Firmemos acá… y después vemos (Parte II)

Parte I: Firmemos acá… y después vemos (Parte I)

1963, Tratado del Elíseo, Alemania-Francia. En enero de 1963, 19 años después del fin de la ocupación alemana en Francia, el presidente Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer firmaron el Tratado de Reconciliación en París, tratado que fue denominado Tratado del Elíseo, ya que se firmó en el palacio del mismo nombre. De acuerdo a lo pactado, los jefes de ambos gobiernos se consultarían sobre asuntos importantes de política exterior, los ejércitos de ambos países compartirían estrategias, intercambiarían profesionales en rubros técnicos estratégicos y se establecería un fuerte intercambio cultural, haciendo énfasis en la integración entre la población joven. Se establecía además la necesidad de cumbres periódicas entre los jefes de Estado al menos dos veces al año y entre los ministros de Asuntos Exteriores cada tres meses, para garantizar así una cooperación cercana entre ambos países. Los firmantes declararon que el tratado ponía fin a “una rivalidad de siglos”. Parece como mucho, pero bueno, los muchachos estaban entusiasmados.

   Sin embargo, cada uno de los firmantes esperaba del Tratado algo diferente. De hecho, de Gaulle había pensado en este Tratado de Reconciliación como una especie de contrapeso para la dupla dominante Gran Bretaña-EEUU: una Europa continental unida en torno a sus dos Estados más fuertes. Los alemanes, a su vez, tenían otro punto de vista, casi opuesto: con el bloque soviético en sus fronteras, en el patio trasero y medianera (dígase Muro) de por medio, no querían perder la protección estadounidense. De modo que el Parlamento alemán ratificó el Tratado, pero anadió una resolución y un preámbulo contrarios a los objetivos de de Gaulle. Así que Francia y Alemania firmaron un Tratado en el que ambos manifestaban que querían cosas diferentes (si no opuestas). Pero lo firmaron, nomás.

  La luna de miel (hiel, más bien) franco-alemana terminó unos meses después de su inicio (¿qué esperaban?). “Los tratados son como las jovencitas (¿?) y las rosas. No duran demasiado”, dijo Charles de Gaulle.

1963, 1972, 1987, Tratados de no proliferación de armas nucleares. En 1963, luego de 17 años de intentos fallidos, la “diplomacia nuclear” logró la firma del Tratado de limitación de ensayos nucleares. Cien países (ni China ni Francia entre ellos) firmaron entonces el mencionado Tratado, que prohibía los ensayos aéreos, submarinos y espaciales, pero sí permitía los subterráneos (y bueno, todo no se puede). El pacto, más simbólico que otra cosa, no terminó con la carrera armamentista pero demostró al menos que EEUU y Moscú podían llegar a algún acuerdo, con las dosis necesarias de persistencia y sentido común (estamos hablando de armas nucleares, eh). En el año 1969, EEUU y URSS decidieron comenzar negociaciones sobre desarme conocida como “Strategic Arms Limitation Talks” (SALT), que en español sería “Conversaciones para la Limitación de Armas Estratégicas”. En total fueron 434 reuniones (se ve que o tenían muchas cosas para contarse o no se ponían fácilmente de acuerdo), hasta que finalmente Leonid Brezhnev y Richard Nixon firmaron el acuerdo SALT I en 1972, en el que se limitaban los sistemas defensivos de misiles balísticos, lo cual era muy importante porque estos mantenían el equilibrio de poder (ojo que yo te hago polvo/ojo que yo también), lo que constituía la base de la disuasión.

   En 1987, la esperada y publicitada visita de Mikhail Gorbachov a EEUU tuvo como asunto principal de la agenda tratar con el presidente Ronald Reagan el control de armamento de las dos grandes potencias. En EEUU había gran expectativa por conocer en persona al artífice de la perestroika y la glasnost, y las conversaciones dieron como resultado otro acuerdo (y van…) para reducir sus arsenales nucleares. Se firmó el Range Nuclear Forces Treaty, un tratado en el que ambas superpotencias acordaban eliminar misiles terrestres de mediano y largo alcance. Pero por un rato, nomás. Se ve que los papeles se perdieron porque después de unos años las superpotencias siguieron fabricando misiles cada vez más sofisticados.

