Jean-Louis André Théodore Géricault nació el 26 de septiembre de 1791 y vivió solo 32 años. Tuvo una existencia intensa y complicada, con tendencias autodestructivas que volcaba en obras escabrosas, con representaciones de locura y cadáveres, a través de los cuales denunciaba su desencanto con la conducción de la monarquía reinstalada en Francia y, a su vez, su frágil equilibrio emocional.
Siendo aún un joven y prometedor pintor, Géricault sedujo a la esposa de su tío, sólo seis años mayor que el artista. La relación evolucionó en la clandestinidad hasta que Alexandrine, tal el nombre de su “tía”, quedó embarazada y allí se descubrió la trama de esta relación indebida. Alexandrine fue alejada de los lugares que solía frecuentar y Géricault se refugió en su taller, desvinculándose del asunto y sin volver a verla a ella o al hijo que trajo al mundo (este fue reconocido como tal por el padre del artista después de la trágica muerte del pintor). Géricault se encerró en su estudio a trabajar incesantemente, se cortó el cabello y cargó con esa culpa por el resto de sus días.
Hacia 1820, fue contactado por el coronel Ambrosio Cramer, oficial francés al servicio del ejército argentino, quien le encomendó una serie de litografías sobre la gesta sanmartiniana (el cruce de los Andes, las batallas de Chacabuco y Maipú) y otra de Belgrano. Todas ellas ilustraron los libros de texto de historia nacional.
Antes de cumplir los 30 años, comenzó a pintar la que sería su obra más memorable, impresionado por el trágico hundimiento de la fragata de la marina francesa La Méduse frente a la costa de Mauritania, en julio de 1816.
El capitán de dicha nave era el vizconde de Chaumereys, un noble poco experimentado en el manejo de naves de esta envergadura y menos aún en aguas del Atlántico ecuatorial. Con el fin del régimen napoleónico, muchos antiguos monárquicos habían retomado altos puestos ejecutivos, aunque sus conocimientos y habilidades hubiesen quedado obsoletos.
Debido a la incompetencia del capitán, la nave encalló en un banco de arena y, después de los infructuosos esfuerzos por liberarla, decidieron hacer una balsa, ya que los síes botes de La Méduse eran insuficientes para transportar a las 400 personas a bordo. Más de 140 personas se apiñaron en la balsa de 20 m x 7 metros, que fue arrastrada por los botes. A los pocos kilómetros, las amarras se soltaron (o las soltaron para no estorbar el avance hacia la costa africana a solo 35 km) y el capitán –que estaba en uno de los botes– decidió dejar la balsa a su suerte.
El terror se apoderó de los náufragos al percatarse que habían sido abandonados. En los siguientes trece días, la ley del más fuerte imperó entre los tripulantes de esta balsa a la deriva. Veinte hombres se suicidaron la primera noche o fueron asesinados… los testimonios posteriores ante la justicia fueron contradictorios y confusos. En pocas horas se acabaron las galletas y también se agotó el agua potable. Solo quedó vino del que se adueñaron los 15 miembros de la tripulación que estaban armados.
Al cabo de una semana, sólo permanecían 27 pasajeros en la balsa. El sol, la sed, el frío de la noche y el hambre continuaron haciendo estragos entre los sobrevivientes, quienes recurrieron al canibalismo como fuente de alimento. Cuando el 17 de julio avistaron al Argus, apenas 13 de los 140 que originalmente abordaron la balsa, estaban vivos. El Argus los encontró por accidente, ya que el capitán de La Méduse nada aviso ni hizo maniobra alguna para rescatar a los hombres que había dejado a la deriva.
Cinco de los supérstites murieron en los días siguientes al rescate.
Poco tardó en difundirse la noticia del desastre y trascendieron algunas versiones sobre los asesinatos, escenas de terror y antropofagia que los sobrevivientes habían presenciado. La prensa agitó el fantasma del desastre, la inequidad y la incompetencia. Hugues Duroy de Chaumareys se convirtió en el símbolo de los privilegios inmerecidos de una aristocracia que había perdido sus valores.
El tema obsesionó a Géricault, quien había dejado de lado su interés por pintar caballos o exaltar la heroicidad de las tropas napoleónicas por temas más impactantes como retratos de hombres y mujeres desequilibradas (con el Dr. Étienne-Jean Georget exploró las facies de los enfermos mentales como base diagnóstica de trastornos psiquiátricos).
Para dar más verismo a la obra que lo obsesionaba, recurrió a la ayuda del cirujano Jean-Baptiste-Henri Savigny para estudiar cadáveres a fin de apreciar los efectos del rigor mortis y el color que imprime la putrefacción en los cuerpos. A lo largo de dos años, trazó varios bocetos de la obra, diseñando la posición de los cuerpos, la expresión de aquellos que lograron divisar el Argus en el horizonte y la desazón de los desahuciados.
Finalmente, dispuso a los personajes de la balsa en forma asimétrica, con un desorden intencionado, utilizando varias líneas directrices que determinan una estructura piramidal, sin puntos de fuga y con una disposición teatral. Entre los personajes reconocibles se ven los rasgos de su amigo Eugène Delacroix como uno de los moribundos (el que está a su izquierda). Curiosamente, esta obra está en una concurrida sala del Museo del Louvre, enfrentada a la pintura más conocida de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, donde el artista se autorretrata como uno de los combatientes en la revolución de 1830.
Este cuadro de grandes dimensiones (7×5 metros) que Géricault pensaba que sería adquirido por el Estado francés, causó un escándalo debido a la denuncia contra los responsables de esta masacre. Géricault llevó su obra a Londres, donde fue recibida con entusiasmo por la crítica.
Vuelto a Francia, continuó con su carrera artística y cabalgando enloquecidamente con una temeridad casi suicida. Una caída del caballo lo obligó a permanecer en su lecho del que ya no se levantó. Los médicos diagnosticaron una complicación ósea de la tuberculosis. Los que bien lo conocían dijeron que había muerto por exceso de amor.
Guericault falleció el 26 de enero de 1824 y su cuerpo fue enterrado en el cementerio del Père Lachaise. Sobre su tumba se alza un monumento que retrata al pintor sosteniendo su paleta y pinceles a la vez que en un bajo relieve se aprecia la imagen de esta balsa a la deriva, símbolo de una vida, de una tragedia y una nación.