La muerte de Federico de Brandsen: Coronados de gloria

Carlos Luis Federico de Brandsen se había desempeñado con distinción en las guerras napoleónicas hasta participar en el Estado Mayor del Emperador en la batalla de Waterloo. Depuesto Napoleón, Brandsen aceptó una propuesta de Rivadavia de servir en el ejército bajo las órdenes de San Martín a quien acompañó durante toda la gesta Libertadora, destacándose en las campañas en Chile y Perú, donde conoció a la que sería su esposa, la nieta de un virrey.

Las disputas políticas lo enfrentaron con Bolívar y le costaron un tiempo en prisión, razón por la cual decidió volver al Río de la Plata donde su mentor, Bernardino Rivadavia, era presidente de los argentinos. La joven republica se había comprometido a reconquistar la Banda Oriental, arrebatada diez años antes por los portugueses.

Brandsen fue puesto al mando del Regimiento 1 de Caballería. Su experiencia y prestigio entre los camaradas enseguida lo convirtió en un oficial de consulta. Las diferencias con el general en jefe Carlos María de Alvear no tardaron en aparecer, como lo consignó el mismo Brandsen en el diario que llevó a lo largo de toda la campaña contra el Brasil. Sin embargo, Brandsen intentó calmar a los oficiales más exaltados que deseaban remplazar a Alvear. Bien sabía que un ejército dominado por la anarquía tras las líneas enemigas, era pasto fácil para las fieras.

Los ejércitos republicano e imperial se encontraron a orillas del Passo do Rosario (como los brasileros conocen a esta batalla) en un lugar llamado Ituzaingó.

Antes de la batalla final, Alvear explicó su táctica. El peso del combate caía sobre el regimiento de Brandsen, quien debía conducirlo en un ataque frontal contra el núcleo de la infantería brasilera que incluía dos mil mercenarios traídos de Europa. La caballería debía atravesar una cañada, un obstáculo difícil de sortear, lo que convertía a este ataque en acto casi suicida. Así se lo hizo saber el francés a Alvear quien, con la soberbia que lo caracterizaba, le respondió “Cuando Napoleón le daba una orden, usted no se la discutía”.

Brandsen miró el campo de batalla, los pastizales que ya ardían por el fuego de los matorrales, el cañadón, las tropas formadas esperando sus órdenes, los caballos pifiando… El sol caía a plomo ese mes de febrero echando una luz casi irreal sobre el llano. Ese era su día para morir después de veinte años de luchas que lo habían llevado de las colinas alemanas a la cumbre de los Andes pasando por la ciudad de los virreyes desde su París natal.

Brandsen inclinó la cabeza y se dirigió a su regimiento luciendo el uniforme del ejército francés tachonado de medallas. Formada la tropa, dio la orden de avanzar. Fue entonces cuando se percató que Alvear seguía sus pasos. Brandsen frenó su caballo y lo encaró: “General, me ofende…” Alvear dudaba que fuera a cumplir sus órdenes, pero allí estaba el coronel, al frente de sus hombres.

El trompa llamó a degüello y Brandsen cargó al frente de su regimiento. Tal como había dicho, su cuerpo cayó en el zanjón junto a los soldados que lo siguieron en esta carga suicida. Lavalle, Paz y Soler tomaron la iniciativa y cargaron contra los imperiales, mientras Iriarte hostigaba al enemigo con la artillería. Viéndose superados, los brasileros abandonaron el campo de batalla. Los argentinos y orientales habían vencido en Ituzaingó.

Horas más tarde sus camaradas reconocieron el cuerpo de Brandsen que yacía desnudo donde había caído. Los enemigos había rapiñado el uniforme del coronel. A poca distancia se encontraba el cuerpo de Ignacio, el hermano menor de Lavalle.

Enterados de su muerte en Buenos Aires, Rivadavia dispuso que tanto Brandsen como el comandante Manuel Besares, también fallecido en acción, revistieran siempre como “presentes” en sus respectivos cuerpos.

Un año más tarde, a instancias de su esposa, el cuerpo del coronel fue recuperado del campo de batalla y trasladado a Buenos Aires donde fue enterrado en el cementerio de la Recoleta, bajo una obra del escultor Camilo Romairone (autor de muchos de los bustos de los presidentes en la Casa Rosada), encargada por Torcuato de Alvear, por entonces intendente de Buenos Aires.

Los restos de Brandsen yacen a pocos metros del general Alvear quien impartiera la orden que lo condenó a morir precozmente, honrando las palabras del himno que entonaron tantas veces “Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir”.

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