El atentado contra Sarmiento

A pesar de los rumores de un intento de asesinato, durante las largas guerras jordanistas que estremecieron Entre Ríos, Sarmiento no quería andar con custodios ya que era de la opinión de que poco podía hacerse contra la determinación de un “asesino alevoso”.

El sábado por la noche del 23 de agosto de 1873, el presidente Sarmiento partió de su casa de Maipú y Tucumán hacia la quinta de su ministro Dalmacio Vélez Sarsfield. No eran asuntos de Estado los que lo empujaban a desafiar el frío y la niebla de esa noche, iba a visitar a esa joven que le había confesado su amor, Aurelia Vélez Sársfield.

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"Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que  es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era  posible amar", le escribía Aurelia a Sarmiento.
“Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar”, le escribía Aurelia a Sarmiento.

 

Casi al mismo momento que iniciaba su viaje, tres italianos recibían las armas asesinas. Los hermanos Francisco y Pedro Güerri, más Luis Casimir, marineros ociosos de una nave atacada en el Riachuelo, habían sellado el compromiso asesino con un adelanto de $200, entregados en una fonda de La Boca. Una vez consumado el crimen habrían de recibir 10.000 pesos fuertes, tal era la suma prometida por el instigador del magnicidio, un hombre al que conocían como “el austríaco”.

Amparados por las sombras, esperaban que el carruaje presidencial doblase por Maipú hacia Corrientes – que entonces era angosta –.

El plan no era tan secreto, algunos rumores habían llegado a la policía esa noche, y el oficial Latorre y un agente estaban en las inmediaciones.

“El austríaco” había quedado en dar la señal con un prolongado silbido al ver pasar la carroza presidencial. Al verla dió el aviso pero el trabuco de Francisco Güerri, de solo 22 años, fue el primero en disparar… y estallar, porque en un exceso de celo había sobrecargado de pólvora el arma. La inesperada explosión provocó heridas en la mano asesina. El ruido espantó a los caballos presidenciales, que huyeron del lugar del crimen. Al ver el intento fallido Luis huyó, pero Güerri se quedó a asistir a su hermano. Floro Latorre, revolver en mano, detuvo a los frustrados asesinos.

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Francisco Güerri y Pedro Güerri. El primero fue  condenado a 20 años de prisión, el segundo a 15.
Francisco Güerri y Pedro Güerri. El primero fue condenado a 20 años de prisión, el segundo a 15.

 

Pronto la noticia se dispersó por la ciudad. Los periodistas corrieron a buscar la noticia. Los diarios, que a esa hora ya estaban impresos, arrojaron los ejemplares a la basura para contar el siniestro acontecimiento. El jefe de policía O’Gorman (hermano de Camila) se dirigió a ver al presidente, que de nada se había enterado, ya que por su marcada hipoacusia no escuchó los disparos ni los gritos.

El comisario Anzó se puso a buscar al misterioso austríaco, que resultó ser un milanés llamado Aquiles Segabrugo. Éste se había escapado a Montevideo donde fue asesinado por un seguidor de López Jordán. El comisario Miguens había obtenido los documentos de Segabrugo donde se detallaba el plan de asesinato de Sarmiento. Con estos documentos volvió a Buenos Aires, pero su barco fue interceptado por una nave jordanista que requisó los documentos y le exigió silencio al comisario, bajo amenaza de pena de muerte.

Sarmiento moriría en 1888 consagrado como el “maestro inmortal”. Cuentan que cuando fue enterrado en Recoleta, López Jordán se hallaba en Buenos Aires y presenció el cortejo fúnebre. “Por fin me vas a dejar de joder”, dijo el entrerriano al ver pasar a su enemigo hacia su reposo eterno.

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Ricardo López Jordán.
Ricardo López Jordán.

 

 

 

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