Juan Bautista Alberdi: Gobernar es mucho más que poblar

Juan Bautista Alberdi, recordado por muchos como el padre de la Constitución, es una figura ineludible en los estudios de la historia de las ideas en la argentina. Tucumano de nacimiento, vivió y estudió en Buenos Aires y en Córdoba, lugares donde adquirió toda clase de saberes desde la música hasta las leyes. Se codeó con los grandes intelectuales de su tiempo, fue parte de la Generación del 37 y fundador, junto con Esteban Echeverría, del movimiento “La Joven Argentina”, razones por las que durante el gobierno rosista fue perseguido, censurado y empujado a vivir en el exilio en Montevideo y Valparaíso.

A pesar de todas sus complicaciones, nunca dejó de escribir y de desarrollar su pensamiento, firmemente fundado en el liberalismo político y económico. De toda esta trayectoria es, sin embargo, en sus escritos del contexto de la Argentina post-Caseros donde en general uno se detiene. Son estos escritos los que están en gran parte consagrados, en definitiva, a la aplicación de todo su ideario liberal y, especialmente, a la planificación del nuevo país que se perfilaba en 1852. Si bien algunas partes del pensamiento alberdiano han quedado obsoletas –después de todo, estamos hablando de textos centenarios–, resulta llamativo ver como hay partes de sus análisis que demuestran todavía una inmensa lucidez a la hora de juzgar la realidad argentina. A continuación se recogen algunas máximas extraídas de la obra alberdiana, especialmente de sus famosas Bases y puntos de partida para la organización política de la República argentina, que conservan y resumen la naturaleza de su pensamiento.

“La República posible antes que la República verdadera”

Si bien puede sonar contradictorio, ya que Alberdi también proclama insistentemente la necesidad de hacer Constituciones pensando en las necesidades específicas de cada pueblo, él también da un lugar a lo aspiracional. Este concepto de legislar para la “república posible” estaba fundado específicamente en el hecho de que los valores republicanos en la Argentina de mediados del siglo XIX estaban lejos de gozar de una amplia difusión. Esto llevaba a muchos, según Alberdi, al punto de creer que en América del Sur el “pueblo no está preparado para regirse por este sistema, superior a su capacidad”. Esta incapacidad, para muchos, sería una clara indicación de que el sistema republicano no era el mejor para este territorio y que era mejor pensar en otro tipo de gobierno. Frente a opiniones de este tipo, Alberdi, gran defensor de la idea de república, de alguna manera pide calma y considera que hay que evitar, como dice el dicho inglés, tirar al bebé junto con el agua del baño. En el pensamiento alberdiano, no porque el pueblo aún no este “preparado”, significa que la república no sea el mejor tipo de gobierno para estas tierras. El pueblo, considera, debe elevarse a las necesidades y los requerimientos que le marcan su tiempo y sus circunstancias. Según esta máxima, los Estados deben entonces construirse no sólo en base a lo presente, sino también en base a lo que pueden llegar a ser.

“La patria no es el suelo”

En la Argentina de 1852, después de años de guerras civiles y enfrentamientos, entre todas las problemáticas presentes, las más importantes se referían a tratar de definir qué es la patria, la nación, obviamente con vistas a cómo se iba a organizar. De la literatura de Alberdi se desprende que, para él, el cambio y el progreso son importantes en la nación y, con esto en mente quizás, es que elige distanciarse de lo material para definir la idea de patria. En Bases insiste sobre esta idea al decir: “Tenemos suelo hace tres siglos, y solo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y con su nombre.” Según Alberdi, entonces, la patria y el territorio tienen relación, ya que uno es parte de la identidad de la otra, pero no es este lazo de naturaleza exclusiva. La patria, en el pensamiento alberdiano, sería más un organismo, algo compuesto por distintos aspectos, incluso inmateriales, que contiene en sí la flexibilidad suficiente para alterarse y evolucionar, especialmente a través de los medios que Alberdi imagina para su desarrollo.  

“Gobernar es poblar”

Esta quizás sea una de las máximas más famosas de Alberdi, pero quizás a fuerza de repetición su sentido original se ha ido desdibujando. Al leer los textos alberdianos pareciera que su autor padecía de lo que en arte se conoce como horror vacui. A Alberdi lo atormenta la idea de tener que legislar para un país inmenso y vacío, un desierto, como él lo llama. Existen incontables menciones en su obra acerca de lo inútil que resultaría contentarse con educar a la diminuta población local y esperar lo mejor. Para Alberdi, el principal medio de lograr la prosperidad en el país es llenándolo de gente y rápido, especialmente a través de la inmigración. Para que esto suceda, imagina que “son necesarias dos cosas capitales: abrir las puertas de él para que todos entren, y asegurar el bienestar de los que en él penetran.” Es decir, no sólo promover la entrada de gente, sino también asegurarse de que cuando lleguen puedan sentirse cómodos y seguros a través de la generación de garantías, la eliminación de las trabas económicas, la libertad de culto, y del destierro de los temores al extranjero.

