Jean Antoine Watteau nace el año 1684 en Valenciennes, al norte de Francia, en el Hainaut que sólo hacía siete años que había sido conquistado por Luis XIV. Esta región por tradición y por cultura estaba más vuelta a los países del Norte que a Francia, hasta el punto de que algunos contemporáneos hablan de Watteau como pintor flamenco. Su temprana muerte en 1721, sólo seis años después que Luis XIV, trunca las posibilidades que tuvo de convertirse en uno de los grandes artistas del reinado de Luis XV.Tras su aprendizaje con un maestro local, viaja a París hacia 1702 en donde entra al servicio de un marchante que tenía tienda abierta en el puente de Notre-Dame. Su misión era copiar imágenes de devoción y cuadros de pintores holandeses como Gerard Dou. Cansado de este trabajo se pasa al taller de Claude Gillot (1673-1722) y poco después cambia al de Claude III Audran (1658-1722).Estos primeros años de estancia en París anuncian lo que será su vida un tanto enigmática, sin domicilio fijo ni residencia personal, domiciliado hasta su muerte en casa ajena, cambiando continuamente de taller y evitando ataduras muy continuadas con su clientela. El trabajo como copista le permitió profundizar en la técnica, pero también en el tema, la escena de género, de los maestros holandeses. Su contacto con Gillot, asiduo a las representaciones teatrales de la Feria que plasma regularmente en sus cuadros, estimuló su amor por todo lo referente a este mundo y que mantuvo hasta el final de su vida. En una de sus primeras obras Arlequin empereur dans la lune (Museo de Bellas Artes de Nantes), se inspira directamente en una composición del maestro basada en una escena de la comedia del mismo título de Nolant de Fatouville.Claude III Audran vivía en el palacio de Luxemburgo del que era concierge, lo que hoy diríamos conservador. Esto facilitaría a Watteau el estudio especialmente de la famosa serie de la Vida de María de Médicis, hoy en el Museo del Louvre, pintada por Rubens para la galería del palacio. De otro lado, Audran, que estaba especializado como pintor decorativo de arabescos en techos y paredes, confía al joven artista las decoraciones del château de la Muette, desgraciadamente desaparecidas. Conservamos, sin embargo, las que realizó para una habitación del hôtel Nointel, raro ejemplo de una actividad a la que consagró mucho tiempo y en la que adquirió, como escribiría Caylus, “esa ligereza de pincel que exigen los fondos blancos”. Ya en estos momentos ha adquirido seguridad en su oficio y una invención decorativa. No faltan entre lazos, cintas y finísimos tallos vegetales, los temas chinos, de monos, pero también las deliciosas figurillas que seguiremos viendo en su posterior obra. Durante el resto del siglo tuvo una considerable influencia no sólo en Francia y no sólo en la pintura.El año 1709 se presenta al concurso de la Academia, en donde obtiene el segundo premio. Conoce al marchante Pierre Sirois que le compra un cuadro y el mismo año regresa a su pueblo natal. En los alrededores se encontraba la ciudad militar Le Quesnoye en donde tomaría apuntes al natural de la soldadesca, que pronto se convierten en cuadros de temas militares. Renuncia, sin embargo, a representar grandes hazañas bélicas o el momento de las batallas, prefiere las escenas más humildes de la vida de la tropa en los campamentos o en las marchas, con personajes vistos de espaldas, postura por la que sentirá una especial predilección.Pronto regresa a París y en el año 1712 presenta alguna de sus obras a la Academia con la esperanza de obtener una pensión que le permitiera completar su formación en Roma. Sorprendentemente los académicos no sólo no juzgan necesario dicho viaje sino que le admiten en la institución. Realmente los tiempos habían cambiado, pues aunque no se tiene seguridad de cuáles fueron los cuadros expuestos al juicio de los académicos, no hay duda que tendrían poco que ver con las serias y clásicas composiciones mostradas no muchos años antes. La entrega del cuadro obligado para ser recibido como académico la retrasará, tras continuas llamadas de atención por la Academia, hasta el año 1717.En 1715 recibe la visita de un joven coleccionista sueco, Carl Gustaf Tessin, en cuyo diario califica a Watteau de “alumno de Gillot, flamenco de nación, con éxito en la pintura de grotescos, paisajes y moda y en cuyo taller tuvo ocasión de ver una cantidad de proyectos de arquitectura, así como un libro de fuentes… hechos y dibujados por Oppenordt”. Estas interesantes noticias nos permiten confirmar el importante papel de los repertorios ornamentales en toda la decoración rococó. Además demuestra cómo, a pesar de no haberse conservado nada, por estas fechas Watteau no sólo era conocido por sus temas de moda sino también por sus decoraciones.La fama del pintor se extiende por París y el financiero Pierre Crozat, en carta a la pintora italiana Rosalba Carriera, de 1716, le escribe que no conoce a otro pintor que sea capaz de hacer una obra digna de serle presentada y que si tiene algún defecto “es el de ser muy lento en todo lo que hace”. A finales de 1717 ya vivía nuestra artista en el hôtel de Crozat de la calle Richelieu, famoso no sólo por su arquitectura, obra de J.S. Cartaud, sino también porque contenía una de las más importantes colecciones de arte de Francia. Allí pudo gozar Watteau con pinturas y dibujos de Tiziano, Rubens, Van Dyck, sin olvidar