     Si cada uno de los tratados previos hubiera sido respetado, no hubieran necesitado volver a firmar un nuevo tratado cada tanto… ¿Hace falta aclarar que los Tratados quedaron en la nada?

1970, Jordania-OLP, Septiembre Negro. Como la OLP (Organización para la Liberación de Palestina, creada en 1964) utilizaba cada vez más a Jordania como base estratégica para efectuar sus ataques a Israel, ocurría que los jordanos sufrían cada vez más las consecuencias de las represalias israelíes. Entonces el rey Hussein, que no quería embarcarse en otra guerra contra Israel y además se sentía incómodo con el creciente poder palestino en Jordania, intentó desactivar y desarmar a la OLP exigiendo su retirada, utilizando para ello las fuerzas militares jordanas.

     En septiembre de 1970 el rey Hussein de Jordania inició un ataque con el objetivo de expulsar de su reino a los comandos palestinos de la OLP. A este conflicto, que se encadenó con otros que afectaron las relaciones entre los países árabes, se lo llamó “Septiembre Negro”, el mismo nombre que fue adoptado por una organización terrorista creada durante el conflicto.

   Para no terminar en un conflicto “entre hermanos” de nunca acabar, jordanos y palestinos buscaron llegar a un acuerdo de no agresión. Las negociaciones entre el rey Hussein y el jefe de la OLP, Yasser Arafat, terminaron en un Acuerdo entre ambos que establecía un compromiso por parte de la OLP de pacificar sus acciones. Jaja.

  Pero Arafat no pudo controlar a los elementos más extremistas de su organización. Que eran muchos, más bien la mayoría. Como consecuencia de ello se intensificaron los encuentros violentos entre las fuerzas jordanas y las fuerzas palestinas en territorio jordano, y como si eso fuera poco una facción extremista de la OLP, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (los llamados “fedayines”) secuestraron aviones de pasajeros y hasta atentaron contra el rey Hussein.

1978, Camp David, Israel-Egipto. Durante doce días del mes de septiembre de 1978, Menahem Begin y Anuar El-Sadat, junto con el presidente de EEUU Jimmy Carter (quien había propiciado el encuentro) y altos funcionarios de esos países se reunieron en Camp David, la residencia de vacaciones presidencial en Maryland. La tarea que los convocaba era de lo más trascendente: terminar con treinta años de estado de guerra y enemistad entre los dos países más poderosos de Oriente Medio.

     La hostilidad entre Begin y Sadat en Camp David alcanzó momentos de tanta tensión que llegó a pensarse que las conversaciones estaban destinadas al fracaso; sin embargo, gracias a la diplomacia y a la gestión personal del presidente Carter (tras horas de intentar negociar amablemente con uno de los líderes iba a la cabaña del otro para repetir el proceso), se lograron dos acuerdos principales.

     El primer acuerdo fue la creación de un marco para un tratado de paz, lo que incluía la retirada gradual de las tropas israelíes del Sinaí y el restablecimiento del derecho de Israel a utilizar el canal de Suez, derecho negado desde 1956 por Gammal Abdel Nasser. El segundo acuerdo proponía (en forma no muy concreta, hay que decirlo) la formación de un gobierno autónomo palestino en Cisjordania y en la franja de Gaza, también con una retirada parcial de soldados israelíes.

     Sadat y Begin compartieron el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos en la concreción de estos acuerdos, pero la firma de este acuerdo provocó protestas y disturbios en varias ciudades. La Liga Árabe, luego de calificar el acuerdo como una “paz separada y personal” entre Sadat e Israel, expulsó a Egipto y le impuso un boicot económico. Ante tal reacción, Israel ignoró la segunda parte del acuerdo, la concerniente a los palestinos.

