Toma de Montevideo

Pocos actos de la historia fueron tan gloriosos y necesarios y, a su vez, escandalozas como la toma de Montevideo. El sitio de la Fidelísima conoció momentos de gloria y de zozobra, de armonía y desencuentros. Los españoles se resistían a perder este baluarte sobre el Río de la Plata. Desde 1811 al año 13, más de 4000 soldados realistas habían reforzado sus defensas. Para sostenerlas debían abastecerse rapiñando las costas mesopotámicas.

Desde Buenos Aires ordenaron el hostigamiento de la capital de la provincia Cisplatina, más cuando se enteraron que una enorme flota española a cargo del general Morillo se aprestaba a partir desde la península a fin de recuperar estas colonias rebeldes. Todos los criollos bien sabían que los españoles podían ser verdugos terribles… Era menester tomar Montevideo para privar a la flota realista de un puerto para reconquistar el Río de la Plata.

El gobierno de Buenos Aires comenzó defendiéndose de los merodeadores españoles, atacándolos por sorpresa en el convento de San Lorenzo. A continuación, prepararon una flota al mando de Guillermo Brown que enfrentó a los realistas a la vista de los montevideanos en el combate de Buceo. Perdida la flota, era inminente la caída de la ciudad, pero entre los criollos existían desinteligencias y José Gervasio Artigas, cansado de los estériles enfrentamientos con los  porteños, se había alejado del sitio.

“He sido tratado como el último desprecio, vejada mi dignidad…” escribió el caudillo antes de partir con rumbo desconocido.

Tras las murallas también había disenso. Vigodet favorecía la elaboración de un pacto honroso, mientras los cabildantes, haciendo ostentación del más acendrado monarquismo, se oponían a entrar en componendas con los insurgentes convencido que la armada del rey acudirían en su ayuda. En realidad, pocos eran los montevideanos que creían en esta posibilidad.

“Flacos, sarnosos y tristes, los godos acorralados” cantaban las tropas criollas al pie de la muralla.

El mismo día en que Brown obtuvo la resonante victoria del Buceo, Carlos María de Alvear asumió el mando de las tropas sitiadoras. Había asistido para dar la estocada final al desfalleciente toro montevideano. Rondeau fue enviado a ponerse al frente del ejército del Norte por enfermedad de San Martín y Alvear quedaba al mando del sitio para atribuirse la victoria.

Enterados del cambio de mando, el Cabildo de Montevideo se puso en contacto con Otorgués pues preferían negociar con los artiguistas antes que hacer trato con Alvear, un mozo mañoso.

Otorgués, desconfiando de los porteños, les propuso a los cabildantes hacer un congreso independiente tanto del rey de España como del Directorio porteño.

La propuesta fue rechaza, pertenecían estos hombres a la Fidelísima y no estaban dispuestos a traicionar al rey.

Alvear, por su lado, había iniciado conversaciones con los españoles para pautar las condiciones en las que dicha plaza seria entregada. Vigodet, encerrado entre los muros, hambreado y desalentado, pactó con Alvera un generoso armisticio, quizás, demasiado generoso … Acuña de Figueroa, el poeta de pluma corsaria, bromeó diciendo que el pacto firmado era tan favorable para los perdedores que de ser una comedia la llamaría “Darlo todo y no dar nada”. La realidad fue muy distinta.

El armisticio se firmó el 21 de junio y en el se establecía que Montevideo sería entregada al gobierno de Buenos Aires en calidad de deposito a condición que los rebeldes porteños reconocieran la monarquía española y la autoridad de Fernando VII que había vuelto al poder después de su dorado cautiverio.

Buenos Aires debería enviar diputados a la corte en Madrid para ajustar definitivamente lo acordado.

Las tropas acantonadas en Montevideo serían respetadas y podrían volver a España con sus pertrechos. Los prisioneros de uno y otro bando serían liberados. ¿Qué más podía pedir Vigodet? No tenía flota, el ejército estaba maltrecho, la población hambreada y le daban una oportunidad honorable… que no lo sería tanto.

El 23 de junio, Alvear entró a la ciudad amurallada al frente de las tropas sitiadoras, pero esa misma noche, so pretexto de un supuesto complot, el general porteño ordenó apresar a Vigodet y a todos los oficiales españoles. Al día siguiente, Alvear fue amablemente a visitar el campamento de Otorgués, cercano a la ciudad, pero esa misma noche los porteños atacaron a los artiguistas. Solo el rápido accionar de Rivera evitó un desastre.

De esta forma aviesa, Alvear tomó la ciudad, quitándole a los españoles un punto de apoyo esencial para reconquistar el virreinato del Río de la Plata. La fuerza expedicionaria de Morillo se desvió hacia Venezuela donde le hizo la vida imposible a Bolívar.

Las defensas de Montevideo fueron saqueadas por los porteños, los casi 300 cañones que custodiaban sus murallas fueron trasladados a Buenos Aires, junto a pertrechos y mercaderías varias. La Fidelísima quedó cautiva de las tropas de Buenos Aires, mientras Artigas y los suyos quedaron a la expectativa. Responder a la agresión porteña sería convertir este enfrentamiento en una guerra civil.

Para calmar los ánimos, el 9 de julio de 1814, Posadas declaró restablecido el honor y reputación de José Gervasio Artigas, “infamado por el decreto de febrero de ese año”. Alvear volvió a Buenos Aires proclamando que “la fortuna me ha favorecido en mis empresas admirablemente” y fue declarado benemérito de la patria en grado heroico. Vigodet y sus oficiales pudieron trasladarse a Río de Janeiro –sin sus pertrechos– donde denunciaron la falta de honorabilidad de Alvear quien justificaba lo actuado diciendo que la capitulación no se había firmado.

Los españoles estaban furiosos y así se lo hicieron saber a Sarratea quien, a la sazón, estaba en Río de Janeiro con Lord Strangford. Éste también estaba indignado con la “deshonrosa ruptura del armisticio de Alvear” que, a su criterio, debía ser subsanado con una comisión dispuesta a viajar a Madrid y expresarle a Fernando VII los votos de felicidad de los criollos… aunque a esa altura nadie creía en la palabra devaluada de los porteños que tampoco tenían claro que sistema de gobierno habría de regirlos. De hecho, esta “particular” actitud de Alvear entorpeció todas las conversaciones que apuntaban a pactar con los realistas.

De una forma u otra, la toma de Montevideo fue un hito en la historia porque desalentó la invasión española, dificultó los diálogos conducentes a una integración con la monarquía y fue un capítulo más en la tortuosa relación entre los porteños y los orientales.

Curiosamente, el único bronce que recuerda la gesta de Alvear en Buenos Aires, está en el plinio  del monumento del general San Martín en el Retiro porteño. La relación entre Alvear y el Libertador fue complicándose más con el paso de los años y, sin embargo, el alemán Gustav Eberlein, escultor preferido del Káiser, que desconocía estos detalles históricos, decidió incluir la toma de Montevideo en el monumento a San Martín. Para cuando las autoridades argentinas se percataron, faltaba poco tiempo para la entrega del colosal basamento, con un dios Marte que más se parece a Wotan…

La inexactitud quedó escondida al igual que la actitud de Alvear “olvidada” de la historia oficial  que no entra en detalles embarazosos cuando se trata de los vencedores.

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