Natural de Buenos Aires, María Remedios del Valle era una mujer de color, que acompañó a su esposo y dos hijos, cuando marcharon con el Ejército Auxiliar a las provincias del interior, en la división del comandante don Bernardo de Anzoátegui. A fines de 1810 llegaron a Potosí.
María se encontró en el desastre de Desaguadero, el 20 de junio de 1811.
Siguió luego a las órdenes del teniente coronel Bolaños hasta llegar a Jujuy. En la víspera de la batalla de Tucumán se apersonó al general Belgrano, pidiéndole humildemente que le permitiese asistir a los heridos. Como el general no accedió a su pedido, esta valiente mujer se las ingenió para filtrarse a través de las líneas de la retaguardia para llegar al frente de batalla y ocuparse de los heridos. Su actuación, que salvó muchas vidas, causó la admiración de los soldados, que desde entonces la llamaron “la madre de la Patria”. A pesar de haberle desobedecido, el general Manuel Belgrano, en reconocimiento de valerosa actuación, la designó “Capitana de su ejército”.
María siguió la marcha del ejército en todas sus peripecias, y se halló en Salta como en Vilcapugio y Ayohuma, donde cayó herida de bala, y fue apresada por los españoles.
Estuvo en la jura de la bandera, al lado de Güemes y Arenales. En cada acción guerrera –se ha escrito– representaba la Virgen de los Remedios, de acuerdo a su nombre.
Facilitó la evasión de muchos jefes argentinos prisioneros de los realistas, por tal afrenta los generales enemigos, Pezuela, Ramírez y Tacón la condenaron a ser azotada en público, castigo que la Capitana soportó con ejemplar coraje.
Más tarde logró fugarse e inmediatamente se incorporó a la lucha, sirviendo en los hospitales y participando en otras acciones guerreras, a resulta de lo cual fue gravemente herida en seis ocasiones. Su esposo e hijos murieron en combate.
Sola y sin medios, María Remedios, cayó en la mendicidad pidiendo limosna en la Plaza de la Recova o en el atrio de San Francisco. Todo Buenos Aires la conocía como “La Capitana”. El 15 de marzo de 1827, solicitó al Ministro de Guerra, general Fernández de la Cruz, se le abonasen seis mil pesos “para acabar su vida cansada”, y tras muchas gestiones y dilaciones pasó el pedido a la Legislatura, donde fue asistida por el general Viamonte, los diputados Silveyra y Tomás de Anchorena, todos ellos testigos de su gesta. La Legislatura accedió al pedido por ser de plena justicia, concediéndole el grado de capitán de infantería, con el sueldo correspondiente desde que inició la solicitud.
El 21 de noviembre de 1829, fue ascendida a sargento mayor de caballería, y en los años posteriores, se la incluyó en la Plana Mayor Inactiva. Rosas ratificó su designación.
La Capitana es un ejemplo de entrega y coraje, como otras tantas mujeres olvidadas de nuestra historia.
María Remedios falleció el 8 de noviembre de 1847. Que la Capitana viva por siempre en nuestros corazones.