El descanso que tanto le hacía falta a Edgar Allan Poe

In an instant I seemed to rise from the ground.

But I had no bodily, no visible,

audible or palpable presence

Edgar Allan Poe (“A Tale of the Ragged Mountains”, 1844)

En 1847, después de la muerte de su querida esposa Virginia Clemm, Edgar Allan Poe cayó en un pozo depresivo y volvió a beber compulsivamente. En Baltimore, después de haber recaudado fondos para una nueva revista literaria, lo encontraron delirando en la calle a plena luz del día. Nadie sabe qué fue de la vida de Poe durante los días previos a su muerte. Un tal Joseph Walter, periodista del diario Sun, le envió una nota al doctor Snodgrass, un amigo de Poe, en la que le advirtía sobre el lamentable estado en el que este se hallaba. Poe fue encontrado en un callejón, vestía un traje barato (sus ropas habían sido cambiadas) y nada le quedaba del dinero que había recaudado para su revista Stylus. Conducido al Washington College Hospital, Poe no recuperó el sentido. En su delirio, gritaba: “¡Reynolds, Reynolds!”, quizás un eco de su cuento Manuscrito hallado en una botella. Lo último que se le escuchó decir claramente fue: “Señor, ayuda a mi pobre alma”. Poe, el atribulado autor de tantos cuentos memorables, murió el 7 de octubre de 1849. La causa de defunción, según el registro del hospital, fue edema cerebral por intoxicación étilica.[1] Dos días después, fue enterrado en una tumba sin nombre, en el cementerio presbiteriano de Baltimore, cerca del sepulcro de su abuelo, el general Poe. Pronto, sus admiradores llegaron de todas partes para honrar su memoria.

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En 1875, el ataúd de Poe fue desplazado dentro del mismo cementerio hacia un lugar más destacado. Su esposa fue enterrada a su lado. En 1885, se abrió nuevamente esta tumba, para alojar los restos de la hija de Poe. En la oportunidad, se examinó el cuerpo del escritor, que presentaba, según los testigos, una dentadura en excelente estado de conservación, mucho mejor a la que luciera en vida. De esta observación, nació la versión de que quien todos creían que era Poe, no sería más que un joven soldado llamado Mosher. Esta confusión pudo haberse ocasionado porque la tumba de Poe no había sido correctamente individualizada.

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Sea quien fuere el que está allí enterrado, esta bóveda se ha convertido en el centro de una curiosa costumbre. Desde 1949, cada noche del 19 de enero (víspera del cumpleaños de Poe), un desconocido cubierto por una capa y antifaz deposita, al pie de la tumba del autor, una botella de coñac Martell y tres rosas rojas en honor a cada una de las tres personas que habitan este sepulcro. ¿Será Poe uno de ellos?

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Las botellas, posteriormente, se exhiben en la casa-museo del escritor que existe en la misma ciudad de Baltimore.

La conducta errática de Poe por su alcoholismo le había granjeado la antipatía de la comunidad literaria de su tiempo. Los obituarios de los periódicos no fueron precisamente laudatorios. Uno de ellos, el Journal of Commerce, le deseaba a Poe haber encontrado “el descanso que tanta falta le hacía”.

 

[1]. El tema se ha prestado a controversia a punto tal de que algunos profesionales sospechan que murió de rabia. Otros sostienen que fue secuestrado por una banda que lo golpeó hasta dejarlo inconsciente.

 

Texto extraído del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato. Disponible en librerías y en OLMO EDICIONES.

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