Victoria Eugenia, la reina de las desventuras: La hemofilia en la familia real española

Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg parecía destinada a una vida sin mayores sobresaltos, una princesa destinada a brillar entre las familias reales europeas… pero en esa extraña melange de genes de parientes y de advenedizos, de incestos y bastardos, de frutos de infidelidades y amantes furtivos, se filtró un gen recesivo ligado al cromosoma X que sembró las desgracias y discordias entre las casas reinantes el Viejo Continente. Y, para colmo de males, la princesa no eligió al mejor marido posible. Eligió a un Borbón…

Victoria Eugenia era una de las nietas preferidas de la reina Victoria, ahijada de la ex emperatriz Eugenia de Montijo (viuda de Napoleón III), de allí su segundo nombre.

Conoció a su futuro marido en Biarritz durante un baile organizado por su tío Eduardo VII de Inglaterra. El joven Alfonso de Borbón comenzó a cortejarla no bien la conoció, aunque este romance era desaprobado por la corte española. Victoria era una princesa anglicana sin la “pureza de sangre” pretendida por algunos especialistas que pasaban por alta el detalle que Alfonso, con certeza, no era nieto de Francisco de Asís y Borbón porque el consorte de Isabel II de España jamás se había acostado con ella y todos los hijos de la reina hayan sido de los distintos amantes sin la “pureza de sangre” que conoció en vida.

Victoria Eugenia junto a Alfonso XIII.

A estos inconvenientes de Victoria, se sumaba el rumor que en la familia real inglesa había antecedentes de una rara enfermedad  hereditaria llamada hemofilia.

Es menester entender que transcurría el año 1905, cuando recién se empezaba a estudiar los resultados de una serie de observaciones sobre las leyes de herencia en los guisantes hechos por un monje llamando Gregor Mendel.

El hecho concreto es que los príncipes estaban enamorados e insistieron en consagrar el matrimonio. Al final, ambas familias aceptaron concretar las nupcias un año más tarde. El primer escollo a salvar era el tema de la religión, eso de ser sobrina del jefe de la Iiglesia anglicana no era muy del gusto de los devotos españoles. Por tal razón, tras su llegada a España, Victoria Eugenia fue bautizada en marzo de 1906, en medio de una algarabía generalizada. El enlace se llevó a cabo el 31 de mayo en el Real Monasterio de San Jerónimo. La fiesta se vio opacada por el atentado del anarquista Mateo Morral quien arrojó una bomba al paso del carruaje real. Si bien la pareja no se vio afectada, el vestido de novia se manchó por la sangre de las muchas víctimas del atentado, entre ellos algunos miembros de su escolta. Este episodio fue como una premonición por la sangre que habría de empañar su futuro, tanto la sangre de sus hijos como la de sus súbditos. Y la primera en ser derramada fue la de su primogénito Alfonso, príncipe de Austrias.

En el momento de la circuncisión se hizo evidente la hemofilia del niño y todos miraron a la reina. La hemofilia es el déficit del llamado factor VIII, necesario para el proceso de coagulación. Hoy es bien sabido que esta afección se hereda a través del cromosoma X de la madre, quien no sufre la enfermedad, pero la trasmite.

La reina Victoria, la abuela de gran parte de las monarquías europeas, sembró el gen entre sus descendientes, pero ninguno de los ascendentes de Victoria padeció esta enfermedad, lo que nos deja dos posibilidades, o que la reina haya sido hija adulterina del duque de Kent (su padre o supuesto padre) o que la reina haya sufrido esta mutación de sus genes que la llevó a trasmitir la enfermedad a su descendencia (más precisamente a 2 de sus 5 hijas y 1 de los 4 varones), y a través de ello a las casas reinantes de Rusia, España, Prusia e Inglaterra.

Si bien el matrimonio continuó en las formas, Alfonso, un Borbón al fin de cuentas, fue cada vez más desleal con sonados romances como el que viviera con Julia Fons, conocida cantante, o Melanie de Vilmorin (con quien tuvo al primero de sus hijos bastardos) o Beatriz Noom, institutriz de los infantes  con quien tuvo otro hijo al que dio el apellido Milan, ya que entre los títulos de Alfonso estaba el de conde de dicha ciudad italiana,  la infanta Beatriz Respaldina  –amiga de la reina y esposa de un primo del monarca–, y muchas  de las que la reina escuchaba rumores, leía comentarios irónicos, cuchicheos aviesos a sus espaldas… Pero Victoria Eugenia sabía llevar adelante su papel ingrato de consorte engañada por el bien de la corona.

Mientras Alfonso seguía con esta maratón de amantes no descuidaba su función reproductiva con la consorte oficial.

A Alfonso, le siguió Jaime (que quedó sordo por una mastoiditis a temprana edad), Beatriz (1909), Fernando (nacido muerto), María Cristina (1911), Juan (1913) –de este desciende Juan Carlos I– y Gonzalo (1914), también hemofílico.

Curiosamente, ninguna de sus hijas, ambas casadas con nobles italianos, transmitió a su descendencia el gen de la hemofilia.

Victoria Eugenia se interesó en actividades asistenciales, especialmente promocionó la enfermería para paliar la situación sanitaria de los soldados españoles peleando en el norte de África. Justamente el desastroso manejo de la guerra comprometió el futuro de la monarquía que fue sostenida por la dictadura de Primo de Rivera y la llamada Dictablanda de su amigo, el general Bernger. Convocadas las elecciones municipales de 1931, las fuerzas republicanas se impusieron y Alfonso con toda la familia real abandonó el país inmediatamente. Para entonces el vínculo conyugal estaba roto y Eugenia se separó inmediatamente de su marido. Ya no había corona para sostener con un matrimonio simulado.

Al principio de su exilio, Victoria Eugenia permaneció en Inglaterra mientras su marido vivía en hoteles de lujo en distintas capitales de Europa. La figura de la ex reina de España no era muy popular en Gran Bretaña por haber abjurado de su anglicismo. Antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el primer ministros Neville Chamberlain le comunicó que por su casamiento había dejado de pertenecer a la familia real británica, razón por la cual decidió retirarse a Suiza donde vivió hasta su muerte en 1969, después de pasar estrecheces económicas que obligaron a vender algunas de sus joyas y ver morir a sus hijos por la afección que les había trasmitido. La última vez que estuvo en España fue para el bautismo de su bisnieto, el actual Felipe VI.

La reina Victoria Eugenia, en el bautizo de Felipe.

Juan Carlos I comenzó a juntar a todos sus familiares muertos y la dispersos por el mundo. Alfonso XIII llegó a Roma en 1980 para ocupar su sitio entre los monarcas fallecidos en El Escorial. Lo hizo directamente, porque ya estaba reducido a cenizas, no así Victoria Eugenia, vuelta en 1986, quien había sido embalsamada y debió pasar un tiempo en el llamado Pudridero, la cámara mortuoria donde los reyes y reinas se reducen a polvo. Recién en el año 2011, es decir, 80 años después de haber abdicado y 25 años después de haber vuelto su cadáver a España, esta reina de las desventuras pudo acceder al Panteón de los Reyes en el Monasterio del Escorial.

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