Bernardo me indicaba y sonreía
para que mirase arriba; mas yo estaba
ya por mí mismo como él quería;
porque mi vista, venida sincera,
más y más se metía por el rayo
de la alta luz que en sí misma es verdadera.
Dante: “La Divina Comedia”.
Paraíso, Canto XXXIII
Según las doctrinas espiritistas, algunos muertos siguen enviando mensajes a los vivos desde el “otro lado” para transmitirles las pautas a seguir en todo aquello que no pudieron hacer en vida o para comunicar cierto conocimiento del “más allá”. De ser cierto, no sería de extrañar que esta actividad tan “sui generis” se produjera en el campo artístico y literario.
Uno de los episodios más venturosos, donde no hay un ápice de tenebrismo, es el que se refiere a la figura de Dante Alighieri, aunque en este caso al Dante muerto, cuyo cuerpo se encuentra enterrado en la ciudad de Rávena. Desde hace siglos viene corriendo una leyenda que asegura que al morir el poeta en esa misma ciudad de Rávena, en el mes de septiembre de 1321, se buscó afanosamente los manuscritos de los 13 últimos cantos de su insigne obra, La Divina Comedia, los que correspondían al Paraíso. No había forma de localizarlos hasta que al final, después de unos meses, los encontró su hijo menor Jacobo Alighieri a raíz, ya ven por dónde, de un sueño. Pero no era un sueño cualquiera. En el mismo creyó ver al espíritu resplandeciente de su padre quien le decía en qué escondrijo de su habitación estaban resguardados…
¿Tiene alguna credibilidad esta leyenda que se ha repetido con cierta frecuencia?
Dante, el metódico
La vida de Dante está marcada por tres acontecimientos cruciales: su amor platónico por Beatrice Portinari, su actividad política como güelfo blanco que le granjea un destierro de Florencia en el año 1302 y la larga elaboración de su Divina Comedia.
En sus peores momentos, huye a Verona al amparo de su protector Cangrande della Scala y tres años después le conceden una amnistía, siempre y cuando pagara una importante suma de dinero y además se sometiera a un consejo público en el que se le reconocería como delincuente público. Dante no quiso pasar por el aro de esta vergüenza y sólo después de la guerra consiguió que se le conmutara la pena de muerte por la de prisión a condición de que jamás volviera a Florencia, su ciudad natal. Dante no acudió esta vez tampoco y su condena de muerte fue ampliada a sus hijos.
Estos tres hechos, uno relacionado con el amor, el otro con la guerra y el otro con la literatura, confluyen en la creación de su obra maestra, La Divina Comedia, que se pone a escribir desde el exilio y que está inspirada por la memoria de su amada Beatriz, que murió cuando Dante contaba tan sólo 25 años de edad. Aunque siempre hay alguien que opina que la inspiración le vino por otras vías…
Dante tenía costumbres fijas en la última etapa de su vida en la que, por motivos políticos, tuvo que refugiarse en Rávena con sus hijos desde 1318. Era habitual en él que, tras escribir seis u ocho cantos de su obra, enviarlos sin demora a Cangrande della Scala, jefe gibelino de Verona y mecenas de literatos (al que incluye en el Paraíso). Él era el primero en leerlos y dar su aprobación. Luego escribía varias copias para quien las quisiera leer. De esta singular manera envió todos sus cantos uno por uno menos los trece últimos y sin dar noticia a nadie de que los había escrito.
Los 13 últimos cantos
Dante murió entre el 13 y el 14 de septiembre de 1321 rodeado de sus hijos tras varios días de delirio provocado por unas intensas fiebres, quizá de malaria. Durante la agonía no soltó palabra. Fue enterrado con toda solemnidad en la Iglesia de San Pier Maggiore (llamada más tarde San Francisco de Asís) en Rávena. Así que durante meses, hijos y discípulos estuvieron buscando esos cantos perdidos sin resultado alguno. Sus amigos se lamentaban de que Dios no le hubiera dado vida suficiente para poder concluir su Divina Comedia. Como no los encontraron por ninguna parte dejaron de buscarlos. Y aquí es donde ocurre algo muy extraño…
Para conocer la realidad de los hechos hay que irnos a su contemporáneo Giovanni Boccaccio y lo que sobre este curioso asunto cuenta en su obra Trattatello in laude di Dante (1351), traducida al castellano como Vida de Dante. Boccaccio fue autor de El Decayeron y, por tanto, era un hombre de su tiempo, muy apegado a lo sensual y lo terrenal y muy poco dado a comentarios sobrenaturales, de ahí la importancia de su testimonio por dos motivos: por ser coetáneo de su amigo Dante y, por lo tanto, transcribir los hechos con muy pocos años de diferencia desde que ocurrieron, y porque no es sospechoso de fantasear en sus relatos sino más bien todo lo contrario.
