Los clubes más populares de la Argentina (River Plate y Boca Juniors) compartieron, como buenos mellizos, la gran incubadora del puerto de Buenos Aires que, para el momento de los respectivos alumbramientos, estaba en “la boca” del Riachuelo. Varias circunstancias contribuyeron a potenciar el prestigio de esas modestas instituciones hasta transformarlas en el sello de un clásico de fama mundial: el puerto, el ferrocarril, los súbditos británicos y los inmigrantes italianos del golfo de Liguria. Deberíamos agregar la influencia siempre esquiva, soterrada e ineludible de los masones. Pero hay que ir despacio por esas conjeturas; la heurística aporta más datos que la hermenéutica. Es necesario no pedir pruebas donde no las hay y aceptar los mejores indicios en detrimento de la mitología.
Desde su fundación, la ciudad de Buenos Aires creó un vínculo simbiótico con el Río de la Plata. El gran estuario, producto de la confluencia del Paraná y del Uruguay, tiñe de rojo su curso a partir del limo del río Bermejo. La masa de barro forma el Delta, en un proceso de superficie en el que afloran nuevas islas; la elevación del fondo forma bancos que entorpecen la navegación. Además, los arroyos de la región metropolitana desaguan con enorme dificultad y, cuando el viento azota con las sudestadas, anegan irremediablemente la dilatada ribera de Norte a Sur.
Recién a mediados del siglo xix, se construyó la primera red de agua (Plan Coghlan,1867). Luego se construyó una red más amplia, con una estación potabilizadora y sistema de bombeo a tanques elevados (Plan Bateman, fines de dicho siglo), que aún puede verse frente a la cabecera Norte del Aeroparque.
Desde la época colonial, Buenos Aires admitía al Riachuelo como el desagote natural del metabolismo ciudadano: una cuenca de 80 kilómetros de largo que recorre tambos, villas de emergencia, fábricas y basurales, a través de la cual se trasportan anualmente un millón de toneladas de mercaderías. La Vuelta de Rocha fue el primer puerto hasta que, mediante un diseño del arquitecto inglés Edward Taylor, en 1855, se levantó la Aduana Nueva. En 1872 se construyó el muelle Las Catalinas, frente a la Iglesia y Convento de Santa Catalina de Siena, que entraba 500 metros sobre el río. Una línea ferroviaria circulaba por este, para la carga y descarga directa, rumbo a los depósitos que se hallaban en la costa. Ese fue uno de los muelles que sirvió de desembarcadero a los buques de inmigrantes durante las dos décadas inmediata mente anteriores a la construcción del Puerto Madero.
El barrio de La Boca, con casas tipo lacustre, se instaló en la zona de juncales y bañados cercana al Riachuelo. Ya en el siglo xx, se construyó el Puerto Nuevo (1911-1926), luego las piletas y el balneario públicos de Núñez y, más tarde, la Usina de la zona Sur y la Ciudad Deportiva.
La historia de la línea del río en su encuentro con la orilla, según afirma el Arquitecto Luis Alberto Costa, es la del permanente fracaso de los intentos por establecer una costa “de finitiva”. Un buen ejemplo es el de la Costanera Sur. Por mucho tiempo fue orgullo de la ciudad, equipada con confiterías, instalaciones para bañistas y paseos arbolados. Hoy la Reserva Ecológica la alejó definitivamente del agua.
La Isla Demarchi es un sector en el extremo Sur de Puerto Madero. Allí se encuentran varios astilleros, depósitos portuarios y la Central Costanera. Oficialmente, es parte del barrio de La Boca y recientemente ha sido mencionada como un lugar apto para el desarrollo de un polo audiovisual. Aunque la isla existía de forma natural, cuando fue propiedad de los hermanos Antonio, Marcos y Demetrio Demarchi (hijos del barón ítalo-suizo Silvestre Demarchi), fue rellenada al construirse el Puerto Madero. La última expansión sirvió para la instalación de la Central Costanera, inaugurada en 1966.
Los Demarchi, de origen suizo, emigraron a la Argentina en 1820. Tuvieron un fabuloso éxito comercial como fundadores y accionistas del Banco de Italia y Río de la Plata, y como socios propietarios de la farmacia La Estrella, la Compañía Primitiva de Gas y la empresa Bagley. En esta isla fue en donde River Plate tuvo su precaria primera cancha, detrás de la carbonera Wilson.