Este último punto es especialmente importante para Alberdi, ya que considera que el miedo a la pérdida de soberanía, asociada al robo por manos extranjeras, está muy difundido en la sociedad argentina del 1850, heredera de la lucha por la independencia española y testigo de varias incursiones imperialistas en su territorio. Frente a esta realidad innegable, para Alberdi lo que hace falta no es menos que un cambio de mentalidad importante. Él requiere a sus compatriotas que no se tema por la desaparición de a nacionalidad argentina, lo que sea que eso fuera en 1852. En este punto recuerda que “el suelo prohija a los hombres, los arrastra, los asimila y los hace suyos”. Esta mezcla, este acto de apropiación de lo externo por parte de la nación, es para Alberdi sumamente positivo y, de alguna manera, neutraliza estos temores. Es esta acción la que dará lugar, no a una nueva nacionalidad, sino a una idea nueva de lo que es ser argentino. Y es este nuevo pueblo, más plural, pero igual de argentino, el que hará progresar a la nación.

“Un hombre laborioso es el catecismo más edificante”

Ahora, ¿da lo mismo de dónde vengan estos inmigrantes? Para Alberdi, por supuesto que no. Su República posible será poblada por inmigrantes de las naciones del norte, hombres dados al trabajo por su raza, según Alberdi. Hoy quizás esta discriminación suena caprichosa, pero Alberdi imagina una nación poblada de hombres estereotípicamente  anglosajones  por la simple razón de que, a su juicio, eso es lo que el país necesita. La idea, en el fondo, es que lo que hace falta en el país es trabajo. Esta necesidad es doble, ya que por un lado existe la demanda de trabajo manual, el de los obreros y constructores, y  por otra la del trabajo intelectual, el de los ingenieros que planificaran las obras. Además de proveer de hecho los proyectos y la mano de obra que traerá aparejada el progreso de la nación, el trabajo de estos anglosajones además tendría un valor pedagógico sobre la población local. El trabajo realizado, codo a codo con los inmigrantes, edificará al pueblo argentino y lo educará en los valores del progreso. En definitiva, el país de Alberdi, no necesita más abogados o teólogos, algo que queda claro cuando sentencia, incluyéndose: “Los abogados no servimos para hacer caminos de hierro, para hacer navegables y navegar los ríos, para explotar las minas, para labrar los campos, para colonizar los desiertos; es decir, que no servimos para dar a la América del Sur lo que necesita.”

“Aspiramos todos a ser héroes y nadie se contenta con ser hombre”

“O la inmortalidad o nada” continúa esta reflexión. Para Alberdi, otra de las razones por las que costaba tanto pensar en la construcción de la nación hacia 1852 era el problema relacionado a una mentalidad que, si bien era hija de la revolución por la independencia, ya estaba rancia. En América del Sur era más difícil planificar y construir que destruir. Nadie, para Alberdi, quería sentarse detrás de un escritorio a planificar los proyectos que engrandecerían a la nación, la única forma de definirse como un hombre de relevancia en esa sociedad era a través de la gloria. Gloria, que sólo se obtenía por la acción militar y el derramamiento de sangre. La anonimidad, de alguna forma, y el trabajo colectivo era lo que necesitaba la república verdadera de 1852 para transformarse en esa república posible.

Hacia inicios de 1870, esta idea original esbozada en Bases, tristemente, parecía seguir teniendo relevancia. En una obra tardía como es El Crimen de la Guerra Alberdi se lamenta aún al reflexionar sobre este tema. En Sudamérica, el deseo de la gloria militar aún era importante y su objeto, dice, “es amontonar ruinas, ruinas gloriosas, ruinas monumentales, pero ruinas”.

“Siempre que se exija una guerra previa y anterior para ocuparse de construir el país, jamás llegará el tiempo de construirlo”

Esta frase, extraída de una de las famosas Cartas Quillotanas  de 1853 dirigidas a Sarmiento, se desprende en parte de la idea del heroísmo y demuestra nuevamente la lucidez de Alberdi a la hora de diagnosticar los males de la nación, que aún hoy de alguna forma aquejan a la Argentina. La República, a mediados del siglo XIX, no había conocido todavía una idea de nación basada en un proyecto coherente que velara por su progreso, y para Alberdi el contexto post-Caseros era ideal para empezar a formarla. La frustración de Alberdi, en este caso, se debe a que ve como, aún después de haber postergado la organización nacional por casi medio siglo, lo que el creía que era una oportunidad para empezar a pensar a futuro, no era más que el inicio de un nuevo conflicto para otros. Esta necesidad de “guerra” constante, sea por la gloria o por el provecho, nos ha vuelto “eximios en el arte de voltear gobernantes”, cómo asegura Alberdi.

Según su pensamiento, había que hacer todo lo contrario. Lejos de las persecuciones, la nación debe construirse dando garantías a quien antes fue el enemigo y haciendo que los principios sobre los que se va a basar el engrandecimiento de la patria se extiendan por todos los rincones de su territorio. Para que todo esto sea posible, para que se asegure el progreso, la paz es un atributo necesario. Sin paz, nada es posible. Y para que haya paz, según Alberdi, debe haber ley. El caos, la anarquía, la destrucción del enemigo interno, no son formas de proyectar una nación.

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