido al frente ruso en 1917 y un año más tarde volvió a Francia donde fue condecorado con la Cruz de Hierro y ascendido. En agosto de 1918 fue herido en el cuello y dado de baja con honores.
Desde entonces lo atormentaron pesadillas que reflejó en su obra pictórica. Integró un grupo de artistas expresionistas que se hacía llamar “Das Junge Rheinland” (la juventud de la tierra del Rhin). Finalmente se convirtió en el exponente más destacado, junto a George Grosz, de la “Nueva Objetividad” en su vertiente realista. Eran artistas que “rasgan la forma objetiva del mundo de los hechos”.
Otto Dix distorsionaba apariencias para enfatizar lo feo, la parte oscura de la naturaleza humana para resaltar la sátira, la hipocresía, la perversión humana y así convertirse en provocativo, dándole una cachetada a la sociedad alemana que había apoyado esa guerra feroz y desalmada.
“Necesito la vinculación con el mundo sensorial, el valor para la fealdad, la vida sin diluir”.
Sin embargo su guerra más feroz, como suele serlo con frecuencia, fue contra la enfermedad. En 1967 un accidente vascular isquémico paralizó su hemicuerpo izquierdo, alteró la percepción de esa parte del cuerpo y su propiocepción. También le produjo un defecto en el campo visual, además de sufrir una apraxia del brazo izquierdo. Fue tratado por el Dr. Baumgartner de Zúrich, quien llevó una detallada historia clínica, donde consignaba que por los primeros tres días le imposible dibujar. Al cuarto día pudo hacer dibujos sencillos aunque la parte izquierda del papel permanecía vacía. Una semana más tarde este desconocimiento de la mitad izquierda del cuerpo parecía superado.
El reflejo más notable de su afección en la obra que nos dejó se puede percibir en los autorretratos, que involucionan a medida que la lesión neurológica avanza.
Nueve años antes había participado como suboficial de una unidad de ametralladoras en la Batalla del Somme (1916), la más larga y sangrienta de la que se tenga recuerdo, con un millón de bajas entre ambos bandos.
Es allí donde se advierte un autocuestionamiento de la figura humana, con trazos sismográficos y una descomposición de la figura en jeroglíficos oscilantes, donde la similitud con los retratos precios al compromiso neurológico solo es superficial y lejana.
“Todo arte es exorcismo”, escribió Dix. “Pinto sueños y visiones también, los sueños y visiones de mi tiempo”.
“La pintura es un esfuerzo para producir orden, orden en sí mismo. Hay mucho caos en mí, mucho caos en nuestro tiempo”.
Otto Dix fue un guerrero involuntario de contiendas externas e interiores, de batallas desgarradoras exorcizadas en óleos, grabados y textos donde explica sus ideas, sin ataduras, y su desprecio, especialmente a los cánones estéticos ortodoxos.
Su arte es una batalla entre lo horrible y lo espantoso, a punto de convertirse en una caricatura, una mueca cruel, que también refleja en sus autorretratos, tanto en la salud como en la enfermedad.
El 25 de julio de 1969 un segundo accidente vascular puso fin a sus guerras, aunque continúa librando las mismas batallas desde sus cuadros que no han perdido vigencia a pesar de las proclamas pacifistas que cada día parecen ser solo expresiones de buenos deseos.
Las obras de Otto Dix, hoy como nunca, parece premonitoria de los tiempos que corren.