Desde el 2017, el 15 de septiembre ha sido consagrado como el Día de la Democracia por la ONU. Todos sabemos que Grecia fue la cuna de la democracia, pero esta no se gestó de la noche a la mañana; fue un proceso gradual del pueblo ateniense para adaptarse a los cambios económicos y sociales que debía enfrentar en el siglo VI a.C.
La población de Atenas crecía y los recursos para satisfacer sus necesidades eran escasos. La mayor parte de la producción provenía de minifundios que debían doblar la sexta parte de lo que producían a los terratenientes.
Cuando el clima favorecía la cosecha, la renta se podía pagar sin grandes problemas, pero cuando el tiempo no acompañaba, los granjeros o geomoros no podían cumplir con estos compromisos y pagaban sus deudas con su propia libertad: terminaban siendo esclavos de sus acreedores, que generalmente pertenecían a las clases más acomodadas.
A medida que el número de esclavos aumentaba, se produjo un enrarecimiento del clima político con expresiones violentas y conflictos que dejaron a Atenas al borde de una guerra civil. En el año 594 a.C., Solón, un magistrado y también poeta, fue elegido como arconte, es decir, a cargo del gobierno de la polis.
Hombre viajado y sincero patriota, su fama de moderado lo llevó a mediar en el conflicto entre el bando popular y la aristocracia, que con los años era más rica y poderosa. Aunque las clases populares reclamaban cambios radicales en la cuestión de la repartición de la tierra, Solón favorecía un gradualismo mesurado.
Él creó la nueva Bulé, un consejo de 400 miembros que aseguraba la representatividad deliberativa y administrativa de los atenienses. Curiosamente, no eran elegidos por voto, sino por sorteo, ya que se creía que cualquier ciudadano estaba capacitado para ejercer una función pública.
Como esta protodemocracia no resolvió todos los problemas, medio siglo más tarde, Clístenes redistribuyó los distritos electorales y estableció la “isonomía”, es decir, la igualdad de los atenienses ante la ley. Los miembros del Bulé pasaron a ser elegidos anualmente entre los voluntarios y solo podían hacerlo por dos periodos.
Entre las funciones de la Bulé se destacaba la “Grafé paranomon”, prerrogativa de este cuerpo orgánico para defender la democracia de los excesos de la mayoría soberana y protegerla del clientelismo y los demagogos (según Aristóteles, los enemigos mortales de la democracia). Fue en esta época que se estableció el recurso de apelación de los fallos, ya que cualquier injusticia individual implicaba una lesión a toda la sociedad.
La Bulé también permitía denunciar casos de corrupción (eisangelia) y exigía la rendición de cuentas de los magistrados al final de su mandato. A su vez, los ex arcontes, al abandonar su cargo, ingresaban al areópago, institución que tenía el voto decisivo en la elección de los arcontes.
La nueva legislación prohibió la esclavitud de los campesinos deudores y disminuyó los intereses de las deudas contraídas para evitar el empoderamiento de los terratenientes. Si bien se mantuvieron las severas leyes de Dracón (del que deriva el termino draconiano), se limitó la pena capital, pero se exigió el ostracismo de algunos infractores.
La democracia griega era compleja con normas que fueron cambiando a lo largo del tiempo. Nos han enseñado que la democracia es el gobierno del pueblo, pero etimológicamente “Demos” no significa exactamente “pueblo”, sino que es un neologismo fruto de la unión de las palabras “demiurgos” (artesanos) y “geomoros” (habitantes de la tierra o campesinos). Es decir, para los griegos, la democracia era el gobierno de los artesanos y campesinos.
En este día, vale recordar la célebre frase de Churchill sobre la democracia donde la declara como el peor sistema de gobierno hecha la excepción de todos los demás. Probablemente Churchill haya tenido en mente la frases de Thomas Carlyle: “Yo no creo en la sabiduría colectiva de la ignorancia individual”.
En la misma línea de pensamiento, Borges creía que “la democracia es un abuso de la estadística”. Y ese abuso puede caer en la arrogancia fatal de imaginar que la mayoría hace siempre lo correcto, aunque menos aún se debe creer en la infalibilidad de los iluminados autócratas que fatigan al atroz encanto del antisistema, miedos que ya tenían los atenienses en tiempos de Aristóteles y continuamos padeciendo veinticinco siglos más tarde.
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Esta nota también fue publicada en CLARÍN el día 15 de septiembre 2023