El coltan está presente (muy presente) en nuestro día a día: smartphones, tablets, GPS, satélites, consolas de videojuegos, ordenadores, armas, equipos de diagnóstico médico, condensadores, dispositivos magnéticos, fibras óptica, elementos de la industria aeroespacial, instrumental quirúrgico. Y es un mineral muy buscado por varias razones: por su ductilidad, su super-conductividad, su rendimiento aún con altas temperaturas, su alta resistencia a la corrosión y su capacidad de almacenar carga eléctrica. Es un mineral que puede ser manipulado muy bien en los procesos en miniatura, algo importantísimo en un mercado que exige cada vez dispositivos electrónicos más ligeros y sofisticados.
La demanda de coltan es enorme en todo el mundo. Hay minas de coltan en Australia, Brasil y Thailandia, pero el 80% de las reservas mundiales de coltan, que es tan escaso como valioso, está en la República Democrática del Congo, que lleva dos décadas padeciendo primero una cruenta guerra (la llamada “Segunda Guerra del Congo”) y luego sus secuelas. El coltan tiene mucho que ver con eso, ya que la exportación de coltan ha ayudado a financiar a varios de los muchos grupos participantes en esa guerra y su postguerra interminable.
Esta guerra, también conocida como “la gran guerra de África” o “la guerra del coltan”, tuvo su máxima expresión en el territorio de la República Democrática del Congo (antiguamente, Zaire) entre 1998 y 2003. Las facciones se enfrentaban en una especie de todos contra todos desaforado: por un lado, las fuerzas del gobierno congoleño, apoyadas por grupos armados de Namibia, Zimbabwe, Chad, Libia, Angola, Sudán; del lado de enfrente, Uganda, Ruanda, Burundi, cada uno con distintas milicias casi independientes. Pero además de esos dos bandos, participaban también decenas de grupos de insurgentes que no apoyaban al gobierno del Congo pero que tenían además sus propias luchas: algunos eran exclusivamente anti-Uganda, otros anti-Ruanda, otros anti-Burundi, y por supuesto, muchísimas facciones luchaban también contra el propio gobierno congoleño, al cual desconocían. Había para todos, todos tenían una razón para pelearse con alguno de enfrente, pero todos se peleaban en el Congo (una especie de “libanización” africana). Fue el conflicto más grande de la historia africana.
Entre 1998 y 2005 murieron algo más de 5 millones de personas, ya fuera asesinadas o por hambre y enfermedades relacionadas con la guerra, además de los millones de refugiados y exiliados en países vecinos. El final “oficial” de la guerra fue en 2003, año en que se firmó un acuerdo en Pretoria (Sudáfrica) que establecía la necesidad de formar un gobierno de unidad. Pero la violencia no se calmó, y hasta muchos años después seguían muriendo muchas personas por día por las causas mencionadas.
Más de cien grupos armados manejaban (y manejan) las minas de coltan, obteniendo con la extracción ilegal de coltan fondos para comprar armas con las que cometían masacres masivas sobre poblaciones civiles, que incluían la violación de mujeres y niñas y el secuestro de niños para convertirlos en máquinas de matar.
Las condiciones de casi todas las minas de coltan rozan la esclavitud: jornadas laborales de más de 14 horas a cambio de un euro. Estos guerrilleros, armados con varas de madera, golpean a los mineros para que trabajen más rápido. Muchas mujeres, algunas de ellas embarazadas, trabajan en minas para robar algo de coltan y cambiarlo por comida. Muchos niños son reclutados por la fuerza para trabajar en las minas y obligados a trabajar dentro de los túneles, ya que su tamaño es apropiado para extraer el mineral en estrechos recovecos. Unicef ha denunciado que hay más de 40.000 menores trabajando en las minas de coltan del Congo. Los grupos armados utilizan las ganancias de la extracción, el contrabando y el tráfico de coltan para sostener su lucha contra el gobierno congoleño y contra los milicianos ugandeses y ruandeses (se estima que en Congo hay 40 grupos guerrilleros financiados por el gobierno de Ruanda).
En estas espantosas condiciones, hay un promedio de un trabajador en las minas muerto por día, cifra que aumenta bastante en temporada de lluvias, ya que las avalanchas de tierra o los derrumbes dentro de los túneles son más frecuentes. Y la verdad es que los registros son muy poco confiables, ya que el 90% de las minas (sobre un total aproximado de 5.000) son clandestinas y están manejadas por estos grupos de guerrilleros rebeldes o delincuentes (“minas rojas”) con las mencionadas condiciones de trabajo infrahumanas, mientras que apenas el 10% de las minas son “oficiales”, es decir, están registradas (“minas verdes”). ¡Ah! El gobierno de Congo y la ONU han prohibido la compra del coltan de minas “rojas”. Ja. El gobierno envía inspectores constantemente para comprobar si las minas son “rojas” o “verdes”, pero se ve que no tiene un buen sistema de inspección…
Esta situación hace que comprar coltan sea, en la mayoría de los casos, ilegal. Así que… bueno, se compra ilegalmente, entonces. El coltan es demasiado necesario como para andar preocupándose por minucias legales, y en muchas aldeas y pequeños pueblos el coltan ilegal está tan presente que se puede comprar incluso en los almacenes.
