“Cuando la tumba callada
Cobije tu cuerpo helado
A colocarme a tu lado
Descenderé a tu morada.
Y tu frío tronco inerte
Estrecharé entre mis brazos
Hasta que rompa los lazos
De mi existencia la muerte”.
Este poema “¿Dónde?” es el epitafio sobre la tumba en Montmartre que aloja los restos del poeta alemán más famoso del siglo XIX, Heinrich Heine (1797-1856), figura atormentada y perseguida, conflictiva y conflictuante, víctima de la discriminación religiosa (pertenecía a una familia judía) y política, por sus ideas que adherían al socialismo utópico propuesto por Saint-Simon. Sin embargo, su obra fue ampliamente difundida, miles de melodías de Brahms, Mendelsohn y otros autores románticos están basadas en sus versos que se convirtieron en la culminación de este movimiento.
Como dijimos, fue perseguido por su origen religioso y llegó a batirse a duelo con compañeros de la Universidad de Heidelberg. Por esta razón, terminó sus estudios en Berlín donde fue alumno de Hegel. Heine prefirió pasar los últimos 25 años de su vida en Francia donde conoció a Karl Marx, George Sand, Alfred de Musset y Frédéric Chopin, entre muchos otros artistas y personajes .
Miembro de una familia de la alta burguesía, sus hermanos se habían casado con miembros de la aristocracia europea (uno de ellos, Max, fue un distinguido médico), aunque gran parte de su vida, Heindrich dependió del sostén económico de su tío Salomon, un conocido financiero. Sin embargo, este poeta tan culto y preparado, se casó con una joven parisina casi analfabeta, quien lo acompañó en los últimos momentos de su vida.
Desde joven vivió atormentado por jaquecas, que se disparaban por la ingesta de alcohol. Es muy probable que durante sus viajes por Italia e Inglaterra, en 1836, haya frecuentado a prostitutas y contraído sífilis. Seis años más tarde, se le paralizaron dos dedos de la mano izquierda, de los que jamás recuperó el movimiento.
Dos años después, sufrió una considerable baja de visión, además de visión doble. Luego de un año se le produjo una parálisis facial. A lo largo de este tiempo sufrió un proceso depresivo que se profundizó cuando en 1846 una parálisis generalizada lo postró en la cama.
Los tratamientos instituidos de poco le sirvieron, flebotomías, sanguijuelas, baños termales (en tinas estrechas que el poeta llamaba “féretros provisionales”). Todos los síntomas los enumera en las cartas a su hermano Max, el dolor, las parálisis, las dificultades para tragar, los calmaba con morfina hacer de su existencia algo más llevadero. Y continuó con sus versos, teñidos de melancolía.
Si bien todos creían que este era un periodo terminal de la sífilis, la variabilidad de los síntomas, las perdidas de visión y su recuperación transitoria, al igual que esas sus parálisis que aparecían y desaparecían, hacen sospechar que no era una afección luética. En ese entonces todavía no se conocía la esclerosis múltiple. El Dr. Julius Scheiss relacionó las pérdidas visuales con las afecciones de la espina dorsal, pero fueron Carswell y Cruveilhier quienes, en 1841, describieron los cuadros clínicos de la esclerosis múltiple (parálisis transitorias, neuritis óptica, palabra escandida, etc.).
A pesar de sus pesares, atontado por la morfina, Heine continuó escribiendo hasta el final de sus días, redactando poemas como el que puede leerse sobre su tumba. El desarrollo de los estudios de las imágenes cerebrales, los potenciales evocados y la resonancia magnética hoy permiten el precoz diagnostico de la enfermedad.
Los corticoides, el intercambio de plasma, el interferón beta y otros medicamentos como el Copaxone, Gilenya, Tecfidera, Aubagio, etc., más la fisioterapia y el apoyo psicológico permiten al paciente víctima de esta agresión autoinmune al sistema nervioso central, llevar adelante una vida sin las limitaciones que debió sufrir este poeta alemán de corazón francés.
“La vida es una enfermedad, el mundo un gran hospital y la muerte, el médico que nos cuida a todos”.