El 6 de abril de 1157 moría el más famoso de los reyes ingleses, que casi no hablaba el idioma y su ánimo beligerante lo llevó a pasar la mayor parte de su reinado combatiendo fuera de sus dominios. Era el tercer hijo del matrimonio malavenido entre Enrique II y la bella Leonor de Aquitania, dueña de vastos dominios en Francia.
En 1170, Ricardo se sumó a la rebelión contra su padre encabezada por Leonor y su hermano mayor, Enrique, por el destrato que todos sufrían a manos del rey. En el caso de Ricardo, la situación era doblemente humillante, ya que su padre tomó a su prometida, Adela de Francia, como amante.
La revuelta filial falló por falta de medios y todos debieron retractarse hasta lograr el perdón paterno. Los dos mayores, Enrique y Godofredo, se volvieron a rebelar y tuvieron un mal final. Así Ricardo quedó primero en la línea sucesoria y Juan, su hermano menor, fue desplazado de la herencia por lo que se lo conoció como “el sin tierra”.
Ricardo se dedicó a sofocar las rebeliones de sus súbditos en las posesiones francesas , con tal violencia que muchos se sometieron a fin de no sufrir represalias.
Con ayuda del rey de Francia, Luis VII, atacó a su padre una vez más y así pudo acceder al trono de Inglaterra después que este muriera del disgusto por tal humillación.
El gobierno de Ricardo no fue ejemplar como nos quieren hacer creer en las películas. Con la excusa de preparar una cruzada, vendió posesiones de la corona y puestos públicos al mejor postor. En camino a Tierra Santa, quemó la ciudad de Mesina en Sicilia, tomó Chipre y asesinó a todos los que ofrecieron resistencia. Junto a Luis VII de Francia y Leopoldo de Austria, tomó Acre de manos de Saladino. Pero al poco tiempo comenzaron las desinteligencias entre los monarcas. Luis decidió partir y le dejó a Ricardo la custodia de miles de prisioneros musulmanes, a quienes el monarca inglés ordenó masacrar sin piedad.
Al enterarse que su hermano Juan y Luis de Francia conspiraban para desplazarlo de sus posiciones europeas, decidió emprender el retorno después de pactar con Saladino.
Como el mal tiempo impidió volver por mar, decidió cruzar el continente acompañado por 4 caballeros. Pero su antiguo aliado, Leopoldo de Austria, lo capturó y pidió un enorme rescate a su madre. Leonor consiguió los 100.000 marcos exigidos, expoliando, una vez más, a sus súbditos. Su esposa, Berenguela de Navarra, lo repudió y nunca más lo vio porque le recriminaba “los actos ilícitos y el pecado de Sodoma” en el que su marido había incurrido.
Ricardo continuó la conflictiva relación con el rey francés por sus posesiones. No le tembló el pulso al devastar Limoges. En esta campaña, una flecha impactó en su cuello, la herida se gangrenó, ocasionándole la muerte a este monarca inglés que fue cantado por juglares, alabado por escritores como Walter Scott en su “Ivanhoe” y ensalzado en los distintos films que convirtieron a este rey vicioso y violento en el más recordado de Inglaterra, nación a la que odiaba. Quizás su popularidad se deba a que solo pasó 6 meses gobernando la nación que lo recuerda con tal (inmerecido) aprecio. Y todo el descalabro económico que ocasionó se lo achacaron a sus sucesores.
La historia corre el peligro de convertirse en el relato de vidas imperfectas contadas por individuos no siempre imparciales, desde perspectivas que no respetan los códigos morales del tiempo en el que transcurrieron, exaltando en forma romántica la gesta que para los cronistas fue el accionar de un mal hijo, un mal marido y un peor rey…
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Esta nota fue publicada en CLARÍN