    Sadat, aislado por las naciones árabes después de los acuerdos, también enfrentó problemas en su país. Muchos ciudadanos egipcios estaban resentidos y ofendidos por lo que consideraban la “traición” de Sadat a los palestinos, y en octubre de 1981, mientras asistía a un desfile militar, Anuar El-Sadat fue asesinado por fundamentalistas musulmanes.

   El vicepresidente, Hosni Mubarak, asumió la presidencia y prometió respetar los acuerdos de Camp David. Pero Menahem Begin aprobó un decreto por el cual se anexaban las Alturas del Golan (ocupadas por Israel desde la Guerra de los Seis Días en 1967). Esa decisión fue condenada por Egipto, el mundo árabe y hasta por EEUU, pero no fue modificada.

  En abril de 1982 (cuatro años después de los acuerdos) Israel terminó de cumplir la primera fase del pacto de Camp David, al devolver a Egipto la última porción de la península de Sinaí. Pero en junio del mismo año, la segunda fase del acuerdo (autogobierno para los palestinos de Cisjordania y Gaza) fue aplazada indefinidamente (incumplida, digamos), mientras Menahem Begin decidió invadir Líbano. Inicialmente, el objetivo israelí era crear una “franja de seguridad” en la frontera, ya que frecuentemente los comandos palestinos atacaban a Israel desde el sur del Líbano. Pero a medida que las fuerzas israelíes avanzaban hacia el norte fueron apareciendo mayores ambiciones: expulsar a los guerrilleros de los cuarteles de la OLP en Beirut, desalojar a los sesenta mil soldados sirios en Líbano y establecer un gobierno cristiano más amistoso en su relacion con Israel. Después de eso, los palestinos se sintieron injustamente postergados.

    ¿Y los acuerdos de Camp David?  Bien, gracias.

1993, Acuerdo de Oslo (Oslo I), palestinos e israelíes.  En septiembre de 1993, el presidente de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) Yasser Arafat y el primer ministro de Israel, Yitzhak (Isaac) Rabin, firmaron la paz en el jardín de la Casa Blanca, con Bill Clinton como testigo. Los líderes de dos pueblos que llevaban décadas en guerra se dieron la mano en un acto que significaba la mayor esperanza para Oriente Medio desde los acuerdos de Camp David en 1978.

    El nombre oficial del acuerdo fue “Declaración de Principios sobre las Disposiciones relacionadas con un Gobierno Autónomo Provisional”,  prolongadísimo título en el que cada palabra fue medida y exprimida en su significado para evitar divergencias de interpetación de las partes. En buen criollo, ninguno confiaba en el otro. Como la mayoría de las negociaciones que derivaron en ese acuerdo se habían llevado a cabo en Oslo (con la gestión del Ministro de Relaciones Exteriores noruego, Johann Holst), el acuerdo se llamó también “Acuerdo de Oslo” (luego pasaría a ser “Oslo I”, ya que hubo otro más adelante).

    Desde diciembre de 1987, el alzamiento de la Intifada (nombre popular asignado a las rebeliones populares de los palestinos de la franja de Gaza y Cisjordania contra Israel) presionaba cada vez más a los dirigentes de la OLP para que consiguieran algún logro político concreto que pudieran mostrar a su pueblo. Ante esos “nuevos violentos fundamentalistas”, los líderes israelíes empezaron a ver a la OLP (que sí estaba dispuesta a negociar) como un “mal menor”. Por otra parte, el final de la Guerra Fría implicaba en cierta forma que ningún bando contaría con un apoyo irrestricto de las superpotencias rivales. Cada vez más israelíes estaban disgustados con el “costo moral” que implicaban los terrirorios ocupados, así que la suma de esas cosas empujó a Israel a aceptar un acuerdo.

