Lady Di: la rebelión de la princesa

Qué niña no ha soñado en ser princesa, en merecer las prerrogativas de la realeza, ser siempre el centro de las miradas, lucir modelos exclusivos y joyas con lustre ancestral, mientras elige entre pretendientes de alta alcurnia al príncipe azul… que suele desteñir.

Esta vida de ensueño fomentada por el idealismo romántico de Disney poco tiene que ver con la vida real de miles de princesas quienes, a lo largo de los siglos, se han criado como especímenes reproductivos con pedigree oficial, con la intención de mostrar una pureza de sangre, al menos en los papeles, porque estos esconden las infidelidades y deslices que quitarían la impoluta integridad genética exigida (aunque  el adulterio fue la única forma de evitar que la endogamia hhiciese  estragos entre la nobleza ).

Lady Diana Frances Spencer tenía todos los ingredientes para ofrecer su nobleza genética a la corona británica. Los Spencer podían ostentar blasones que se retrotraían al tiempo de los reyes merovingios. Algunos cuentistas con imaginación exuberante sostenían que los Spencer eran descendientes de María Magdalena, quien, después de la muerte de Jesús, prefirió poner distancia a la llamada Tierra Santa y terminó sus días en el sur de Francia (más precisamente dicen que está enterrada en la catedral de Baume).

De las andanzas de María Magdalena en el sur de Francia, derivan historias legendarias como la del Santo Grial llevado a Europa por la mismísima seguidora del Salvador, como un recipiente con la sangre de Cristo o como el hijo que ella llevaba en sus entrañas fruto su la relación con Jesucristo. Esta versión se difundió en distintos textos –especialmente el Código Da Vinci de Dan Brown– basado en evangelios gnósticos, que como el de Felipe o un papiro copto con fragmentos del “evangelio de la esposa de Cristo” (que resultó ser apócrifo).

Pero estas son solo suposiciones fantasiosas que en nada quitan la pureza de esta princesa con más ancestros de mayor alcurnia que su regio (bueno, no tan regio) marido.

El verdadero origen de los Spencer

El origen de los Spencer se retrae al siglo XV cuando Sir John fundó la casa Althobe y tuvo como nieto a Sir Robert Spencer, reputado como el hombre más rico de Inglaterra. Su hijo John fue el primer conde de Spencer y el padre de Diana el octavo en llevar ese título. El pariente más ilustre de Diana era Sir Winston Churchill y, curiosamente, también era lejana pariente de su cónyuge, el príncipe Carlos por ser ambos descendientes de Enrique VII de Inglaterra.

Es imposible que entre tantos ancestros no hubiese alguna historia escabrosa y en este caso fue una bisabuela de Lady Di, Henrietta FitzJames, hija ilegítima del rey Jacobo II y su amante Arabella Churchill –hermana del duque de Marlborough–, el Mambrú de nuestros cuentos infantiles y el nexo señalado con Sir Winston. 

Pero no todo era prosapia, muchas familias inglesas buscaron fortuna casándose con miembros de familias norteamericanas para agregar dinero a sus blasones. Este fue el caso de la bisabuela de Diana, Frances Ellen Work, hija de un millonario de Minnesota (poca prosapia, pero mucha plata). Después de todo, tanto castillo y esos cotos de caza no son fáciles de mantenerlos solo con el apellido y la heráldica …

En definitiva, Diana Spencer ofrecía genes notables para una boda dinástica. Hasta allí el cuento de hadas. El resto es casi vulgar: infidelidad, falta de apoyo de la familia real por sus rígidos protocolos (una semejanza con la historia de la emperatriz Sisi de Austria), persecución mediática, una timidez que ejercía una fascinación sobre todo el mundo, su imagen de dama benevolente, sufrida esposa que toleró con estoicismo la infidelidad de su cónyuge y un trágico final que enalteció la figura de esta joven quien, a su vez, menoscaba a la de su exmarido y su actual esposa  por su impopular papel de tercera en discordia (como dijo Lady Di, “en este matrimonio éramos tres, había demasiada gente”).

Diana de Gales y Camilla Parker en las carreras, 1980.

Los cuentos de princesas solo agregan glamour a una joven cuya tarea en la nobleza es ser moneda de cambio de pactos políticos y poseer los ancestros adecuados para un intercambio provechoso. En el caso de Diana se vendió al mundo como un cuento de hadas… y ella entendió que “era un buen producto que se vendía bien y mucha gente hacía dinero a mis expensas”… 

Al final ese sentimiento de estar en el lugar equivocado acabó una noche de agosto en un puente de París donde su fama le jugó una mala pasada, como muchas de las que le tocó vivir a lo largo de su existencia. “La vida es solo un viaje” dijo alguna vez Diana Spencer y su viaje fue incómodo y desafortunado. De haber sido menos bella, poco discreta y haber sabido hacer feliz a su marido sin tanta rebeldía y, sobre todo, si no hubiese muerto en la cúspide de su fama, quién sabe si Diana Francés Spencer hubiese sido Lady Di, la sufrida princesa de Gales.

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