“Partiré de forma elegante”: Los últimos días de Einstein

Discutía sobre la naturaleza de la realidad con Niels Bohr y sobre el sentido del tiempo con Henri Bergson y de la naturaleza de los átomos con Max Planck … la vida de Albert Einstein era una constante elaboración intelectual sobre las preguntas básicas del mundo que lo rodeaba.

Era obvio que meditase sobre la muerte y lo que había después del final, a la que todos estamos condenados, más cuando él sabía que sus días estaban contados.

En 1948 el cirujano alemán Rudolph Nissen, del Hospital Hebreo de Brooklyn, sospechó que el genio padecía un aneurisma abdominal. Al detenido examen de su abdomen se palpaba (y según algunos, hasta podía verse) un latido. De hecho, este signo en semiología médica lleva el nombre del científico.

En una época de tecnología más rudimentaria, los médicos estaban acostumbrados en confiar en su sentido de observación: inspeccionar con ojo crítico a las personas (cómo camina, cómo mira, etc.). Había que auscultar, palpar y hasta oler. Había que ver y tocar para saber qué padecía el paciente. El médico se entrenaba para inspeccionar, de allí que fuese un médico (Sir Charles Bell) quien inspiró la figura de Sherlock Holmes, y un médico, Sir Conan Doyle quien lo escribió… pero eso pasó de moda ,y  de observar, palpar y auscultar pasamos a las imágenes y el laboratorio. Hasta a veces está “mal visto” querer ver y tocar… así que se obvian unos pasos de la clásica consulta y asunto arreglado …bueno, no tan arreglado porque todo resulta más caro y burocrático .

Pero volvamos a Einstein, el Dr. Nissen le sugirió que se operara no solo para confirmar el diagnostico, que para el cirujano estaba bastante claro, sino para utilizar un nuevo tratamiento del aneurisma abdominal que aun hoy tiene un alto índice de mortalidad si no se toma a tiempo. El Dr. Nissen le abrió el abdomen y efectivamente encontró una dilatación de la aorta del tamaño de una naranja. Con sumo cuidado envolvió al aneurisma con celofán, una película plástica recientemente descubierta que debía provocar fibrosis y así estabilizar la pared de la aorta. Por los próximos cinco años Einstein pudo seguir con su tranquila vida en Princeton, enseñando, tocando el violín y promoviendo por todos los medios a su alcance la limitación del uso bélico de la energía nuclear que él y Leó Szilárd habían propuesto al presidente Roosevelt a fin de contrarrestar el esfuerzo nazi por si desarrollaban una bomba atómica. Al final el Proyector Manhattan concluyó con las bombas norteamericanas arrojadas sobre Japón.

Los dolores abdominales  se agudizaron en 1954 y en algún momento se barajó la posibilidad de que Einstein sufriera una colecistitis crónica (de hecho, algunos textos afirman que el problema de vesícula fue la causa de su muerte). El aneurisma estaba evolucionando y sabían que de no operarse su muerte era inminente (también si se operaba, porque entonces la mortalidad era muy alta). El dolor era tremendo y lo obligó a ingerir opio, pero sobrellevó la enfermedad con entereza.

Era menester operarlo, pero Einstein rechazó la intervención:  “He hecho mi contribución, ahora es el momento de partir y lo haré de manera elegante”. Para los detalles finales contó con la leal asistencia de su secretaria de tantos años, la Sra. Helen Dukas, que hizo un recuento de sus últimos días.

“Extraña es nuestra situación en este mundo”, escribió el físico , “cada uno viene por una corta visita, sin saber por qué, aunque a veces parece cumplir una finalidad divina… Ponderar la razón de la propia existencia o el sentido de la vida en general, me parece, desde el punto de vista objetivo, una mera tontería. Y, sin embargo, todos tenemos ideales que nos guían. En mi caso han sido la bondad, la belleza y la verdad. Nunca ha sido mi meta el confort ni la felicidad… un sistema ético construido sobre esta base solo puede ser suficiente para un rebaño de vacas”.

Él objetaba lo que él llamaba “el culto de los individuos”, pero con la asistencia de la Sra. Dukas contestaba miles de cartas por semana. “¿Por qué será que nadie me entiende y, sin embargo, le simpatizo a todo el mundo?” se preguntaba Einstein.

No obstante, entre “todo el mundo” no estaba su familia… Einstein se había divorciado 35 años antes de su primera esposa, Mileva Marić, una física serbia que lo había ayudado con sus primeros trabajos científicos. Sin haberse casado tuvieron una hija (Lieserl) que dieron en adopción y de la que mucho no se sabe. La vergüenza de ser madre soltera y la adversión de los padres de Mileva por Einstein, impidió que se vieran por un tiempo. Al final, cuando Einstein consiguió su primer trabajo en la oficina de patentes de Zurich, el enlace se concretó y la pareja tuvo dos hijos, Eduard, un joven brillante, orgullo de su padre, pero con el tiempo padeció un trastorno mental que lo hizo pasar el resto de sus días en instituciones psiquiátricas (por ser esquizofrénico se le impidió el traslado a Estados Unidos cuando Einstein pidió asilo, así que Eduard pasó el resto de sus días sin ver a su progenitor).