La carbonera Wilson en el origen de River
La economía argentina creció sobre la base de combustible importado. Los densos bosques de las provincias norteñas proporcionaron solo 15 % de la energía consumida en el país hacia 1913, mientras que el carbón mineral, proveniente de los yacimientos de carbón del Sur de Gales, proveyó casi todo el resto. Favorecido por la industria naviera británica, que ofrecía bajos costos de flete en los buques con destino a nuestro país, el carbón galés cubrió 90 % de las importaciones argentinas. Estas se incrementaron al compás del crecimiento del sector ferroviario, que llegó a consumir 70 % del carbón importado.
A comienzos del siglo xx, Wilson era una proveedora de carbón galés con intereses en Europa y en varios países de Latinoamérica. En aquel entonces, hubo una empresa holandesa que iniciaba su derrotero en el negocio del petróleo y le ofreció asociarse. Wilson desistió de esta oferta. Aquella empresa se hizo mundialmente famosa con el nombre de Royal Shell. Sin embargo, a la carbonera no le fue nada mal. Wilson & Sons es hoy uno de los operadores más voluminosos de servicios portuarios, marítimos y logísticos de Brasil.
La carbonera Wilson no era un simple depósito de carbón, sino el punto visible de una gran empresa de aprovisionamiento de los buques en tránsito, para lo que necesitaban rápidos y eficaces servicios de carboneo, aguada y víveres, así como astilleros y varaderos. Tenía presencia en varios puertos argentinos, como los de Rosario y de Bahía Blanca. La empresa matriz, Wilson & Ocean Merthy Ltd., tenía negocios en diversos puertos de África, América Latina y Madeira, y poseía minas de carbón en el País de Gales, con las cuales abastecía a las navieras.
La historia de River Plate comenzó en el año 1904 cuando, en la casa del señor Jacobs (subgerente de la carbonera Wilson), se reunían los domingos familiares y amigos ingleses que trabajaban en la empresa a pasar el tiempo, y frecuentemente practicaban fútbol. Se entiende que en aquella época las diversiones de los empleados no fueran múltiples pero, suponer que no hubiera nada más interesante que ir a la casa del subjefe, sugiere que fuera otra la intencionalidad. Pero la cuestión admite otro sentido si se tiene en cuenta que el señor Jacobs era masón y que los masones suelen celebrar reuniones dominicales con los jóvenes aspirantes. Llevan el nombre genérico de “Tenidas”, como lo describe el escritor español Ignacio Merino, líder de la masonería de su país: “En las Tenidas se celebran rituales `secretos para el profano´ y se canaliza la reflexión de los individuos hacia el bien común, como en una reunión de estudiosos. Los masones celebran también las Tenidas Blancas en las que, despojado el rito de algunos de sus símbolos, se invita a profanos, especialmente familiares y amigos, a que participen”.
De acuerdo con dicha descripción, habría sido en una de esas Tenidas Blancas en que el señor Jacobs convocó a los jóvenes de dos equipos barriales: los miembros de Santa Rosa y los jugadores de otro equipo amateur, La Rosales. El objetivo era fundar un verdadero club de fútbol. No había consenso para elegir el nombre. Algunos preferían Santa Rosa, otros La Rosales; más aún, se propusieron nombres como Forward y Juventud Boquense. Al final, como es sabido, el jugador Pedro Martínez propuso el nombre River Plate, que prendió entre sus pares.
No parece haber nada oscuro en la intencionalidad del señor Jacobs, excepto el negro explícito del producto que vendía. Luis Merino desmitifica esta sociedad rodeada de misterios: “Para lo que los masones siempre se han reunido en secreto es para sacarle más jugo a la vida. Por eso, Casanova era masón”.
Un testigo calificado, Juan Antonio Farenga (Nosotros Boca), distorsiona la historia al confundir la carbonera Wilson con el frigorífico del mismo nombre, que empezó a operar después de 1913. Ese ingenuo anacronismo no invalida la frescura de su relato, pero oscurece el decisivo papel que cumpliera aquella empresa proveedora de carbón.
El 24 de marzo de 1905, la nueva institución se afilió a la Argentine Football Association, anotando un equipo en Tercera División (categoría más o menos equivalente a la Primera C actual). Por ese entonces, los clubes importantes de Primera División eran Lomas Athletic, Alumni y Belgrano Athletic, de neta prosapia británica. River Plate, conformado por ciudada nos nativos, debutó en el campeonato de Tercera el 30 de abril de 1905, jugando en su campo de la Dársena Sud contra Facultad de Medicina. Fue derrotado por 3 a 2. En ese momento, hacía apenas 27 días que Boca Juniors había nacido a pocas cuadras de ahí (el 3 de abril, en la Plaza Solís), gracias a la decisión de un grupo de vecinos, entre ellos los hermanos Juan Antonio y Teodoro Farenga, Esteban Baglietto, Juan Brichetto, Alfredo Scarpatti y Santiago Pedro Sana.
