Mucho más que una “zanja”: breve historia de Adolfo Alsina

El 4 de enero de 1829 nacía en Buenos Aires Adolfo Alsina. Desde la cuna se podía prever que estaba destinado a hacer política: como ya dijimos, su padre era Valentín, exitoso abogado y futuro dirigente unitario. La madre, por su parte, era Antonia Maza, proveniente de una familia con fuerte tradición federal. Sin embargo, los linajes que se unían en esa época para mantener cierto “status social”, eran comunes y más importantes que cualquier diferencia política.

Podríamos citar a los García-Mansilla (unitarios los primeros, federales los restantes), o al mismísimo Bernardino Rivadavia, republicano y “el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, según palabras del polifacético Bartolomé Mitre; pero casado con la hija del ex virrey Del Pino. Hay algunos otros ejemplos, pero no vamos a explayarnos en eso sino en la influencia que tuvieron sobre “Don Adolfo”, como algunos lo conocerían después.

En el contexto de cierta anarquía y violencia política y social, tras el movimiento liderado por Lavalle y el famoso fusilamiento de Dorrego en diciembre de 1828, tuvo sus primeros días de vida. Y, teniendo en cuenta las ideas de Valentín, tuvo que exiliarse a los 6 años junto a él y su madre rumbo a Montevideo; en tiempos en los que no se permitía disentir con Juan Manuel de Rosas, quien luego del asesinato de Facundo Quiroga, había logrado que la legislatura de Buenos Aires le concediera la “suma del poder público”.

La capital uruguaya fue el lugar predilecto de casi todos los opositores al régimen durante un largo tiempo. En el medio, cuando tenía 10 años, se enteró del asesinato de su abuelo, Manuel Vicente Maza, antiguo aliado de Rosas y exgobernador de Buenos Aires, por orden del mismísimo “restaurador”, luego de descubrir una conspiración en su contra. Misma suerte (en este caso, ordenando el fusilamiento), corrió su hijo, el coronel Ramón Maza, quien era tío de Adolfo.

Recién en 1.852, tras la batalla de Caseros, pudieron volver al país que lo vio nacer, y más precisamente, a su Buenos Aires querido, como cantara Gardel años más tarde. Mientras Valentín (no sin antes saludarse con ex ultrarrosistas como Lorenzo Torres), daba el salto a la política grande como ministro del sucesor de Rosas, el autor del himno Vicente López y Planes, Adolfo culminaba los estudios de derecho que había empezado en el país vecino.

Ya siendo abogado al igual que su padre, también se unió a este último en el mundo de la política, tomando partido por la secesión de Buenos Aires; enfrentada en esos años con la Confederación liderada por el vencedor de Caseros, Justo José de Urquiza.

Como todo integrante de la política nacional del siglo XIX, luchó en Pavón a pesar de no ser militar (estas 2 actividades estaban íntimamente ligadas). Por supuesto que lo hizo fiel a sus convicciones, es decir en favor de Buenos Aires, que finalmente logró el triunfo (si bien existen muchas teorías respecto al cómo, terminaron obteniendo la victoria).

Corría el año 1862 cuando Alsina fue elegido diputado nacional por Buenos Aires, ya con la república unificada tras la convención de 1860 para reformar la Constitución, en la que su provincia se reservó el derecho de hacerle los cambios que consideraba pertinentes. El presidente era Mitre, quien envió el proyecto de ley de federalización de Buenos Aires, lo que provocó la oposición de Alsina y un grupo que dio origen a la separación del entonces Partido de la Libertad.

A partir de allí, Adolfo Alsina fue el referente de este grupo de oposición al mitrismo, cuyo partido pasó a llamarse Nacionalista, y se creó así el Partido Autonomista. Desde su banca en el Congreso, Alsina logró que el proyecto del presidente no se convierta en ley, y en su lugar, se dictó la llamada “Ley de Residencia”: provisoriamente y por un período de 5 años, las autoridades del ejecutivo nacional residirían en la ciudad de Buenos Aires (por entonces, capital de la provincia), hasta que el Congreso decida un lugar para establecer la capital del país.

Luego de ser diputado, alcanzó la gobernación de Buenos Aires en 1866. Claro está que en ese tiempo, las capillas religiosas y los lugares de votación se tornaban ásperos, con cierta violencia desmedida por parte de quienes respondían a cada candidato. Si bien no existía el sistema que rige hasta hoy, hay estudios de destacados/as historiadores/as que afirman que la participación del llamado “pueblo” en política tuvo un lugar importante durante buena parte de este siglo.

