La guerra de las corrientes

El fin del siglo XIX fue, sin dudas, uno de los periodos más revolucionarios (y convulsionados) de la historia de la humanidad. Las ideas se debatían, los inventos se sucedían, los desarrollos eran siderales… todo estaba cambiando y debían decidirse muchos temas importantes de los que dependía el futuro de la humanidad. ¿Carbón o petróleo? ¿Fuentes de energía renovable o fósil? ¿Capitalismo o socialismo? ¿Monarquías constitucionales o democracias abiertas? ¿Colonialismo y supremacía blanca o igualdad de razas?

No todas las elecciones fueron racionales (bueno… ¿alguna discusión colectiva a lo largo de la historia lo fue?)

Entre los conflictos científicos industriales que se establecieron se dio la llamada “guerra de las corrientes”.

En un rincón, el mago de Melo Park, Thomas Alva Edison. En el otro, quien había sido su empleado (y con quien la relación terminó en forma amistosa): Nikola Tesla, quien en esa oportunidad estaba apoyado por otro gigante: George Westinghouse.

Edison favorecía el uso de corriente directa (CD), mientras que sus rivales preferían la corriente alterna.

No solo era un debate científico, había millones en juego y, sobretodo, el prestigio personal de estos genios que tenían algunas inclinaciones de rockstars, especialmente Edison quien, a diferencia de esa imagen de patriarca bonachón, de abuelo tierno y sensible, era un sagaz hombre de negocios y un enemigo formidable cuando debía defender sus emprendimientos. El hombre era un entusiasta de los efectos publicitarios y no se privó de usarlos en esta oportunidad, aunque excediese lo estrictamente científico para demostrar los perjuicios de la corriente alterna, afirmando que era tan moral como un rayo. A tal fin había montado un espectáculo de dudoso buen gusto en el que una serie de perros y gatos eran electrocutados para demostrar los efectos deletéreos de la aborrecible corriente alterna.

Esta guerra llegó a su clímax cuando en 1930 Edison utilizó su considerable influencia para hacer que el asesino William Kemmler, condenado a la pena capital, fuera ejecutado en una silla eléctrica con corriente alterna para convencer al publico de su peligrosidad. Este fue el primer muerto por una descarga eléctrica. Antes de morir le pidió al verdugo “Tómalo con calma, hazlo correctamente, no tengo apuro”. Vale aclarar que el primer intento fracasó ya que 17 segundos después Kemmler estaba vivo. Como el generador necesitaba tiempo para cargarse, durante unos minutos se lo escuchó gritar a la víctima. La segunda tentativa duró un minuto y para los presentes resultó una escena espantosa por el olor a quemado y el humo que emanaba de la cabeza de William Kemmler.

Para hacer la competencia más dramática, Edison comenzó a divulgar que la silla eléctrica debería llamarse “Westinghouse” en directa alusión a su competidor.

Para 1903 la corriente alterna se había impuesto en el mundo, pero Edison no estaba dispuesto a darse por vencido tan fácilmente. Ese año un elefante de un circo había muerto a tres de sus cuidadores cuando estos le colocaron un cigarro en la boca. Topsy, así se llamaba el paquidermo es cuestión, fue condenado a ser sacrificado por estrangulamiento. Este asunto fue centro de un gran debate. ¿Tenían derecho a condenar a un animal que había sido maltratado? ¿Podían estrangular a un elefante? Fue entonces que apareció Edison y sugirió que la mejor forma de eliminarlo era usando la corriente alterna propuesta por Westinghouse. Con la bendición de la Asociación Protectora de Animales, Topsy (el “elefante asesino” como lo llamaban los medios) fue ejecutado con una descarga de 6.600 voltios de corriente alterna (por supuesto). Este sórdido episodio fue eternizado gracias a uno de los inventos más prodigiosos de Thomas Alva Edison, la cámara de cine.

La poco edificante “guerra de las corrientes”, llegó a su fin de forma nefasta, con un claro vencido que no se resignó a su derrota.

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