La guerra y la paz, según Einstein y Freud

Se conocieron en Berlín en 1927. Todo el mundo hablaba de ellos, eran los miembros más conocidos de la cultura germano parlante. Desde un inicio simpatizaron. “Porque entiende tanto de psicología como yo de física, así que tuvimos una charla muy placentera”, recordó Freud años más tarde, aunque Einstein reconocía que la actividad de médico vienes era más difícil ya que muy pocos entendían de física, pero “todo el mundo se creía en condiciones de discutir teorías psicoanalíticas”. De hecho, cuando Einstein fue consultado sobre si Freud merecía un premio Nobel, éste declaró  que sus teorías era muy discutibles.­

También las teorías de Einstein fueron muy controvertidas hasta llegar a un nivel racial, cuando en los congresos debía defenderse de las agresiones de Johannes Stark y Philipp Lenard, dos premios Nobel, creadores de la física aria, que debía enfrentar al fraude judío de la teoría de la relatividad.

Einstein siempre había sostenido una actitud antibelicista. Durante la Primera Guerra había adoptado la ciudadanía suiza para expresar su desacuerdo con la belicosidad alemana. Ante el auge del nazismo convocó a Freud en su cruzada por la paz cuando la Liga de las Naciones le pidió a Einstein la formula para llegar a un acuerdo pacifico entre las naciones. En una carta le reconocía a Freud  “su profunda devoción por el gran objetivo de la liberación interna y externa del hombre de los males de la guerra”, una condición compartida con los líderes morales y espirituales de todos los tiempos, “desde Jesús hasta Goethe y Kant”.

A su vez, el mismo Einstein reconocía la poca influencia en el curso de los acontecimientos políticos que habían tenido estos líderes espirituales y el destino de las naciones habia caído “ineludiblemente, en manos de gobernantes políticos totalmente irresponsables”,  en franca alusión a las figuras emergentes de Hitler, Mussolini y Stalin

Por esta razón, Einstein creía que debía avanzarse en una “asociación libre de hombres cuyo trabajo y logros previos ofrezcan una garantía de capacidad e integridad”, aunque reconocía que “las imperfecciones de la naturaleza humana” atentaban contra el éxito, pero acaso valía la pena intentarlo.­

Freud, un individuo menos optimista, poco idealista y más escéptico que Einstein, si bien envidiaba el entusiasmo de este último, no creía que la psicología podría enmendar el curso de las decisiones políticas.

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LLEGA HITLER­

­Ante la inminente llegada de Hitler al poder, Einstein le volvió a escribir al médico vienes preguntando si es que había  alguna posibilidad de liberar a la humanidad de una guerra que podía llevar “a la muerte de  la civilización tal como la conocemos”. Curiosamente, Einstein fue uno de los propulsores del uso de la energía atómica como medio de destrucción masiva. Fue él junto a Leó Szilárd quien le escribiera al presidente Roosvelt a fin de promover la construcción de una bomba atómica al enterarse que la Alemania nazi estudiaba  el proyecto de armar una bomba de esas características. Einstein se arrepentiría el resto de sus días por haber promovido el uso de la energía atómica con esos fines…­

Volviendo a la carta que le dirigía a Freud, al autor de la teoria de la relatividad le interesaba conocer la perspectiva de un hombre que contemplase los problemas del mundo “alumbrado por su amplio conocimiento de la vida instintiva del hombre”.­

La pregunta que hacia Einstein aun no tiene respuesta (ni la tendrá): “¿Cómo es posible que esta pequeña camarilla doblegue la voluntad de la mayoría… al servicio de sus ambiciones?”.

Y lo más inquietante para el físico es que no sólo doblegaban la voluntad de “las masas incultas” sino que la experiencia demostraba que la intelligentsia era “más propensa a ceder a estas desastrosas sugestiones colectivas”.­

Cuando esto escribía, los científicos alemanes habían obtenido 33 premios Nobeles, mientras Inglaterra 10 premios y Estados Unidos sólo 8.

De estos 33 Nobeles, veinte se quedaron en Alemania a servir la demencia nazi. Einstein y Freud, gracias a su prestigio internacional, lograron cierta inmunidad aunque ambos perdieron seres queridos, amigos y parientes en los campos de concentración (en el caso de Freud cinco de sus hermanas).

El 12 de septiembre de 1932 , el Dr. Freud aceptó formar parte de la comisión de celebridades convocadas por  Liga de las Naciones en búsqueda de la paz, aunque en todo momento su mensaje fue  pesimista. “Toda mi vida he tenido que decirle a la gente verdades que eran difíciles de tragar. ahora no quiero engañarlos”. ­

En la carta manuscrita para Einstein, Freud expresaba que había “una forma segura de poner fin a la guerra y el establecimiento de un común acuerdo, de un control central que tendrá la última palabra en todo conflicto de intereses…”. Para ello se necesitan dos cosas: primero crear tal tribunal y segundo dotarlo de la fuerza coercitiva necesaria.

Para Freud estaba muy claro que las ideas nacionalistas que primaban, operaban en una dirección muy opuesta.­

“Parecería que cualquier esfuerzo por remplazar la fuerza bruta”, decía el padre del psicoanálisis,“por el poder de un ideal está condenado al fracaso”. ­

Sin embargo, no todo era tan negro para Freud, ya que creía que los dos fenómenos más importantes en el desarrollo de la cultura del siglo XX era el fortalecimiento del intelecto y la introversión del impulso agresivo. “Estamos obligados a resentir la guerra, a encontrarla completamente intolerable”.

Justamente, y a diferencia de Einstein, el psicoanálista creía que la intelligentsia podía imponer la dictadura de la razón”. Sin embargo, creía que no había posibilidad de suprimir las tendencias agresivas del hombre, que estaban en su propia naturaleza. 

Freud  concluía su carta con una condescendiente afirmación a fin de no desanimar el optimismo de Einstein: “El desarrollo cultural también está trabajando contra la guerra”. ­

A 90 años de estas cartas, no hay respuestas. Ni las autoridades supranacionales han servido, ni la cultura ha impedido la violencia. Somos los mismos chimpancés violentos que en vez de arrojar piedras jugamos con ojivas nucleares.­ Churchill, un actor fundamental en la guerra que le tocó vivir a Freud y Einstein, decía que ojalá pudiese vivir cien años más porque sería testigo de la repetición de los mismos errores que habían conducido a esta contienda. Y hoy Churchill, el creador del términob cortina de hierro, encendería un cigarro, tomaría un buen trago de whisky y se sentaría a ver la guerra desatada en Ucrania con una sonrisa irónica entre sus labios como diciendo “tenía razón”…­

ESTE TEXTO FUE PUBLICADO EN La Prensa

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