Al parecer, siguiendo el argumento que nos propone Boccaccio, Dante Alighieri no tuvo intención de publicar esos trece cantos debido a su contenido, pero desde el más allá no quería que esos cantos finales, correspondientes al Paraíso —y que tanto esfuerzo le había supuesto escribir— se pudrieran de mala manera en su escondite secreto. Viendo lo ineficaces que eran sus hijos para encontrar nada, decide tomar medidas drásticas y aparecérsele a uno de ellos en un sueño ocho meses después de su fallecimiento. Dante se presenta con sus mejores galas, como espectro resplandeciente, de tal guisa que dejó impresionado a su hijo Jacopo para el resto de su vida. Así es como cuenta textualmente la escena Boccaccio en la obra citada:
Iacopo y Pietro, hijos de Dante, ambos poetas, persuadidos por algunos de sus amigos, se pusieron a suplir la obra paterna en la medida de sus posibilidades, para que no quedara inacabada; entonces se apareció a Iacopo, que era mucho más aplicado en esto que su hermano, una admirable visión, que no solo lo apartó de la estulta presunción, sino que además le mostró donde estaban los trece cantos que faltaban a la Divina Comedia, y que no habían sabido encontrar.
Un hallazgo anunciado
Boccaccio continúa su relato diciendo que el estupefacto Jacopo (Jacobo para los amigos) se fue a ver a Piero Giardino, un famoso notario de Rávena, para contarle todo lo sucedido e ir juntos a buscar el lugar que le había indicado el espectro de su padre:
Contaba un valiente hombre de Ravenna, llamado Piero Giardino, durante mucho tiempo discípulo de Dante, que pasado el octavo mes de la muerte de su maestro una noche, cerca de la hora que llamamos “maitines”, fue a su casa el ya citado Iacopo y le dijo que aquella noche, poco antes de esa hora, había visto en sueños a su padre Dante, vestido de blanquísimas vestiduras y con una luz inusual resplandeciéndole el rostro, que fue a él; y le pareció que le preguntaba si estaba vivo y oyó que le respondía que sí, pero en la vida verdadera, no en la nuestra; por lo que además de esto, le pareció que le preguntaba si había terminado su obra antes de pasar a la vida verdadera, y que si la había concluido, dónde estaba lo que faltaba que ellos no habían podido encontrar. A esto le pareció que había oído como respuesta la segunda vez:
— Sí, la terminé.
A continuación le pareció que lo tomaba por la mano y lo llevaba a la habitación en la que acostumbraba a dormir cuando vivía en esta vida y tocando en su sitio, decía:
— Aquí está lo que tanto habéis buscado.
Y tras decir estas palabras, le pareció que el sueño y Dante se marchaban.
El relato parece inverosímil pero no termina aquí. Los dos fueron al lugar indicado por Dante a ver qué pasaba, para comprobar si era un espíritu verdadero o una falsa ilusión quien le había mostrado todo aquello:
Por este motivo, quedando aún gran parte de la noche se pusieron en marcha juntos, fueron al lugar indicado y allí encontraron una estera sujeta al muro, que levantaron con facilidad y vieron en el muro un ventanuco que nunca había sido visto por ninguno de ellos y que tampoco sabían que estuviera allí, y allí encontraron los escritos, todos mohosos por la humedad del muro y próximos a corromperse si hubieran estado más tiempo en aquel lugar; limpios del moho, al leerlos vieron que contenían los trece cantos tan buscados por ellos.
Contentísimos por esto, una vez reescritos según la costumbre del autor, primero los mandaron a micer Cane, y luego, los unieron a la
inacabada obra como convenía. De tal forma aquella obra reunida a
lo largo de muchos años, se vio terminada.
Y lo que son las cosas, si lo que nos cuenta Boccaccio es cierto hay que reconocer que sin este providencial —y espectral— hallazgo hoy estaríamos leyendo La Divina Comedia con una divina censura impuesta por el destino, nada menos que los últimos 13 cantos.
Esoterismo dantesco
Muy a su pesar, se ha acuñado el adjetivo “dantesco” cuando alguien quiere describir una situación horrorosa. Si leemos los cantos dedicados al Infierno tampoco es para tanto, pero la fama es la fama. La Divina Comedia es mucho más que un viaje místico o literario, es un viaje iniciático a los territorios de ultratumba con una estructura que gira en torno al 3 y al 9, dos números cabalísticos cuyo simbolismo conocía Dante a la perfección.
En la famosa carta a Cangrande della Scala (1316), Dante fijó el alcance de su Comedia: «El sentido de esta obra no es único, sino que puede llamársela polisémica, es decir, de muchos sentidos; en efecto, el primer sentido es el que proviene de la letra, el otro es el que se obtiene del significado a través de la letra». Es un largo poema compuesto por 14.233 versos endecasílabos en terza rima, divididos a su vez en 100 cantos, uno de los cuales es el prólogo o introducción, por lo que cada una de las tres partes o libros (El Infierno, El Purgatorio y El Paraíso) contiene 33 cantos escritos en tercetos. Nueve son los círculos concéntricos del Infierno y nueve son las terrazas del Purgatorio (viaje acompañado por el poeta Virgilio) y nueve son los astros que conforman el Paraíso (acompañado en su recorrido por Beatriz).
