“No me verán temblar”: los sucesos del día que el rey Carlos I de Inglaterra fue decapitado

La mañana del 30 de enero de 1649 el rey Carlos I de Inglaterra, después de pocas horas de sueño, se vistió con la asistencia de su ayuda de cámara. Lo hizo lentamente. Ese día sería decapitado, acusado de traición a la patria que hasta pocos meses antes él regía.

En la batalla de Naseby (1645) los caballeros monárquicos fueron derrotados por las tropas de Oliver Cromwell, el dirigente puritano jefe del ejército que respondía al Parlamento. Carlos I intentó refugiarse en Escocia, pero sus aliados lo entregaron a los parlamentarios. El rey fue juzgado por la Corte de Justicia. Si bien la mayoría de los parlamentarios no querían condenar al rey, el ala más radicalizada, encabezada por el mismo Cromwell, destituyó a los moderados e impuso a 59 puritanos que votaron por la condena del monarca. La corte lo declaró culpable de abuso “de poder ilimitado y tiránico para gobernar a su antojo, menoscabando los derechos y libertades de las personas”. Carlos jamás se intimidó y rechazó la acusación, “ya que ninguna corte tiene jurisdicción ante un monarca”. Y, aunque los jueces sostenían que “no hay hombre sobre la ley”, le pidieron al rey que solicitara el perdón para atenuar la condena, pero Carlos perseveró en su posición. Finalmente, fue condenado a morir decapitado.

Cómo hacia 15 meses que no veía a sus hijos, le fue permitido al rey que pasase sus últimas horas con sus dos hijos menores. Carlos, el príncipe de Gales, había sido enviado a Francia para evitar su captura, pero sus hermanos habían quedado en Inglaterra. A Isabel, de 14 años, el rey le recomendó permanecer fiel a “la verdadera religión protestante” y a su hijo Enrique, de solo diez, le encomendó que jamás permitiese ser ungido rey por el Parlamento ya que sospechaba que podría ser manejado como un monarca títere de los parlamentarios.

Entre Isabel y Enrique, el rey dividió las joyas que aún tenía en su haber y pasó el resto del tiempo orando junto al obispo William Juxon.

El rey Carlos I de Inglaterra fue decapitado el 30 de enero de 1649

El 30 de enero se despertó temprano, después de una mala noche de sueño. Al vestirse pidió a su asistente que le pusiese dos camisas porque el clima estaba frío y así evitaría que los espectadores de la ejecución pensasen que tenía miedo. “No me verán temblar”, fue la frase que dejó para la posteridad.

Desde el patíbulo, Carlos se dirigió a los presentes: “Debo decirles que la libertad consiste en obtener del gobierno aquellas leyes por las que vuestras vidas y vuestros bienes os pertenezcan plenamente”. Después se inclinó y le pidió unos minutos al verdugo para rezar, él mismo dio la orden y de un corte certero fue decapitado. Se escuchó un gemido y la cabeza fue exhibida al público presente sin la fórmula habitual de “esta es la cabeza de un traidor”, pues Carlos no lo era.

Algunos de los presentes mojaron sus pañuelos en el charco de sangre del rey a fin de conservarla como reliquia. Para muchos había muerto un tirano, para otros un mártir.

Cromwell permitió que la cabeza cercenada fuese cosida al cuello para que, la familia real pudiese disponer del cadáver. Fue enterrado en privado en la cámara de Enrique VIll en la capilla Saint George del Castillo de Windsor. El ataúd permaneció extraviado por varios siglos hasta que fue recuperado por Jorge lV, en 1813 .

Gran Bretaña se convirtió en una república, pero gobernada por la mano de hierro de Oliver Cromwell, el Protector. Pasados veinte años y en ausencia del poder omnímodo de Cronwell, que había muerto, el hijo de Carlos l, el segundo en llevar ese nombre, volvió a ocupar el trono.

Carlos I fue juzgado por traición a su pueblo y condenado a morir decapitado

La primera medida fue retaliatoria: ordenó juzgar a los “regicidas” que aún vivían. Nueve fueron ejecutados y el resto condenado a penas menores. Aquellos que habían muerto, como el mismo Cronwelll, fueron desenterrados, decapitados y su cabeza clavada en un picas para mostrar las consecuencias de aquellos que se atreviesen a su llevarse contra la voluntad de un rey .

Sin conocer la historia no podemos entender el plenamente el presente. Eso no quiere decir que podamos evitar errores del pasado. Solemos repetirlos con insistencia casi suicida. La historia de occidente es una larga sucesión de conflictos entre aquellos que disputan el poder. ¿Quién es más poderoso, el Papa o el Rey ? ¿El poder es una concesión divina o emana del pueblo? ¿El monarca es más poderoso que el Parlamento? ¿El poder ejecutivo o la Justicia? Cromwell falló en instalar una república porque tuvo un poder que eclipsó al Parlamento, convirtiéndose en un monarca de hecho que hasta llegó a proyectar el poder en su hijo .

A la humanidad le llevo tres mil años de historia llegar a la división de poderes y su delicado equilibrio que solo persiste bajo la observación de las leyes.

Y todo empezó a comprenderse cuando un rey pidió otra camisa para no temblar antes que su cabeza rodara sobre un patíbulo.

ESTA NOTA TAMBIÉN FUE PUBLICADA EN La Nación

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