Para hacerlo legal se puede comprar un certificado falso; en el Congo eso es habitual. Pero la forma preferida de “blanquear” el coltan es llevarlo a Ruanda. “Una vez allí, ya nadie pondrá en duda la procedencia y las grandes multinacionales te lo quitarán de las manos”, dicen los traficantes. Así que Ruanda es la solución a los problemas de las empresas multinacionales. Más aún: Ruanda aparece como el principal “productor” de coltan del mundo… ¡pero no tiene reservas de este mineral! Ja. ¿Cómo es posible esto? Simplemente porque Ruanda se ha convertido en el principal “lavadero de coltan” del mundo. Hasta allí llega el coltan congoleño, y con dinero y los contactos adecuados es posible acabar convirtiéndolo en “mineral limpio”, y adiós problema.
Según expertos de la ONU, el “Ejército Patriótico ruandés” ha montado una estructura para supervisar la actividad minera en el Congo y facilitar los contactos con los empresarios y clientes occidentales. Este grupo armado se ocupa de trasladar el mineral en camiones hasta Kigali, capital de Ruanda; allí es procesado por la “Sociedad Minera de los Grandes Lagos” (extraño nombre), una empresa mixta de tres asociados (belgas, sudafricanos y ruandeses) que tiene el monopolio del tratamiento del coltan, y desde allí es exportado. Sus principales destinos son EEUU, Alemania, Holanda, Bélgica. Esta sociedad financia al movimiento rebelde “Reagrupación Congoleña para la Democracia”, que tiene unos 50.000 soldados y que son apoyados por Ruanda. Estos grupos se financiaban antes con la venta de diamantes, pero con el coltan ganan cinco veces más. Parece mentira que, a pesar de que todo el mundo sabe que ocurre esto, estas cosas sigan ocurriendo.
El Centro de Estudio Internacional del Tantalio-Niobio, en Bélgica (país con vínculos estrechos tradicionales históricos con el Congo) ha recomendado a los compradores internacionales que eviten comprar el coltan de la región del Congo por razones éticas. Ja. Bastante más concreto, en 2010, Estados Unidos, viendo la incongruencia de comprar un mineral a un país que no tiene reservas del mismo, intentó regular el mercado con la aprobación de la ley Dodd-Frank, que obligaba a las empresas norteamericanas a garantizar que las materias que usan para fabricar sus productos no proceden de zonas en conflicto y no sirven para financiar el derramamiento de sangre. Esto incluía minerales como el coltan, la casiterita (usada para formar estaño y hacer pigmentos), el wolframio (usado para lámparas, electrodos y resistencias) y el oro.
Según un informe de Amnesty International, el 80% de las empresas (y grandes-grandes empresas, eh) desconocían la procedencia de los minerales que usaban (ja); sólo el 5% admitió que procedían de la República Democrática del Congo.
El Parlamento Europeo finalmente también ha decidido poner freno a los “minerales manchados de sangre” exigiendo a las empresas que lo comercializan que apliquen ciertas normas éticas básicas. Ja, otra vez. La norma comenzó a regir a partir de 2021, y desde entonces los importadores europeos de estaño, wolframio, tantalio y oro (en la Unión Europea hay casi 900.000 empresas que usan estos minerales) deberán certificar que las materias primas que compran no provengan de zonas de guerra o que el pago de las mismas no haya sido usado para financiar a grupos armados. Pero esta resolución no incluye al coltan ni a los productos manufacturados que contengan los minerales mencionados, así que la cosa no cambia mucho.
En el año 2000, el coltan costaba 65 dólares el kg; llegó a costar 500 dólares el kg, superando el precio de los diamantes, pero el verdadero precio es volátil y sólo conocido por quienes están dispuestos a transgedir las pautas oficiales; actualmente se estima que oscila (bastante) alrededor de los 200 euros el kg.
En la actualidad, a la República Democrática del Congo, que cuenta con las mencionadas (y sangrientas) reservas mundiales, le han salido dos potentes competidores: Australia y Brasil. De hecho, Australia ya es el segundo productor de coltan del mundo. Este paulatino traslado del mercado del mineral es algo que podría sostenerse en el tiempo por dos razones: la primera, el agotamiento natural de las reservas de coltan africano; la segunda, la aprobación de leyes como la mencionada Ley Dodd-Frank, que exige a las empresas norteamericanas determinar si los productos contienen minerales producidos en zonas de conflicto como el Congo y los países vecinos, y la consecuente pérdida de reputación que le supondría a un fabricante una posible relación con la compra de coltan de contrabando. Expresiones de deseos, que le dicen.
Pese a todos los intentos, la violencia permanece y se han continuado produciendo graves violaciones a los derechos humanos en varios sectores del país. Es otro tipo de guerra, pero igual de cruel; la mayoría de los conflictos armados actuales en el Congo son secuelas de la guerra del coltan o derivados de la misma, por lo cual hablar en tiempo pasado no parece totalmente apropiado.