Guillermo Brown, que había nacido como William Brown en Foxford, Irlanda, el 22 de junio de 1777, siempre tuvo curiosidad (luego transformada en vocación), con respecto a andar por las aguas.
Se dice que a los 7 años se puso el saco de su padre y navegó el río con remos hasta llegar a los lagos Conn y Cullin, de su país natal. Cuando fue descubierto, su padre se enojó, pero el cura (su familia era fervientemente católica), lo “perdonó” sutilmente y le enseñó cómo había que usar los remos.
En una época en que el Reino de Irlanda estaba sacudido por insurrecciones hacia los ingleses, que reprimían dichos actos y-entre otras cuestiones-, perseguían a los católicos (la mayoría eran protestantes), Guillermo no tuvo otra alternativa que acompañar al padre hacia los Estados Unidos, tierra prometida de libertad. Allí no habría reprimendas por temas religiosos, e iban a ser apoyados económicamente por un amigo del padre hasta afincarse en la nueva nación.
Sin embargo, ese hombre enfermó y falleció. En Filadelfia, la familia del difunto amigo del padre no se hizo cargo de la promesa, y el padre del futuro almirante tuvo que gastar los magros ahorros que tenía hasta hundirse en la depresión y morir. A los 10 años, Guillermo Brown quedó huérfano en un país casi desconocido, hasta que entró en contacto con una embarcación.
Luego de recibir alimento y bebida, comenzó su carrera naval como grumete o aprendiz de marino. Llegó a ser capitán bajo bandera estadounidense, navegando por gran parte de las Antillas y el Océano Atlántico. Hasta que en 1796, fue primero apresado por un buque inglés, y luego por un navío francés.
Los galos, al ver que prestaba servicios para los británicos, lo enviaron como prisionero de guerra. Brown no tuvo tiempo para explicar su situación, pero sí la inteligencia necesaria para-finalmente-, poder escapar de la dura cárcel de Metz para Alemania, y más tarde, regresó a Inglaterra, donde prestó servicios a la marina.
Allí conoció a Elizabeth Chitty, con quien se casó en 1809. Sin embargo, Brown tenía intenciones de abandonar la Europa convulsionada por las guerras napoleónicas, y dedicarse al comercio fluvial en Sudamérica. Esta decisión hubo que consensuarla tanto con ella como con su familia, que no entendía por qué irse tan lejos.
A fines de ese año, llegó a Montevideo y para abril de 1810, desembarcó en Buenos Aires con una fragata de su propiedad. El destino le deparó encontrarse con la Revolución de Mayo, a la que rápidamente adhirió; muy posiblemente influenciado por los recuerdos de su infancia, en la que su Irlanda no podía librarse de las imposiciones de la corona británica.
Puso al servicio del gobierno sus naves y desarrolló acciones corsarias contra los realistas que dominaban los ríos interiores. Para marzo de 1814, el Directorio que presidía Gervasio A. Posadas le otorgó el grado de teniente coronel y lo puso al frente de la escuadra naval. El 15/3, luego de ser rechazado por los realistas, logró apoderarse de la isla Martín García.
Bajo la fragata “Hércules”, partió rumbo a la Banda Oriental, ya que ante el sitio de Montevideo por tierra, Brown convenció a Posadas y su Consejo de Estado de la importancia de realizar una acción naval.
El 17/5/1814 se dio el triunfo definitivo de Brown en el llamado “Combate Naval del Buceo”, que posibilitó la toma de Montevideo por parte de las fuerzas patriotas un mes más tarde (ver artículo Combate Naval del Buceo https://historiahoy.com.ar/combate-naval-el-buceo-n2057). Esta victoria fue fundamental para desviar la famosa expedición de Morillo hacia Nueva Granada (hoy parte de Colombia y Venezuela), y continuar peleando contra los realistas, que ya contaban con el regreso de Fernando VII al trono.
Convencido en no querer involucrarse en los conflictos internos de las entonces Provincias Unidas del Río de la Plata, se embarcó hacia el sur y luego cruzó hacia el Océano Pacífico. Como corsario argentino, ayudó a la gesta libertadora por vía marina, capturando y quemando embarcaciones realistas o españolas, además de sumar prisioneros a la causa, especialmente en el Callao, bastión enemigo lindante con Lima.
Más tarde, llega a la actual Colombia tras un altercado en Guayaquil, y allí termina su periplo contra el enemigo. Su próximo destino son las Galápagos, y luego las viejas conocidas “Antillas”. Con instinto de supervivencia, dadas las escasas provisiones y un inconveniente ocurrido en una de las colonias inglesas de Centroamérica, consigue regresar a Inglaterra, donde ya estaban Elizabeth y sus hijos.
