BICENTENARIO DE LA MUERTE DE FRANCISCO RAMÍREZ

Tres años antes de su muerte, el Supremo Entrerriano había quedado prendado de una mujer, más conocida por vaguedades que por certezas. Veinteañera, pelirroja, llamada por propios y extraños como “la Delfina”. Nacida supuestamente en Río Grande, llegó a la Banda Oriental en 1816 como soldadera de las tropas lusitanas, donde fue cautiva de las milicias artiguistas. En 1818 María Delfina conoció Ramírez en Paysandú.

A partir de ese día, tanto en los escasos tiempos de paz como en los constantes combates, se los vio cabalgar juntos, hasta que el caudillo fue vencido en la batalla de Chañar Viejo, en la actual provincia de Córdoba.

En los estertores del entrevero, y cuando comenzaba su fuga, Ramírez se percató que su amada había sido capturada y volvió tras sus pasos para rescatarla. Según las crónicas, cuando Ramírez, lanza en mano, enfrentó a quienes retenían a María Delfina, el capitán Maldonado lo mató de un tiro a quemarropa.

Desde el comienzo de la revolución hasta 1814, se conoce muy poco sobre los verdaderos pasos del caudillo entrerriano.

Jorge Newton en el libro “Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano” al citar a los historiadores de ambas márgenes del Plata, advierte la “personalidad fantasmal, que le permite al caudillo encontrarse al mismo tiempo en dos lugares distintos y distantes.”

Según unos Ramírez se hallaba el 11 de febrero de 1811 detenido en Casa Blanca rumbo a Montevideo.

Según otros Ramírez estaba el 12 de febrero de 1811 encabezando revolución en Entre Ríos.

Jorge Newton afirma: “Lo único que puede asegurarse es que, a partir de 1811 y hasta mayo de 1813, el nombre de Francisco Ramírez no aparece vinculado con ninguno de los acontecimientos que se producen, ni en el Uruguay, ni en el sur de Entre Ríos.

El 11 de febrero de 1961, cuando se conmemoraba el 150 aniversario de la Conspiración de Casa Blanca en el departamento de Paysandú-Uruguay, dicha efeméride fue recordada con una placa de Bronce que fue robada, y luego restituida durante los festejos del Bicentenario Oriental de 2011. En ambas figura Francisco Ramírez como uno de los diez patriotas conjurados en Casa Blanca.

La supuesta participación del caudillo entrerriano Francisco Ramírez, es la más paradójica de los conjurados de Paysandú. Se integra al memorándum de la mano del historiador argentino Benigno Martínez, quien en 1881, transcribe de Isidoro de María los sucesos de Casa Blanca, para consignar -dice- un detalle poco conocido:

“Francisco Ramírez, permaneció por algún tiempo en un calabozo húmedo é inmundo [en Montevideo] que le ha hecho contraer una afección pulmonar; un día que se notó bastante enfermo y calculando que su vida sería breve si continuaba en las mazmorras del Gobernador Vigodet, concibió la idea de frustrar la vigilancia de su carcelero y de fugó de la prisión…”

Cuatro años más tarde ambos textos, el relato de Isidoro de María y la referencia a Ramírez… adquieren más extensa y ampulosa forma literaria, a través de las páginas del propio Benigno Martínez:

“Ramírez… arremete al carcelero que penetra en su mazmorra, lanzándose en medio de la oscuridad sobre la plaza y queda envuelto en el misterio su reaparición en Entre Ríos.”

Por su parte, Ariosto Fernández, indica que el nombre de este revolucionario no figura en los “Pie de lista de los presos existentes en la Real Ciudadela”.

Cierto es también que, por motivos no especificados por los autores, Ramírez, se encuentra ausente en algunas de las nóminas de conspiradores. Entre ellos, curiosamente el propio Martínez, que cuando abordó el tema por tercera vez en Historia de Entre Ríos (1900), omite su presencia entre los coligados. De igual forma Septembrino Pereda, en 1930, menciona a todos los implicados, menos al caudillo entrerriano.

 La importancia de Ramírez, que claramente engalanaba la lista, descarta un posible descuido por parte de los ensayistas al omitir su presencia en la conjura de Casa Blanca. En especial los historiadores entrerrianos que nunca encontraron una prueba documental de la supuesta prisión en Montevideo. Tal es el caso de Luis Calderón (1948), José Angió (1959), Aníbal Vásquez (1950) o Facundo Arce (1960).

Pero este tema no termina aquí. Según la versión ampliamente difundida de la Autobiografía de Rondeau, en 1810 al joven entrerriano se lo conocería como el chasquero de la Revolución, una vez más Rondeau, suministraría datos bibliográficos de uno de los supuestos conjurados, sin referencia alguna a Casa Blanca.

A partir de ese año y hasta mediados de esa década, de la vida de Ramírez poco o nada se conoce. La polémica trascurre al grado tal, que algunos admiten que estuvo enrolado en las fuerzas españolas hasta avanzado el año 1813, lo que no entra en contradicción con la información proporcionada con Rondeau, ya que recordemos que para esa fecha, tanto él como Artigas estaban bajo las órdenes de Michelena. Y para enmarañar más aun la polémica, por esa época, en Concepción del Uruguay, existía un homónimo. ¿Quién sería el chasquero de la patria?, ¿por qué no sabemos nada del Caudillo Entrerriano hasta 1814? Pero esa es otra historia.

Lo cierto es que estos aportes, más otros testimonios que suministra Fernández en su investigación, y sobre todo el hecho de que el historiador Benigno Martínez fue el primero en incorporarlo a la lista de conjurados y el primero en sacarlo, conducen a negar la presencia de Francisco Ramírez en los imaginarios sucesos sanduceros de 1811. No existe el menor testimonio documental, ni probanza verídica alguna que permita sostener que el caudillo entrerriano fue capturado el 11 de febrero de 1811 en Casa blanca, ni que hubiera estado en prisión en Montevideo.

Para concluir quiero expresar que, en lo personal, descubrí y entendí, al narrar las vicisitudes de los protagonistas, recorriendo la identidad y los primeros pasos de la revolución, que la historia de estos hombres no tiene un punto final. Todo lo contrario, la reivindicación de los hechos sirve para mantener viva y abierta la memoria, porque las circunstancias de los insurrectos, tanto de los nombrados como de los olvidados de la historia -como en toda revolución-, no estuvo exenta de muerte, cadalso, exilio, miedo, angustia y persecución.

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