Mileva y sus hijos de pequeños.

El otro hijo, Hans Albert, estudió ingeniería –a pesar de la oposición de su padre– y fue  ingeniero hidráulico en los Estados Unidos, conocido por su trabajo en la cuenca del Mississippi y su colaboración con otros proyectos hídricos en distintas partes del mundo.

Su segunda esposa, Elsa, era dos veces prima de Einstein y había muerto en el año 1936 en Princeton, de una insuficiencia renal. No tuvieron hijos propios, pero Elsa tenía dos hijas de su primer matrimonio, Margot e Ilse Löwenthal, con las que el científico no tenía mucho trato.

Dukas y Hans Albert  se encargaron de cumplir el último deseo de Einstein de ser cremado.

En la autopsia que se llevó a cabo, tanto el cerebro como los ojos del genio fueron extraídos para su estudio siguiendo el deseo de Albert Einstein, pero sin consultar a su familia. Por tal razón cuando el patólogo Thomas Harvey anunció una serie de estudios para determinar el porqué de la inteligencia superior del físico, la familia inicialmente su opuso. Después de un intercambio de opiniones, Hans permitió las investigaciones sobre el cerebro de su padre, pero solo si las publicaciones se realizaban en revistas científicas de jerarquía mundial. Los estudios llevados a cabo no echaron luz suficiente para establecer la naturaleza de la inteligencia de Einstein …y su cerebro terminó por muchos años en una lata con formol y finalmente unos cortes microscópicos se exhiben en el museo Mütter, en Filadelfia.

El Dr. Thomas Harvey (1912 – 2007) fue el patólogo que realizó la autopsia de Einstein en el Hospital de Princeton en 1955. – FUENTE: LIFE.COM

Para terminar, unas palabras sobre la relación con sus hijos. Como ya hemos señalado, su hija mayor se ha extraviado, el tema permaneció oculto por muchos años y nada se supo de su vida. Cada tanto, Einstein se preguntaba qué había sido de su existencia. Se cree que vivió en Serbia de donde su madre era oriunda.

A Eduard (que había comenzado a estudiar medicina por su interés en las teorías de Sigmund Freud) lo vio por última vez en 1935 antes de exiliarse definitivamente de la Alemania nazi. No se volvieron a escribir porque su hijo ya sufría un defecto esquizofrénico, y murió en 1965. Hasta el final de sus días tuvo un guardián legal que Einstein pagaba puntualmente (después lo hizo Hans).

Con Hans, su único supérstite, la relación fue más complicada. Como dijimos, se opuso a la carrera que eligió, pero las notas sobresalientes que obtuvo hicieron que Einstein se sintiese muy orgulloso de su hijo, a quien invitó a vivir en Estados Unidos en 1938. Einstein tuvo una extensa relación epistolar con Hans, quien era un individuo más práctico y concreto. “Pronto se convenció que yo era más terco y no volvió a tocar algunos temas”, comentó el hijo en un reportaje.

Después Einstein se opuso a la mujer con la que quería casarse, pero Hans lo desafió y en 1927 contrajo matrimonio con la filóloga Frieda Knecht –nueve años mayor que su cónyuge–. Al final no le quedó a Einstein otra opción que reconciliarse con Hans porque el matrimonio prosperó y al final le dio tres nietos.

Aunque padre e hijo vivían en Estados Unidos poco se veían porque uno vivía en la Costa Este y otro en California. “A veces es difícil tener un padre tan importante porque uno se siente poco importante”, solía decir el hijo de Einstein.

Una vez le preguntaron, justamente, qué se sentía ser el hijo de un científico tan famoso, a lo que Hans contestó: “Habría sido desesperante si no hubiera aprendido a reírme de la molestia, desde la infancia…”

Albert Einstein pudo conocer los secretos del universo, del tiempo y del espacio, fue el científico más conocido del siglo XX y su nombre se convirtió en sinónimo de genio, pero su relación con los demás, especialmente con su primera esposa y sus hijos, fue conflictiva y conflictuante.

Se puede aprender física, química y otras ciencias de los libros, se puede saber de filosofía, de biología y hasta de psicología … pero nadie te enseña el difícil oficio de ser padre.

Una foto de la oficina de Albert Einstein, tal como la dejó el físico ganador del Premio Nobel, tomada pocas horas después de la muerte de Einstein, Princeton, Nueva Jersey, abril de 1955. – Fuente: LIFE.COM
Desde la izquierda: mujer no identificada; el hijo de Albert Einstein, Hans Albert; mujer no identificada; la secretaria de toda la vida de Einstein, Helen Dukas; y su amigo, el Dr. Gustav Bucky (parcialmente escondido detrás de Dukas) llegando al crematorio de Ewing, Trenton, Nueva Jersey, el 18 de abril de 1955. – FUENTE: LIFE.COM
Ultimos Artículos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

TE PUEDE INTERESAR

    SUSCRIBITE AL
    NEWSLETTER