La burguesía refinada había empezado a practicar los deportes que traían los británicos afincados en el país. Durante bastante tiempo, el polo, el tenis y el cricket habían ocupado su atención pero, a partir de la década de los 90 del siglo xix, el fútbol –que se propagaba de forma imparable– había pasado a ser su entretenimiento principal. Las clases más humildes observaron de qué se trataba (mezcla de habilidad y rudeza que les veían ensayar a los “ingleses locos” y a los “niños bien”) y comenzaron a practicarlo esmeradamente. La costumbre inglesa de formar clubes también se arraigó en ellos. Y así, por lo sencillo que resultaba y aprovechando los terrenos baldíos como canchas, fundaron muchos pequeños clubes, algunos de existencia efímera, ora más ricos, ora más pobres. La Boca fue cuna de varios de ellos.
Pero también comenzaron los problemas con las autoridades que controlaban el movimiento portuario, de mucha relevancia para esa época. No querían un estadio en donde se produjeran movimientos continuos de personas. Esto implicaba disturbios, peleas y una lista de nuevas preocupaciones para quienes debían asegurar la libre circulación de los transportes de mercaderías desde y hacia el puerto boquense.
“A fines de 1906 –señala Gustavo Yarroch–, el Ministerio de Agricultura ordenó el desalojo de la cancha que River tenía en Villafañe y Caboto, en la Dársena Sur, a metros de la carbonera Wilson. Y River se trasladó a un predio de Sarandí, propiedad de los almacenes navales Dresco. Un tal José Bernasconi, director de los almacenes, cedió el lote y allí se armaron los arcos, el alambrado, una tribuna de madera y una casilla para los vestuarios”
Pero Sarandí era un lugar poco amigable para los hinchas de River. No porque allí los trataran mal, sino porque –decían muchos de ellos– les quedaba incómodo para llegar. Los dirigentes del club tomaron nota y llegaron a la conclusión de que lo mejor sería una nueva mudanza. Pero ¿adónde? Alguien les dijo que el terreno de las carboneras donde habían nacido seguía desocupado, y un año más tarde decidieron volver a La Boca.
En su paso por Sarandí, River jugó en Segunda División, en 1906. Al año siguiente, perdió la final por el ascenso a Primera por 1 a 0 ante Nacional, un equipo de empleados de la firma Gath y Chaves. La base de ese equipo llegó a Primera en 1908.
Los dirigentes, después de la mala experiencia en Wilde, decidieron volver a La Boca y hacer la cancha allí, en Ministro Brin y Senguel, donde funcionaba un galpón que una fábrica de blocks de piedras artificiales utilizaba para su almacenamiento. En ese lugar, el 25 de mayo de 1916, se inauguró el nuevo estadio, el que precedió a la hoy mítica Bombonera.
Una vez instalados, arribó un directivo de la Asociación de Fútbol, para comprobar que la nueva sede cumpliera con los requisitos reglamentarios. Tener baños en condiciones era uno de los principales y esenciales requisitos para autorizar el funcionamiento del club. Pero River, en Sarandí, contaba solo con una casilla que oficiaba de baño, precaria y sin instalación de agua. Con picardía, habitual en el fútbol, invitaron al inspector a abrir la canilla de la ducha y a comprobar su correcto funcionamiento. El agua salió a chorros por la regadera. Lo que el veedor Williams nunca supo fue que había un embudo en el techo por el que dos muchachos arrojaban el agua con un balde cuando giraban la canilla. Gracias a esa avivada, River consiguió la habilitación
Por esas condiciones precarias de los baños y el difícil viaje hacia allí de sus simpatizantes, un año después volvió a La Boca, en la manzana situada entre las calles Aristóbulo del Valle, Caboto, Pinzón y Pedro de Mendoza.
