Precoz escritor y apasionado periodista (su primer libro lo escribió a los 25 años y desde los 15 ejerció el periodismo), fue 6 veces diputado por Valencia –su ciudad natal–, se batió a duelo no menos de 15 oportunidades y cuatro veces debió exiliarse de España por cuestiones políticas. Fue casi un milagro que haya sobrevivido a tantos duelos porque no tenía buena puntería ni era un buen espadachín pero vivió para escribir su extensa obra y especialmente este libro sobre la Primera Guerra Mundial a la que metafóricamente se refiere con los cuatro jinetes apocalípticos.
Esta costumbre de batirse en defensa de un muy puntilloso sentido del honor concluyó el 29 de febrero de 1904, en un enfrentamiento con un “tenientillo desvergonzado”. La bala disparada por este “tenientillo” dió en la hebilla del cinturón de Blasco. El impacto lo tumbó y por unos eternos segundos los presentes pensaron que el político y escritor había pasado a mejor vida… pero no, Blasco continuó con su incansable tarea de escritor y periodista, defendiendo sus ideas republicanas anticlericales con la pluma y la palabra.
Por su prestigio literario fue invitado a la Argentina en 1905 para dictar conferencias junto a Anatole France. El enamoramiento con la pujante nación sudamericana donde tantos coterráneos se habían afincado, fue instantáneo.
Blasco Ibáñez quedó impresionado por el país a tal punto que escribió un texto titulado Argentina y sus grandezas, alabando sus riquezas y augurando un futuro auspicioso.
Tal fue su entusiasmo que decidió facilitar la tarea de traer “hombres de buena voluntad” a estas tierras, fundando dos colonias. Nueva Valencia (en Corrientes) y Cervantes (en Rio Negro), que aún subsisten, aunque, a pesar del empeño y su voluntad –que por poco le cuesta la vida por una infección–, la empresa fracasó.
“Me dejé llevar por la quimera” fue la breve justificación de Blasco Ibáñez quien volvió a Europa justo para presenciar el inicio de esta contienda mundial de donde extrajo material para escribir su novela apocalíptica que le ganó prestigio imperecedero, aunque no haya sido la mejor de sus obras.
En realidad, el libro pasó sin pena ni gloria por las librerías europeas, pero fue furor en Estados Unidos, país que invitó a Blasco Ibáñez a dar una serie de conferencias que lo consagraron como autor.
Enseguida Hollywood descubrió el perfil cinematográfico de su obra y además de Los jinetes del apocalipsis, produjo un film Sangre y arena, sobre las corridas de toros que, curiosamente, no eran del gusto del escritor.
La película fue estrenada en 1922 con la casi inevitable actuación de Rodolfo Valentino, el latín lover por excelencia.
A diferencia de su experiencia colonizadora argentina que lo dejó al borde de la ruina, su paso por Hollywood lo convirtió en millonario. Compró una villa en la Costa Azul y se paseaba en su Rolls Royce mientras continuaba su imparable carrera literaria.
Escribió una historia de la Primera Guerra Mundial que abarcó nueve tomos, una crónica detallada de sus viajes por el mundo, escribió casi cincuenta novelas y miles de artículos, además de darse el lujo de quemar una edición de 12.000 ejemplares porque en su libro revelaba secretos de un amor impropio con una dama de la sociedad chilena que fue su amante por muchos años. A último momento se arrepintió, no vio oportuno revelar estas intimidades y quemó el libro ya impreso.
Si bien los años y su fortuna parecían haber sosegado su espíritu belicoso en el campo de la política, la dictadura de Primo de Rivera encendió, una vez más, su ánimo revolucionario. Esta vez escogió un homenaje a Émile Zola para pronunciarse contra el régimen de Alfonso XIII , ya que a su criterio “A ningún hombre que pueda tener eco en España y el mundo entero le es lícito callar en estos momentos”. Poco tiempo después publicó Una nación secuestrada, texto crítico al régimen dictatorial español, de enorme impacto político. Primo de Rivera le inició una causa por injurias ante los tribunales franceses (recordemos que entonces Blasco Ibáñez vivía cerca de Marsella), pero la solidaridad del gobierno de Francia con el autor que había apoyado tanto al país durante la guerra, hizo que España retirase la demanda.
Ante estas circunstancias adversas, Blasco Ibañez retiró su candidatura al ingreso de la Real Academia de Letras, evento que desató una campaña de difamación contra su figura que llegó a su apogeo cuando el Ayuntamiento de Valencia arrancó la placa con el nombre del autor que tenía dedicada en una calle de la ciudad.
Cuando estaba a punto de cumplir 61 años, nuestro escritor murió de una neumonía en Francia, pero su féretro recién fue repatriado cinco años después del deceso, en 1933, durante la Segunda República.
Sobre su tumba en Valencia, diseñada por su amigo el escultor Mariano Benlliure, se ha tallado un libro abierto con una leyenda que recuerda el título de una de sus novelas, Los muertos mandan.
“Yo he nacido para contar historias”, le gustaba repetir al escritor, “y siento la necesidad de crear novelas tan imperiosamente como necesito comer y beber”.
Así fue la vida de Vicente Blasco Ibañez, un torbellino de letras y pasiones, de relatos y de aventuras tanto propias como ajenas.