La Comedia debe su nombre, según el saber medieval, a su movimiento ascensional: el asunto es horrible en el primer libro, pero esperanzador en el segundo y feliz en el tercero. El adjetivo Divina con que ha llegado hasta nosotros le fue agregado con posteridad.
René Guenón, Giovanni Papini y otros autores han sugerido que Dante era un iniciado y que eso se refleja en su vida y su obra. Dante llegó a escribir: “Los que tenéis el intelecto sano mirad la doctrina que se esconde bajo el velo de los versos extraños”. No en vano, parece demostrado que perteneció a una Orden o sociedad secreta llamada Los Fedeli d’Amore (Los Fieles del Amor) ocupando el cargo de Gran Maestre, cuyos miembros, entre los que se contaban Boccaccio, Petrarca el cardenal Francesco da Barberino, empleaban en sus escritos la forma poética de los trovadores. El investigador argentino Carlos Raitzin afirma que fue iniciado en los ritos templarios de los Fedeli: “Es San Bernardo mismo a quién él elige para que lo guíe en la última etapa de su ascenso a Dios”.
Dante puede presumir de tener dos tumbas, una en Rávena y la otra en el centro de Florencia, en la Basílica di Santa Croce, aunque siempre ha estado vacía.
Para quien quiera leer la Divina Comedia en su totalidad o algunos de sus capítulos, les dejo este enlace de Wikisource donde pondrán encontrar la obra completa: http://es.wikisource.org/wiki/La_Divina_Comedia
El auténtico rostro de Dante
Ya sabemos cómo era la cara de Dante Alighieri. Un estudio presentado por la Facultad de Ingeniería de Bolonia (Italia), en enero del año 2007, muestra “el verdadero rostro” del poeta italiano.
Los expertos han reconstruido la cara del poeta italiano partiendo del cráneo encontrado en 1921 en Rávena. Gracias a las nuevas tecnologías, han construido un busto de arcilla con los “verdaderos” rasgos de Dante. Hasta ahora, la iconografía que se tenía de él era la de los cuadros de Botticelli, de Rafael y de Giotto, donde se veía una gran nariz recta en una cara alargada. Incluso su primer biógrafo, Giovanni Bocaccio, lo describía en la Vida de Dante, de esta manera: “Éste nuestro poeta fue de mediana estatura, y, cuando llegó a la edad madura, iba algo encorvado y su caminar era grave y tranquilo, iba vestido siempre de honestísimos paños, con la ropa que convenía a su madurez. Su rostro era largo, nariz aguileña, los ojos más grandes que pequeños, las mandíbulas grandes, y el labio de abajo montado en el de arriba; de tez morena, con cabellos y barba abundantes, negros y crespos, siempre con el rostro melancólico y pensativo”.
Para la reconstrucción del rostro se basaron no solo en el cráneo hallado sino también en las diferentes mascarillas mortuorias que se hicieron del poeta.
En la imagen que se ha mostrado públicamente en 2007 por la Universidad de Bolonia se observa que la barbilla de Dante es grande pero no tan pronunciada como se creía y la frente alta y cuadrada. Y como una imagen vale más que mil palabras, aquí les presento el auténtico rostro de Dante…
Dante y el cannabis
La que ha liado la estudiosa británica Barbara Reynolds. En su obra Dante: el poeta, el pensador político, el hombre (2006), ha indagado en el lado oscuro del poeta y ha puesto en jaque muchas cosas que se conocían de Dante. Reynolds, famosa por haber realizado la mejor traducción de la Divina Comedia al inglés, revela un detalle totalmente desconocido: que Dante para inspirarse tomaba sustancias estupefacientes, entre ellas, cannabis y mescalina, un alcaloide que procede del peyote (aislado por primera vez en 1896, así que difícilmente lo pudo consumir Dante, aunque sí lo hicieron escritores como Artaud o Jean Paul Sartre).
Explica Reynolds que en la Florencia de aquella época había un grupo de poetas, del que formaba parte Dante, un grupo que tomaban pócimas con el fin de alcanzar el éxtasis y disfrutar de experiencias visionarias. Reynolds va todavía más lejos en sus especulaciones al dudar de la existencia de Beatrice, la musa inspiradora del poeta y su amor imposible. Si bien la opinión generalizada es que la “mujer-ángel” era la hija de Folco Portinari, que se casó con Simone Bardi y murió a los 24 años, la historiadora juzga probable, en su afán de desmitificarle, de que sólo fuera el fruto de la imaginación de Dante. Además, asegura que el poeta toscano en su juventud tenía amistades “vulgares” y que intercambiaba sonetos eróticos con Forese Donati, el primo de su mujer. Quién le ha visto y quién le ve…