Boca Juniors tuvo su primera cancha en Pedro de Mendoza y Colorado, para luego establecerse en la Isla Demarchi, en los aledaños de la carbonera Wilson (aproximadamente, donde antes Santa Rosa había tenido su potrero). La cercanía de Boca Juniors con River Plate era evidente en lo geográfico, pero no en lo deportivo a nivel institucional. Pese al empeño de sus dirigentes, no logró afiliarse inmediatamente a la Argentine Football Association y tuvo que conformarse con participar en ligas independientes, entre ellas la de Villa Lobos. Recién en 1912 jugaron su primer partido, de carácter amistoso y a beneficio, por un premio de 11 libras esterlinas. El primer clásico de la historia, según lo descubierto por los historiadores, se jugó el 15 de diciembre de aquel año y ya generaría los primeros enojos: cuando estaban 1 a 1 y faltaban diez minutos para terminar el partido, los jugadores de Boca se retiraron del campo de juego disconformes con los fallos del árbitro. River fue considerado el vencedor y ganó la recompensa.
Con los dos clubes boquenses en la categoría principal, chocaron por primera vez de manera oficial el 24 de agosto de 1913, en la cancha de Racing, por el campeonato, siendo local Boca Juniors. Ganó River 2 a 1.
Varios jugadores se tomaron a golpes de puño durante el desarrollo del partido, desnudando el principio de una rivalidad que pronto trascendería la cancha y el café para asentarse en el propio seno de los hogares de La Boca.
Una tormenta había desmantelado las instalaciones de River Plate. Tras la catástrofe, una medida terminante de la Dirección de Puertos sentenció que el club evacuara definitivamente el predio de la Dársena Sud. Fue así como, en 1914, actuó de local en la cancha de Ferrocarril Oeste. Pero, el 16 de mayo de 1915, inauguró la que sería la cancha más grande de las existentes en la Capital Federal para ese tiempo. Estaba ubi cada en la manzana comprendida por las calles Pinzón, Gaboto, Aristóbulo del Valle y Pedro de Mendoza; de nuevo en el barrio de su nacimiento, aunque solo fuera por unos años más.
Por su parte, Boca Juniors debió irse a Wilde. Cuando regresó a La Boca, se instaló a tres cuadras de los pagos de River Plate, entre las calles Sengüel (Benito Pérez Galdós), Gaboto, Tunuyán ( Juan M. Blanes) y Ministro Brin. Estrenó la nueva cancha –que tenía menos capacidad que la de su vecino– el 25 de mayo de 1916.
En esa época, River era el club que aglutinaba al proletariado boquense, mientras que Boca era el representante de la clase media. La rivalidad entre ambos crecía de modo incontenible. Las sedes sociales se encontraban en la avenida Almirante Brown, pero la vida partidaria de todos los días se concentraba en dos bares de la misma arteria: Las camelias, reducto de los riverplatenses; y La alegría, fortín de los auriazules. En los atardeceres del domingo era cuando más se exteriorizaba la recíproca hostilidad, según el resultado de los partidos que habían protagonizado. Y cuando se enfrentaban entre sí, el rencor llegaba a su punto más alto.
Hasta se disponía un velatorio con todos los recaudos formales (la capilla ardiente y el ataúd con los despojos mortales de un muñeco amortajado con los colores del derrotado, conducido en cortejo fúnebre) que concluía, por lo general, en una batalla campal entre los simpatizantes de un equipo y otro.
Durante la década de 1910, River Plate obtuvo supremacía deportiva sobre su rival. Para 1918 había vencido en cinco de los ocho partidos oficiales disputados hasta ese momen to. El choque llamaba la atención de toda la barriada y se había convertido en el “clásico de La Boca”, como siguió conociéndose hasta la década de los 40, cuando ya por su importancia pasó a ser el “clásico de los clásicos”. El “darsenero” se clasificaba mejor que su rival en los campeonatos, había conquistado la Copa de Competencia en 1914 y lo había eliminado de este torneo las dos veces que se habían enfrentado. Pero, el 18 de agosto de 1918, en cancha de Racing, siendo River local y con el arbitraje del señor Cook, Boca triunfó por 1 a 0, con gol de Brichetto a los 64 minutos. Al finalizar el partido hubo disturbios, acaso los primeros de envergadura en el clásico
Todavía radicado River Plate en La Boca, el encuentro se realizó en una oportunidad más, en 1919: fue empate a cero. Pero ese año se produjo la segunda escisión de la entidad rectora, por lo que, hasta 1927, al jugar en asociaciones diferentes, los dos clubes no se vieron la cara. Cuando lo hicieron, River Plate ya se había afincado en Palermo desde 1923, aunque su sede permaneció en la avenida Almirante Brown 1331 por muchos años más.
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Texto extraído del libro