Zelda Fitzgerald fue una mujer con nombre de cuento que vivió una vida de película en la que coincidieron casi todos los géneros cinematográficos. Desde la comedia de teléfonos blancos, al musical de jazz de los años 20, sin faltar el drama de un amor turbulento o el terror de morir carbonizada. Además, fue una mujer de su tiempo para lo bueno y para lo malo. Conocida como “the first American flapper” –esas mujeres que desafiaron los códigos de comportamiento y belleza de la época vistiendo ropas atrevidas, bailando jazz y disfrutando de su sexualidad–, Zelda fue independiente, autora de su propia historia, pero también víctima de la desigualdad de haber nacido mujer en la sociedad estadounidense de principios del siglo pasado.
Durante décadas, Zelda fue considerada la musa literaria del que fuera su esposo, Francis Scott Fitzgerald, porque la sociedad de la época no concebía otro papel para las parejas de los escritores. Sin embargo, la realidad era bien distinta. Tras la publicación de la biografía que sobre ella escribió Nancy Milford en los años 70, quedó probado que muchas de las brillantes páginas y chispeantes diálogos del autor de El Gran Gatsby tenían su origen en los diarios de Zelda.
De hecho, cuando ella escribió Resérvame el vals, novela concebida durante las seis semanas que pasó en una clínica mental, Fitzgerald estalló de ira porque parte de lo que se contaba en ella, escenas de su vida en común, iba a ser utilizado por él en Suave es la noche. Finalmente, la presión que Fitzgerald ejerció sobre su esposa hizo que Zelda se viera obligada a reescribir el texto y eliminar todos aquellos pasajes que interferían con el libro de su marido. Resérvame el vals, publicada en1932, fue un rotundo fracaso. Por su parte, Suave es la noche, de 1934, es una de las novelas del canon literario estadounidense.
Una belleza sureña
Zelda había nacido el 24 de julio de 1900 en una familia acomodada de Alabama. Su madre eligió su nombre inspirada por las historias Zelda: A Tale of the Massachusetts Colony de Jane Howard y Zelda’s Fortune de Robert Edward Francillon y los primeros años de la niña, la menor de seis hermanos, discurrieron entre algodones y caprichos. La pequeña asistía a clases en los mejores colegios, recibía lecciones de ballet y su educación incluía todas aquellas disciplinas y conocimientos que se consideraban propias de una damisela del sur. No obstante, durante su adolescencia, Zelda se encargó de desafiar todas esas convenciones realizando justamente lo contrario a lo que se esperaba de ella: fumaba, acudía a fiestas, bebía alcohol y se relacionaba con muchachos de su edad sin importarle el qué dirán ni el prestigio de su padre, juez de la Corte Suprema de Alabama, o sus abuelos, gobernador uno y senador otro.
A pesar de esa independencia, posiblemente Zelda nunca habría salido de Alabama. Tampoco se habría planteado radicarse en una de las grandes ciudades del país como Nueva York o viajar hasta París. Lo que no esperaba es que la Primera Guerra Mundial le llevaría esa remota posibilidad de escape hasta la puerta casa. En 1918, el teniente Francis Scott Fitzgerald fue destinado a Alabama, un estado a más de 1.300 kilómetros de Princenton, universidad en la que estaba estudiando, pero a poca distancia de Montgomery, la ciudad en la que vivía Zelda. El futuro escritor y la muchacha coincidieron una noche en uno de los bailes del Country Club de la ciudad y se gustaron. Zelda tenía 18 años y, a pesar de ser cortejada por un gran número de pretendientes, los ignoró a todos para poder pasar el mayor tiempo posible con el militar, por entonces de 22.
A partir de entonces, Zelda y Scott Fitzgerald comenzaron a verse con frecuencia y, cuando el escritor fue enviado a otro destino, mantuvieron el contacto por carta. Durante ese tiempo, Scott Fitzgerald fue conociendo mejor la personalidad de Zelda, algunos de cuyos rasgos, reflexiones y comportamientos fue incorporando a los personajes de la novela que estaba escribiendo, A este lado del paraíso. Cuando la relación fue a mayores y Zelda le permitió leer parte de su diario, el escritor aprovechó para copiar fragmentos completos e incorporarlos al libro sin ningún remordimiento.
Los locos años 20 (del siglo pasado)
Al finalizar la guerra, Fitzgerald se estableció en Nueva York. Su intención era conseguir un trabajo decente para poder casarse con Zelda y, aunque lo intentó en el mundo de la literatura y la prensa, acabó decantándose por una agencia de publicidad porque estaba mejor pagado. En todo caso, el de hacer anuncios continuaba siendo un empleo precario e insuficiente no solo para cubrir el nivel de vida al que estaba acostumbrada Zelda, sino para que el joven escritor pudiera subsistir. Acuciado por las deudas, Scott Fitzgerald se vio obligado a regresar a la casa de sus padres en Minnesota y los planes de estar juntos se tornaron casi inalcanzables.
En 1919, sin embargo, la editorial Scribner aceptó publicar A este lado del paraíso que, desde su aparición en marzo de 1920, se convirtió en enorme éxito de ventas. Gracias a ese inesperado acontecimiento, Scott le propuso matrimonio a Zelda y, el 3 de abril de 1920, se casaron en la Catedral de San Patricio en Nueva York.
