Montesquieu

Montesquieu vivió una época de transición entre las ideas que sostenían el absolutismo monárquico de Luis XIV (el rey Sol) y las ideas liberales que instalaría la Revolución Francesa. El equilibrio de poderes que propuso Montesquieu es hoy un principio fundamental de los sistemas democráticos. Sin embargo, a pesar de que era muy consciente del peso de la opinión pública, Montesquieu no creía en una democracia “popular”; más bien pensaba en la aristocracia como la mayor beneficiaria de su propuesta. Esta especie de “ambigüedad” ideológica está presente en la vida y en la obra de Montesquieu, un noble que se adaptaba tanto a los salones aristocráticos de París como a la problemática del trabajador rural (bueno, quizá tanto como eso no… pero sí prestaba atención a los propietarios rurales, digamos).     

   Montesquieu, un hedonista-estoico (como a él mismo le gustaba definirse, reafirmando esa ambigüedad mencionada), nació el 18 de enero de 1689 en el castillo de La Brède, propiedad de su madre Marie-Françoise de Pesnel, quien murió cuando Charles Louis tenía siete años de edad. Su padre, Jacques de Secondat, era consejero del Parlamento regional. Charles Louis fue educado en una institución de la congregación católica de los sacerdotes oratorianos de París, en la que permaneció cinco años, recibió una formación clásica y estudió latín y griego. Luego estudió derecho en Burdeos y se recibió de abogado en 1708, a los 19 años. Luego volvió a París a ampliar sus estudios; en esta etapa se relaciona con eruditos, literatos, físicos e historiadores, y se despierta en él un gran interés por las ciencias naturales y sociales. En 1713 muere su padre, y eso lo convierte en propietario de extensos viñedos y en consejero del Parlamento. Tres años después, ante el fallecimiento de su tío paterno Jean-Baptiste (que era presidente del Parlamento regional y no tenía hijos), obtiene el título y las propiedades de la baronía de Montesquieu y la presidencia del Parlamento regional. En 1715 se casó con Jeanne de Lartigue, aristócrata y protestante. La pareja tuvo tres hijos: Jean-Baptiste, Therese y Denise.

     En 1716 ya tenía una rica vida intelectual; escribía trabajos sobre economía, política y ciencias, ingresando ese año en la Academia de Ciencias de Burdeos.En 1721 publicó “Cartas persas”, una obra que describe una correspondencia ficticia entre dos persas, Usbek y Rica, que viven temporalmente en París. En esas cartas ambos critican y satirizan la sociedad parisina y las instituciones francesas, entre ellas la Iglesia y la monarquía. Esta es la primera obra trascendente de Montesquieu; fue publicada en forma anónima en Amsterdam, ya que Montesquieu no quería comprometer su cargo de magistrado provincial, y fue un éxito inmediato. La Iglesia prohibió “Cartas persas”, pero la clase alta parisina la recibió con gran aprobación. Ante esta respuesta, el anonimato duró poco y Montesquieu se dio a conocer. En “Cartas persas” ya se advierten los rasgos del pensamiento político de Montesquieu. Abundan las referencias a los valores burgueses: felicidad, tolerancia religiosa, seguridad, obediencia a la ley; se expresan con igual intensidad el sentido común y la ironía.

      En 1726 su actividad en París era tan intensa que decidió dedicarse de lleno a ella; entonces “alquiló” por 5.000 francos anuales su cargo de presidente del Parlamento de Burdeos, ya que no podía dedicarse de lleno a sus deberes como funcionario. Para entonces ya había madurado la idea de escribir una obra monumental, enciclopédica, sobre la naturaleza de las leyes de las naciones.

     En 1728 fue aceptado como miembro de la Academia Francesa, y ese mismo año inició un viaje de tres años por Hungría, Austria, Italia, Alemania, Holanda e Inglaterra, donde vivió casi dos años. En Inglaterra fue introducido en la masonería, ingresó en la Royal Society (principal núcleo intelectual del Reino Unido), estudió el sistema de garantías de la monarquía constitucional inglesa y conoció las teorías políticas de John Locke, que sostenía el derecho a sublevarse contra el rey, otorgaba al Parlamento el poder supremo y alentaba la división de poderes y la tolerancia religiosa. Montesquieu, convencido de que debía limitarse el absolutismo, vio con buenos ojos cómo el debilitado rey Jorge I dejaba el gobierno en manos de los whigs (parlamentarios liberales ingleses).