Se avecinaban las elecciones presidenciales de 1868, las más emotivas que hubo-quizás-hasta la Ley Sáenz Peña inclusive. Mitre había perdido apoyo en los hombres influyentes del ejército y en algunos mandatarios provinciales por su proceder durante la Guerra del Paraguay. Envalentonado, Alsina era el candidato puesto, dada su popularidad en la provincia más importante del país, y algunos aliados que intentó cosechar. Sin embargo, en el interior no tenía apoyo y, cuando se dio cuenta de esto, entabló una alianza del autonomismo con el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento, quien se encontraba fuera del país siendo embajador en los Estados Unidos.

Sarmiento había participado en política, pero no pertenecía a ningún partido. Sus rivales apenas pudieron cosechar votos de electores por “regiones”, como Urquiza en el litoral por el viejo Partido Federal (a esa altura, totalmente desarmado), y Rufino de Elizalde, ministro y candidato de Mitre, en la fiel Santiago del Estero de los Taboada, y su vecina Catamarca.

Así las cosas, el sanjuanino ganó con comodidad en el Colegio Electoral, y Alsina hizo lo propio como vice. De hecho, cuando al viejo Valentín le tocó anunciar los resultados, no logró terminar de nombrar a su hijo, llevado por la emoción. Al año siguiente, poco antes de cumplir los 67, falleció.

Pese a que el triunfo de Sarmiento había llegado principalmente gracias al apoyo de Alsina, poco pudo hacer frente al carácter y la investidura del flamante presidente. El principal líder del autonomismo quedó relegado y tuvo que esperar a 1874 para volverse a lanzar a la primera magistratura.

Nuevamente, entendió que él solo no iba a poder imponerse como candidato, y esta vez, su principal aliado fue Nicolás Avellaneda, quien había renunciado a su cargo de ministro de Justicia e Instrucción Pública (educación) de Sarmiento para dedicarse de lleno a su carrera por la presidencia. Y así fue: mediante la formación de un nuevo partido que en teoría unía a los autonomistas con los nacionalistas, y que dio origen al Partido Autonomista Nacional (PAN), el tucumano fue electo presidente y Mariano Acosta (del autonomismo duro), vicepresidente.

Con el gobierno de Avellaneda, Alsina fue nombrado ministro de Guerra y Marina (por entonces no se habían dividido los cargos). Para 1876, ideó la llamada “zanja de Alsina”, con el objetivo de defenderse de los malones indígenas, ampliar principalmente la frontera de la entonces provincia de Buenos Aires, e instalar líneas telegráficas para mejorar la comunicación militar.

Contrató al ingeniero francés Alfredo Ebelot para dicha acción. Consistió en un foso de aproximadamente dos metros de profundidad por tres de ancho, que además de evitar el robo de ganado, se construyeron nuevos fortines, se fundaron pueblos (como Trenque Lauquen, Carhué, Guaminí y Puán); y se plantaron árboles. 

Su más ferviente opositor era Julio Argentino Roca, que criticaba la zanja por considerarla una actitud defensiva, que no solucionaba el llamado “problema del indio”. Cabe recordar aquí un dato interesante: el mismo Roca fue quien, tras ganar la batalla de Santa Rosa (Mendoza), a fines de 1874, había posibilitado vencer la revolución mitrista contra el triunfo electoral de Avellaneda. Incluso, había sido ascendido a general por esa gesta, pero era Alsina quien tenía el apoyo del presidente.

La zanja posibilitó ampliar varios kilómetros la línea de frontera (ver mapa), pero en uno de los viajes de supervisión que hacía el propio Alsina, comenzó a sentirse mal. Su riñón le dijo “basta” en Carhué, un 29/12/1877, a pocos días de cumplir 48 años. Este hecho posibilitó que Roca fuera el sucesor en el cargo, y desde ahí tejería tanto su plan militar como su candidatura presidencial para 1880.

Dada su enorme popularidad, el funeral de Adolfo Alsina atrajo a miles de personas. El partido de Adolfo Alsina, cuya capital es precisamente Carhué, lo homenajea. También una calle céntrica en la ciudad de Buenos Aires (donde vivía), y varias calles y avenidas en toda la provincia. Un personaje de la historia que tuvo mucho más incidencia pública que una simple “zanja”.

En rojo, frontera argentina de 1876. En azul, la proyección de la zanja. Fuente: lavozdelahistoria.blogspot.com

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