Para 1818, volvieron a Buenos Aires. Siendo Brown despojado de sus bienes y hasta encarcelado por algunos meses luego de aquella desobediencia de 1815, logró remediar la situación un viejo conocido de los sucesos de mayo: Juan José Paso. A partir de ahí, se recluyó en su casaquinta de Barracas, el hogar que lo acompañaría hasta su muerte.
A fines de 1825, tras la famosa expedición de los “33 orientales” y el Congreso de La Florida, el Imperio del Brasil le declaró la guerra a las Provincias Unidas. En ese marco, los brasileños bloquearon Buenos Aires el 21/12, y la respuesta del gobierno argentino fue llamar a Brown, que hacía siete años que no participaba en la vida pública.
Fiel a su estilo, se sumó a la causa, ya con el grado de coronel mayor. A la cabeza de la corbeta “25 de mayo”, junto a los bergantines “General Balcarce” y “General Belgrano”-entre los más destacados-, logró contener el “arsenal” imperial.
Pese a la superioridad brasileña en número, con el genio estratega de Brown, se logró el triunfo en el “Combate de los Pozos” de Buenos Aires, el 11 de junio de 1826. Estas fueron las palabras de arenga del futuro almirante, previo a dicho combate: “Marinos y soldados de la República: ¿Veis esa gran montaña flotante? ¡Son los 31 buques enemigos! Pero no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues no duda de vuestro valor y espera que imitaréis a la Veinticinco de Mayo que será echada a pique antes que rendida. ¡Camaradas: confianza en la victoria, disciplina y tres vivas a la Patria!”
Brown y los suyos volvieron a disipar al enemigo en las costas de Quilmes, para más adelante vencer en el combate de Juncal, cuando el calendario ya marcaba febrero de 1827. Ese triunfo fue clave porque días después, se dio el triunfo de Ituzaingó, aunque en la práctica los brasileños siguieron resistiendo.
Tras el repudio de Rivadavia a su ministro Manuel José García, por el tratado preliminar de paz firmado con el Brasil que perjudicaba al país, el presidente-que tenía buena relación con Brown-, renunció. Finalmente, el entonces gobernador bonaerense Manuel Dorrego, hostigado económicamente y con la influencia de la diplomacia inglesa, firmó un nuevo tratado de paz con Brasil en agosto de 1828, que terminó con Uruguay como país independiente.
Brown había sido ascendido a lo que hoy se llama almirante, y si bien en un primer momento se inclinó por favorecer el derrocamiento de Dorrego por parte de Lavalle, nunca estuvo de acuerdo con el fusilamiento del ex gobernador. Ínterin, el almirante fue gobernador delegado de Buenos Aires, aunque él mismo le advirtió a Lavalle que sería por poco tiempo.
No llegó a conocer a San Martín porque el libertador decidió no volver a pisar Buenos Aires, ante la situación de sangre derramada entre hermanos, que no cesaría por varios años más. Quien sí estuvo en el encuentro fue uno de los segundos del almirante, Tomás Espora. Finalmente, Brown renunció al cargo en abril de 1829 y volvió a la tranquilidad de su hogar en Barracas.
Pero aún faltaba más: ante el bloqueo francés y posterior anglo-francés, quiso tomar parte en apoyo de la flota porteña, que vivía bajo el régimen rosista. El “restaurador” no se olvidaba de su pasado junto a Lavalle, pero sabía que nadie mejor que el almirante para hacerle frente a sus enemigos comandados por Fructuoso Rivera.
La lealtad a la patria de Brown estaba por encima de cualquier política. Así fue que en agosto de 1842, obtuvo la importante victoria en Costa Brava frente a la flota que comandaba el reconocido corsario italiano Giuseppe Garibaldi. “Déjenlo escapar, ese gringo es un valiente” fue la orden que impartió a sus subordinados cuando pretendían perseguirlo para ultimarlo, en un contexto de extrema violencia.
Una vez caído Rosas, el almirante Guillermo Brown fue uno de los pocos que continuaron en la Armada. Urquiza le reconoció sus “viejos y leales servicios a la República Argentina”. Retirado nuevamente en su casaquinta de Barracas, fue visitado por el almirante Grenfell, antiguo adversario en la guerra contra Brasil. Al manifestarle cuán ingratas eran las repúblicas con sus buenos servidores, un anciano Brown le respondió: “Señor Grenfell, no me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos”. Y continuó: “Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan 6 pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores”.
Finalmente, Guillermo Brown, mejor conocido como el “almirante Brown”, falleció el 3/3/1857, a los 79 años. Como ya detallé en la bajada, numerosas calles, avenidas, barrios, plazas, localidades y monumentos lo homenajean; además de ser el fundador de la futura Armada Argentina, y escuelas navales llevan su nombre. Pese a ser irlandés de nacimiento, el almirante Brown fue un defensor de Argentina, y también del Río de la Plata.