  Montesquieu regresó a Francia lleno de ideas. En 1734 publica “Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia”, en la que esboza algunos conceptos de lo que varios años después sería su obra magna, “El espíritu de las leyes”, que fue editada en 1748 en Ginebra sin la firma del autor. La obra tuvo un gran éxito, pero recibió duras críticas de la Iglesia, que incluyó la obra en el “Index Librorum Prohibitorum” (la lista negra, bah), ya que en aquella época, las leyes del mundo intelectual no se llevaban nada bien con el dogmatismo del derecho divino. Al sostener que las funciones legislativas, ejecutiva y judicial debían mantenerse separadas para evitar el abuso del poder, Montesquieu sentó las bases de una doctrina política que luego inspiraría la Declaración de los Derechos del Hombre, promulgada por la Asamblea Constituyente Francesa, y la Constitución de los Estados Unidos, ya que algunos próceres de la Declaración de la Independencia de los EEUU como Benjamín Franklin y Thomas Jefferson eran lectores de Montesquieu.

     En “El espíritu de las leyes” Montesquieu expone su pensamiento político, que no se limita al establecimiento de la separación de poderes. Para Montesquieu, cada tipo de gobierno está relacionado los distintos tipos de organización social. Sostiene que el gpobierno dispone de las herramientas políticas necesarias (las leyes) para generar prosperidad individual y social, y que las mismas deben tener en cuenta las características de la sociedad a la que pertenecen. En ese contexto, Montesquieu tomó la concepción clásica de los tipos de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia), y en base a ello clasificó los gobiernos en tres clases: los republicanos (aristocracia y democracia), los monárquicos y los despóticos.

     Con la separación de poderes del Estado, Montesquieu propone un sistema de compensación y equilibrio. “Es preciso que el poder detenga al poder”, dice. Más de un tercio de los capítulos de la obra tratan las implicaciones reales de la ley con el territorio, el clima, la demografía, la religión, los legisladores mismos, etc. Este minucioso detalle hace de su autor uno de los precursores de la sociología moderna.

     Su mirada sobre la problemática social y la política de su tiempo tiene puntos en común con varias de las ideas que dos siglos antes exponía Maquiavelo. Un gran libro de Maurice Joly, “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, desarrolla un ficcionado diálogo entre ambos, en el que expresan pensamientos y frases propias que permiten evidenciar varias coincidencias.

     Montesquieu tenía un gran sentido del humor: “la principal ocupación de mi vida consiste en pasarla lo mejor posible”, decía. Amaba mucho a sus hijos, al mayor de los cuales le escribió: “…tú eres lo suficientemente feliz por no tener que avergonzarte ni enorgullecerte de tu origen… …podrás ser hombre de toga o espada; es a ti a quien le corresponde elegir.”

     Montesquieu murió en París el 10 de febrero de 1755. Fue acusado de impío, pero pidió confesarse en su lecho de muerte. En sus últimos días, Luis XV y la Iglesia le pidieron que enmendara los conceptos de sus “Cartas Persas”, pero Montesquieu se negó a hacerlo. A pesar de haber polemizado con Voltaire y Diderot (con quien colaboró en la redacción de su Enciclopedia), este último asistió a su entierro. Rousseau y Voltaire se encontraban en Ginebra cuando falleció, y no asistieron al funeral. Rousseau escribió: “felizmente, la sola presencia de Diderot hizo pasar inadvertida la ausencia de los demás…”.

     La mencionada Declaración de los Derechos del Hombre, leída en la Asamblea de la Revolución Francesa de 1789 decía, en su punto 16: “Toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los derechos, ni determinada la separación de poderes, carece de Constitución”; el espíritu de este enunciado coincide con las ideas de Montesquieu.

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