    El pacto firmado estipulaba cinco años de autogobierno provisional de los palestinos en los territorios ocupados, empezando por la franja de Gaza y por Jericó (en Cisjordania), y contemplaba negociaciones futuras sobre una decisión permanente sobre el gobierno de ambos territorios. Se acordó también que Israel reduciría su presencia en esas regiones y comenzaría a retirar a sus soldados de allí; además, se realizarían elecciones para designar un Parlamento palestino, aunque Israel seguiría siendo responsable de la seguridad en las fronteras de dichos territorios.

     Pero el futuro estaría lleno de obstáculos (cuándo no), sobre todo en Gaza, donde los campamentos de refugiados palestinos seguían engendrando odio. Y los hechos no harían más que demostrar que la paz era muy difícil de sostener.

  Cinco meses después de firmado el acuerdo, un fanático israelí mató a 29 personas en una mezquita de la Tumba de los Patriarcas de Hebrón; éste a su vez fue golpeado hasta morir, y la espiral creció: soldados israelíes dispararon contra la turba, y la guerrilla árabe tomó represalias contra los israelíes. Lo de siempre, bah. La violencia terminó aplazando esa primera fase del acuerdo (el autogobierno palestino limitado en los territorios ocupados) hasta mayo de 1994, cuando finalmente los israelíes entregaron Jericó y Gaza a las autoridades palestinas. A pesar de que los hechos de violencia nunca se redujeron del todo, el pacto entró en vigencia.

     Sin embargo, muchos palestinos comenzaron a apartarse del liderazgo de Arafat; algunos lo tildaban de autocrático y otros le reprochaban su “cooperación” con Israel. En octubre de 1994, uno de esos grupos, Hamas (un grupo musulmán fundamentalista cuyo nombre significa “movimiento de resistencia islámica”) lanzó una fuerte ofensiva contra el por entonces endeble proceso de paz y contra la autoridad de Arafat. Hamas secuestró a un soldado israelí, al que asesinaron cuando los comandos israelíes encontraron el escondite donde lo tenían, y días después un hombre-bomba-suicida se detonó en un autobús en Tel Aviv matando a 23 personas. La escalada de violencia no se detuvo: en noviembre de 1994, cuando fuerzas de seguridad mataron a 15 miembros de Hamas en Gaza, el acuerdo de paz firmado el año anterior por Arafat y Begin fue aplazado.

1994, Serbia-Bosnia. El “alto el fuego” (otro más) acordado entre los serbios y los musulmanes de Bosnia en febrero de 1994 fue considerado internacionalmente como el principio de la paz, pero terminó siendo apenas un acto diplomático sin efecto real.  Los “serbio-bosnios” y la VRS (Vojska Republike Srpske, “Ejército de los serbios en Bosnia”), la fuerza militar de la “República Serbia de Bosnia”, decididos a convertir a la antigua Yugoslavia en “la gran Serbia”, continuaron bombardeando Sarajevo y otras ciudades bosnias, sin respetar lo acordado.

1994, Burundi-Ruanda. El 6 de abril de 1994, los presidentes hutus de Burundi (Cyprien Ntaryamira) y de Ruanda (Juvénal Habyarimana) volaban de regreso después de firmar un tratado de paz con los rebeldes tutsis cuando su avión fue derribado por un misil tierra-aire. Los hutus culparon a los tutsis por ese atentado y como represalia desencadenaron de inmediato matanzas sin cuartel. Esta fue la mecha que inició la locura, aunque el odio ya llevaba más de un siglo. Al día siguiente del atentado que derribó el avión, las furiosas milicias hutus (la “Interahamwe”, “los que trabajan juntos”) iniciaron una masacre matando tutsis por toda Ruanda. En menos de dos semanas, antes de que la comunidad internacional tuviera tiempo de reaccionar, unas 250.000 mil personas ya habían sido descuartizadas, la mayoría con el arma característica de este genocidio: el machete. ¿Y el tratado de paz? Se ve que quedó entre los restos del avión derribado.