La pareja no tardó en convertirse en dos de las personas más populares de la ciudad. Inteligentes, salvajes y con éxito, su presencia en las fiestas era garantía de diversión. No obstante, el día a día de la pareja era diferente. El consumo de alcohol en exceso por parte de ambos, y muy especialmente de Francis, generaba continuas peleas entre ellos que acabaron provocando su expulsión de varios hoteles en los que residían.
Por eso, cuando en 1921 Zelda descubrió que estaba embarazada, la pareja decidió trasladarse a la casa de los padres de Francis en Minnesota, para reposar y mantenerse alejados de tanto exceso. En octubre de ese año nació Frances Fitzgerald, familiarmente conocida como Scottie y, poco después, la familia ya estaba de regreso en Nueva York donde, tras contratar a una niñera para que se ocupase del bebé, Zelda y Scott Fitzgerald retomaron la vida salvaje.
A pesar de las juergas y los excesos, Scott Fitzgerald continuó con su carrera como escritor y publicó una segunda novela, Hermosos y malditos a la que siguió The Vegetable, una obra de teatro que pretendía aportar estabilidad económica a la familia pero que provocó justamente lo contrario. Arruinado, el escritor entró en una espiral depresiva y, para intentar superarla, el matrimonio decidió establecerse en París, ciudad del amor para muchos, pero que, en su caso, supuso el principio del fin.
Cuesta abajo
Después de una breve temporada en París, Zelda, Scott y Scottie se establecieron en la Riviera francesa. En la ciudad de Antibes Fitzgerald encontró la tranquilidad necesaria para acabar la novela que estaba escribiendo, El gran Gatsby, pero Zelda, libre de cualquier obligación, se dedicó a disfrutar de los atractivos de la costa. Frecuentaba las playas, los bailes, los casinos y, en una de esas salidas, conoció a Edouard S. Jozan, joven piloto francés con el que mantuvo un romance sentimental desigual. Mientas que para él Zelda no era más que un flirt, ella llegó a pedirle el divorcio a Scott Fitzgerald para poder casarse con el joven. Cuando Jozan desapareció de sus vidas, la pareja recuperó su inestabilidad habitual y se olvidaron de la separación.
A pesar de que seguían juntos, la relación se iba deteriorando a ojos vista. A los celos, el alcoholismo y las peleas se sumaron las dificultades económicas que vivían y que no pudieron ser solventadas ni siquiera con la publicación en 1925 de El gran Gatsby que, en contra de lo que se esperaba y de la percepción actual que se tiene de la novela, no tuvo el éxito de los anteriores libros del escritor. Para evitar ese mal ambiente familiar, Zelda decidió retomar su carrera como bailarina. Comenzó a asistir a clases de ballet y sopesó la posibilidad de hacerse profesional pero, a esas fases obsesivas por el baile se sucedían otras en las que no era capaz de centrarse en la actividad. Una actitud que iba más allá del diletantismo y que empezó a poner el foco en su salud mental. Internada en 1930 en un hospital psiquiátrico, Zelda fue sometida a una serie de exámenes que determinaron que sufría esquizofrenia.
Todo ese año Zelda lo pasó entrando y saliendo de diferentes instituciones médicas hasta que, en 1931, la familia decidió regresar a Estados Unidos. Aunque viajaron juntos, nada más llegar al país, Scott decidió marcharse a Hollywood para trabajar de guionista y Zelda fue internada de nuevo en un hospital donde comenzó a desarrollar una intensa actividad creativa de la que surgieron cuadros, cuentos y el libro Resérvame el vals.
Si bien la pareja aún mantenía la apariencia de matrimonio, Fitzgerald aprovechó su estancia en California para disfrutar de la vida al margen de Zelda y tener diferentes amantes. A pesar de ello, todavía harían un intento más por salvar su relación y, en 1938, viajaron a Cuba sin sospechar que el viaje sería un absoluto fracaso. Además de que la pareja no se recompuso y que los enfrentamientos continuaron, Scott recibió una brutal paliza por parte de los isleños cuando, completamente alcoholizado, interrumpió una pelea de gallos con intención de pararla.
A su regreso a Estados Unidos, Zelda fue ingresada en una la clínica mental y Scott Fitzgerald volvió a trabajar a Hollywood. Nunca más volvieron a verse. En 1940 el escritor murió de un ataque al corazón y, ocho años después, falleció Zelda en un trágico accidente acaecido después de que las cocinas del hospital en el que estaba ingresada comenzaran a arder. Las llamas se extendieron por el edificio hasta llegar a la habitación en la que esperaba para ser sometida a una sesión de electroshock que, por protocolo interno, estaba cerrada por fuera para evitar que los internos se escapasen. La que fuera una de las mujeres más atractivas de Alabama, Nueva York y París quedó completamente carbonizada. La única pista que permitió determinar su identidad fue una de las zapatillas que llevaba puestas. Hacía mucho tiempo que la primera flapper del América no calzaba zapatos de tacón.
Texto extraído del sitio: https://www.revistavanityfair.es/cultura/articulos/zelda-fitzgerald-infancia-vida-escritora-muerte-incendio/46036