El décimo primer mandamiento: Nunca olvidar
Quizás peque de soberbia, pero creo que existe un décimo primer mandamiento que le da más sentido a los demás y es no olvidar. Hay muchas cosas que no debemos olvidar, no solo para solucionar, pero, sobre todo, para no volver a repetir los mismos errores, costumbre en la que caemos con demasiada frecuencia.
Antes de iniciada la contienda bélica, Hitler, siguiendo una idea expuesta en su libro Mein Kampf, declaró que los enfermos mentales, los discapacitados y las personas víctimas de afecciones genéticas eran una pesada carga para el pueblo alemán y ordenó su eliminación. Algunos textos hablan de eutanasia (palabra de origen griego que significa “bien morir”), pero esta matanza sistematizada llamada Aktion T4 no era bien morir ni nada que se le parezca, fue un genicidio organizado con aires de (pseudo) ciencia.
En la década del 20, Karl Binding y Alfred Hoche publicaron un libro llamado Permiso para la destrucción indigna de la vida. El primero era un jurista, el segundo un psiquiatra.
A pesar de cierta repercusión en los medios, la propuesta no prosperó, ni aun en los primeros años del régimen nazi cuando se lanzaron las Leyes Raciales. Recién al comienzo de la guerra se decidió eliminar a los alemanes que tenían “esta vida que no valía la pena ser vivida”.
Para agosto de 1941, cuando se levantó el programa (al menos no se continuó tan abiertamente en Alemania, pero sí en los países invadidos) por el rechazo de algunos sectores, 70.000 personas en tratamiento psiquiátrico habían sido eliminados, aproximadamente el 50% de los pacientes internados en clínicas alemanas. Al final de la guerra, sumando los muertos en las naciones conquistadas, el número de víctimas llegó a 250.000.
Seis meses más tarde, en febrero de 1942 durante la Conferencia de Wannsee, se dio forma a la aceitada maquina de asesinar del Reich.
Los nazis consideraban que su ideología era una biocracia, es decir un gobierno guiado por preceptos biológicos que priorizaban la salud del pueblo ario (no así de otras razas a las llamaban untermenschen). Los nazi seguían conceptos como los publicados por Joseph Arthur de Gobineau en su “Ensayo sobre las desigualdades de las razas humanos” o una concepción spenceriana de la evolución y el darwinismo social , donde solo deben sobrevivir “los mejores” (un concepto que el mismo Darwin no compartía ya que creía que tenían más posibilidad de sobrevivir y reproducirse aquellos que mejor se adaptaban al medio).
Fueron estos conceptos los que guíaron al imperialismo europeo de fines del siglo XIX y también el expansionismo del Tercer Reich. La eugenesia toma un rol protagónico durante el gobierno nazi. Si bien los ingleses y norteamericanos habían iniciado esta función “correctora de la naturaleza” esterilizando débiles mentales, epilépticos, ciegos y alcohólicos, fueron los alemanes quienes levantaron la antorcha de la eugenesia y la aplicaron en una proporción nunca antes vista.
En 1933, los nazis crearon una ley para la “Prevención de la descendencia de personas con enfermedades hereditarias” que permitía al Estado la esterilización de pacientes esquizofrénicos, maniacos depresivos, epilépticos y débiles mentales.
No todos los alemanes compartían estos principios y hacia mediados de 1941 el obispo de Münster, Clemens von Galen, llevó adelante un movimiento de protesta explicito y extendido contra este “asesinato directo de una persona inocente por defectos mentales o físicos”.
Von Galen no logró que esta matanza se detuviese, pero al menos obtuvo “un cese oficial a esta práctica aberrante” ese mismo año. Con mayor discreción, la matanza continuó en los países conquistados .
Durante estos crímenes colectivos se utilizaron los mismos gases letales, que posteriormente emplearían en el exterminio judíos, gitanos, testigos de Jehová y prisioneros rusos.
La mayor parte de las víctimas jamás fueron revisadas por los médicos que las condenaban, los dictámenes se basaban sobre la historia clínica. Vale aclarar que los miembros de esta comisión quedaron encubiertos, aunque se sabe que los jerarcas médicos Philipp Bouhler, Karl Brandt (médico de Hitler) y Leonardo Conti (médico jefe del Reich) estaban entre los organizadores.
Se sabe que hubo una reunión con sesenta psiquiatras directores de manicomios y que uno solo se quejó por esta orden que implicaba la matanza de sus internos.
Ni el Holocausto, ni el Aktion T4, podrían haberse realizado sin los médicos, profesionales que habían hecho el juramento hipocrático de defender la vida y respetar a sus semejantes y, en nombre de una “ciencia” nazi que adolecía de falacias, distorsión de estadísticas y estaba basada en datos poco fehacientes, procedieron a exterminar seres humanos con metódica perseverancia,
Un grupo de estos victimarios lo hizo desde la frialdad ideológica, pero la mayor parte del trabajo sucio fue hecho por autómatas burocráticos, médicos que se creían parte de un engranaje en el que era mejor no interferir ni involucrarse. La famosa banalidad del mal …
Pocos, muy pocos médicos, antepusieron su ética a las órdenes, la mayor parte la sometió a la obediencia debida y participaron en una matanza donde se antepusieron los números a los principios. Era caro mantener a débiles mentales o locos pero ¿acaso no lo eran los desfiles, las marchas a la luz de las antorchas y esos actos para quemar cuadros y libros bajo el título de “arte degenerado”?
¿Cómo fue posible que algunos de los profesionales más destacados de esa época adhiriesen a las órdenes del partido? ¿Cómo es que miles de médicos formados en las universidades más famosas de Alemania y el mundo, siguiesen las órdenes de individuos que demostraron tener trastornos mentales como el mismo Hitler (¿psicópata?), Hess (los mismos nazis decían que era esquizofrénico), Himmler (un paranoide) y una pléyade de psicópatas y personajes de todas las calañas.
La gran pregunta es si nosotros no podemos caen en esa misma omnipotencia de forma menos grosera, con discriminaciones sutiles, con eugenesias disfruzadas y hasta con apariencias bienintencionadas. El problema sigue siendo el mismo. ¿Quién selecciona o, mejor dicho, quien tiene derecho a seleccionar? Y al seleccionar, ¿en qué principios se basa? ¿En el bien común? ¿En la evolución de la especie humana? ¿En el “mejoramiento” de la especie, la raza o subgrupo social?
Es inquietante que estemos discutiendo la dignidad inherente al ser humano mientras en este mismo momento se estén cometiendo barbaridades en una guerra que tiene enormes oportunidades de convertirse en un conflicto nuclear. Creo que en pocos momentos de la historia se vivió una incertidumbre como esta. Tenemos pandemias en curso (no nos obnubilemos por el Covid, hay sida, adicciones, obesidad, diabetes y afecciones cardiovasculares entre otras que amenazan la vida y se llevan muchísimos más muertos al año), hay una guerra que puede generalizarse, y estamos al borde de una crisis económica de consecuencias imprevisibles. En este contexto hablar de la supervivencia de los mejores, hasta suena hipócrita. Matarnos entre nosotros por tierras ¿es evolución? ¿es la lucha del más apto que te mate un misil disparado a kilómetros de distancia?
Por esto debemos tener siempre presente el decimoprimer mandamiento: No olvidar. Y más aun no olvidemos los errores y las barbaridades que pueden presentarse en formas distintas y hasta simpáticas –como la clonación– pero que encierran el mismo desprecio por la dignidad humana.