1995, Acuerdo de Oslo II, palestinos e israelíes.  En septiembre de 1995 se firma el acuerdo de Oslo II (también llamado acuerdo de Taba), que sienta bases para negociaciones posteriores y resulta un “convenio preliminar” para un acuerdo de paz global. Muchas palabras cuidadas y comillas, el horno no estaba para bollos, y otra vez Arafat y Rabin eran los firmantes del Acuerdo.

     El año siguiente, Yasser Arafat fue elegido presidente de la Autoridad Nacional Palestina por el 88% de los votantes; poco después, en Israel, Benjamín Netanyahu (candidato de la derecha) ganaba las elecciones por un margen inferior al 1% sobre su rival, Shimon Peres). Netanyahu había basado su campaña electoral en difundir el temor que representaba Palestina y parecía encarar su política hacia la dureza, pero necesitaba una coalición para gobernar ya que apenas había superado en votos a Peres. Así que Netanyahu no la tenía fácil: tenía que satisfacer a sus votantes y a su propia convicción (no aflojar en Cisjordania, Jerusalén ni el Golan) pero también tenía que contemplar las negociaciones con Arafat, lo cual era pretendido por la otra mitad del país. Congeniar con las dos cosas no era nada fácil. Y otra vez, para variar, un hecho puntual generó una violencia decisiva: la apertura al público de un túnel milenario que pasaba por debajo de una mezuita desencadenó un nuevo enfrentamiento entre israelíes y palestinos y dejó como saldo setenta víctimas.

    Las dos partes volvieron a explotar. Y el acuerdo firmado entre Arafat y Rabin quedó aplazado indefinidamente.  Otra vez.

1999, Serbia-Kosovo. Otra vez en uno de las regiones del mundo en la que una chispa se enciende con cualquier cosa. La guerra de Kosovo terminó con el Tratado de Kumanovo, y finalmente las fuerzas serbias aceptaron retirarse de Kosovo. Con el fin de dar una solución pacífica al conflicto, el 10 de junio de 1999 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1244, adoptada más tarde tanto por Yugoslavia como por la OTAN. De acuerdo a lo establecido en el documento, el territorio de Kosovo se mantuvo dentro de las fronteras de Serbia, aunque administrado de forma provisional por la una misión especial de la ONU. La seguridad de la región y la supervisión del alto el fuego recayeron en la fuerza internacional KFOR (“Kosovo Force”). Pese a esto, en dicho territorio tuvieron lugar múltiples actos de venganza. El más relevante sucedió en marzo de 2004, cuando grupos albaneses realizaron en Kosovo redadas contra la población serbia, quemando 800 hogares y 36 iglesias. Dieciséis civiles fueron asesinados por la multitud y cerca de 4.000 personas se vieron obligadas a abandonar sus viviendas.

Bonus en el siglo actual: 

2014, Acuerdos de Minsk. El llamado Protocolo de Minsk, alcanzado entre Rusia y Ucrania en 2014, tenía como objetivo poner fin al conflicto entre separatistas prorrusos y combatientes ucranianos que había estallado ese año en el este de Ucrania. El Acuerdo fue firmado por representantes de Ucrania, Rusia, la antigua República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk en septiembre de 2014, bajo los auspicios y el monitoreo de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa). La OSCE, promotora del Acuerdo, es una organización que interviene en cuestiones relacionadas con la prevención y gestión de conflictos. Se originó en la Conferecncia de Helsinki en 1975, está conformada actualmente por 57 países todos los países y es reconocida como organismo regional de acuerdo a la Carta de la ONU.

     Qué bueno, pero… no funcionó. Luego del Acuerdo se llegó a un alto el fuego inmediato. Sin embargo, los combates en el este de Ucrania nunca terminaron. Hasta que en febrero de 2022, Rusia (que es uno de los países que forma parte de la OSCE), comenzó la invasión a Ucrania.

Utilísimos, los Acuerdos.

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