El fracaso de la Liga de las Naciones

Su fin era loable pero su final imprevisible, porque la idea del presidente Woodrow Wilson era buena, muy buena, a decir verdad, quizás idealista y algo inocente, pero ¿quién querría que fracase un organismo mundial que propugna la paz entre las naciones? Eso debe haber pensado Wilson, pero para sorpresa del veterano presidente, hubo muchos que se opusieron a esta Liga… comenzando con sus propios compatriotas.

En enero de 1918, el presidente norteamericano expuso su programa de paz en 14 puntos. Wilson estaba convencido que las alianzas secretas entre las naciones habían sido responsables de desencadenar este y otros conflictos que habían asolado al mundo, pero jamás en las dimensiones vistas en las trincheras europeas. Para evitar otro desastre, todos los países deberían comprometerse a reducir sus arsenales, disminuir las barreras comerciales y aceptar el arbitraje de otras naciones para evitar el uso de las armas. El decimocuarto punto proponía la creación de una “asociación general de naciones” que pasó a llamarse “Liga de las Naciones”. Después de largos debates con sus aliados, pudo reunirse está liga el 15 de noviembre de 1920, en Ginebra, con la representación de casi medio centenar de Naciones. Rusia no participó porque había estallado la revolución bolchevique, los franceses lo único que clamaban era venganza; habían sufrido la guerra en su territorio y lo único que querían era evitar que Alemania se alzase una vez más. Querían al país de rodillas y en Versalles les arrancaron a los alemanes una parte de su territorio. Clemenceau, el ministro francés, estaba convencido que después de esta “paliza” calmaba a Alemania para siempre, y si existía esta Liga de las Naciones, con más razones podrían evitar otro conflicto.

Para alabar el celo cuasi mesiánico de Wilson, Clemenceau lo llamó Jesús Cristo. El ministro murió cuatro años más tarde, probablemente, llegó a darse cuenta que Wilson no era Cristo, pero no vivió lo suficiente para comprender que presionar de esa forma a Alemania solo la había empujado a una reacción aún más furibunda. Hitler fue una consecuencia de esta venganza…

El vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson.

La creación de la Liga de las Naciones agotó las fuerzas del anciano líder quien, para colmo, durante su estancia en París, fue víctima de la gripe española. Algunos especialistas sostienen que esta infección fue concausa del marcado deterioro cognitivo que experimentó en sus últimos meses de gobierno. Wilson volvió a Washington y fue aclamado como un estadista, pero uno no puede conformar a todo el mundo todo el tiempo y eso es una verdad absoluta en política, más cuando se menosprecia a un adversario de la talla del líder del Partido Republicano Henry Cabot Lodge.

El desprecio entre Wilson y Lodge era mutuo. Lodge le dijo a su amigo Theodore Roosevelt: “nunca pensé que podía llegar a odiar tanto a alguien”. Para colmo, Wilson en nada consultó a sus adversarios republicanos sobre el tema de la Liga de las Naciones y solamente por este hecho ya el Partido Republicano estaba dispuesto a rechazar el acuerdo por más que asegurase la paz per saecula saeculorum…

El 10 de julio de 1919, Wilson personalmente fue al Senado a explicar la extensión de este logro. “¿Podremos romperle el corazón al resto del mundo rechazando esa ofrenda?”, preguntó Wilson y la respuesta de la oposición fue contundente: “Sí, podemos”.

Lodge estaba particularmente ofuscado. ¿Cómo fue que el presidente tomó una decisión de esta envergadura sin la opinión de los congresales? ¿Cómo podía obligar a Estados Unidos a “intervenir” en cualquier conflicto internacional?

“Solo amo a mi bandera” proclamó Cabot Lodge, haciendo alusión a este nuevo espíritu cosmopolita que Wilson quería que los norteamericanos abrazasen.

Wilson decidió hacer una gira por todos los Estados Unidos impulsando la aceptación del tratado, pero su salud no se lo permitió. Había empezado a sufrir episodios de isquemia cerebral y su médico le recomendó que no podía proseguir y lo conminó a volver a Washington. “Esta es la decepción más grande de mi vida”, le dijo al doctor. Poco después sufrió una isquemia masiva que lo paralizó. También se paralizó el gobierno y mucho más la campaña en apoyo a la Liga. La primera dama, Edith Bolling Galt, se hizo cargo de los asuntos de gobierno para evitar que se hiciese tan evidente el deterioro de su marido.

El 19 de noviembre de 1919 el Senado de los Estados Unidos por primera vez en su historia votó en contra de un tratado de paz.

Wilson murió después de retirarse de la presidencia. Cuando se preparaban las exequias, la viuda se enteró que Cabot Lodge iría en representación del Senado. Fue entonces que Edith le envió una nota al entonces senador diciendo: “Espero se de cuenta que su presencia será embarazosa para usted y molesta para mí, mediante esta nota le solicito que no se presente al funeral de mi marido”.

Como ven, la paz no siempre es posible.

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