los artistas del manierismo y tantos y tantos otros que ejercieron sobre él una indudable influencia. .Antes de seguir adelante con su biografía creo que es el momento de detenernos algo más en su obra. Su estudio plantea serios problemas de datación. En primer lugar, por la generalmente mala conservación de sus pinturas, sobre todo de su época de juventud. Sus contemporáneos ya comentan su carácter impaciente y el poco cuidado que ponía en la técnica: aplicaba un óleo graso en capas espesas sobre cuadros desigualmente secos; no secaba ni limpiaba regularmente su paleta, con lo que el polvo y los restos de los colores precedentes se mezclaban con los nuevos. Por otro lado, ni firmaba ni fechaba sus cuadros, a lo que se añaden las dificultades de determinar estilísticamente una evolución por etapas. No preparaba normalmente bocetos de sus composiciones y aprovecha para cuadros de distintas épocas los mismos dibujos que hacía de figuras vestidas con diferentes trajes. Para colmo de males el éxito que alcanzaron su pintura y sus temas dio lugar a una multitud de copias y falsificaciones que obstaculizan más la labor. Por todas estas razones y conociéndose pocas obras de datación segura, evito una relación cronológica y paso a hacer un breve comentario sobre dos de sus temas más queridos, el teatro, el mundo del espectáculo y las fiestas galantes que, en realidad, como enseguida veremos, están más cercanos de lo que pudiera parecer.Cuando llega Watteau a París no tuvo ocasión de ver a los Comédiens ltaliens pues el hôtel de Bourgogne donde representaban fue cerrado en 1697 por Luis XIV, instigado por Madame de Maintenon, y no se permitieron reanudar sus actuaciones hasta 1716. Sí pudo asistir, sin embargo, a las representaciones de los Comédiens Français, el teatro por excelencia, lugar de encuentro de la sociedad parisina, entre la que se encontraban los Crozat y otros buenos clientes de Watteau. Por estas fechas se hizo famoso el actor-autor Dancourt con sus dancóurades, comedias sobre los vicios y modas del momento que terminaban con un divertimento musical y danzado.La Opera, en su sede del Palais Royal desde 1673, mantenía un carácter más conservador; los sucesores de Lully continuaban el viejo estilo. Pero a fines del siglo XVII sobre todo con “L’Europe galante”, título bien significativo de Campra y libreto de La Motte, nace la ópera-ballet, que consistía en una serie de actos diferentes unidos por una ligera trama. Años después, en 1754, Luis de Cahusac concebía estas piezas como “bonitos Watteau, miniaturas picantes, que exigen toda la precisión del dibujo, las gracias del pincel y la brillantez del colorido”. La música y la danza son también temas obligados de Watteau.Junto a estos espectáculos oficiales existían además en París el teatro de la feria de Saint-Germain y el de la de Saint-Laurent en donde actuaban, con grandes problemas con las autoridades por falta de permiso, una serie de grupos teatrales ambulantes. Entre sus miembros era bastante normal el empresario al tiempo actor e incluso pintor, que se preocupaba también de la escenografía y de los carteles anunciadores.Este es el mundo que conoció Watteau, tanto el oficial como el más popular y el que nos presentó en sus cuadros. Muchos de sus personajes son retratos de actores por él conocidos, pero más que recoger un momento definido o un teatro preciso le interesa expresar el espíritu del espectáculo, siempre dentro de una matizada ironía o con un halo sutil de melancolía, jamás la carcajada o el drama. Un mundo real, pero poetizado.El mismo espíritu impera en el universo de la fiesta galante. No se trata de una interpretación realista de la sociedad en sus actividades cotidianas pero, como apunta Francastel, sí es el pintor fiel de esa sociedad en vías de formación, la primera generación del siglo de las luces, ricos amateurs, burgueses que desean el poder pero también la cultura, que buscan llegar a los primeros puestos para hacer evidente su éxito.Como en las escenas de teatro las composiciones son imaginarias aunque lo que refleja son las costumbres de sus clientes. Ante la crisis económica que sufría la Opera, el rey autoriza desde 1713 a organizar bailes públicos en la sala del Palais Royal, bailes de máscaras, en donde bastaba tener tres libras para pagar la entrada y poder disfrutar de la fiesta. En 1717 Bonneval escribía que estos bailes eran la fuente más frecuente de aventuras galantes. También en las residencias privadas proliferan fiestas nocturnas en donde se evocan bailes campestres y en donde el mismo regente se disfraza de Pan. La fiesta galante como diversión de gentes honestas según reza el “Diccionario” (1690) de Furetière, pasa a ser una expresión de costumbres licenciosas.La nueva sociedad descubre el amor a la naturaleza, al paseo, como Jean-Jacques Rousseau. Rousseau en la segunda mitad del siglo, pero ahora se trata de un campo civilizado, el de los alrededores de París, adonde se puede regresar fácilmente para asistir a una representación teatral. Se ponen de moda las folies, nidos de amor repetidamente aludidos en las novelas contemporáneas. También Watteau sitúa a sus elegantes personajes inmersos en frondosos paisajes. Igualmente recoge el pintor al lado de las grandes reuniones las fiestas más íntimas -parties-carrées-, sólo dos parejas y siempre con alguno de los personajes de espaldas, como es en él habitual desde las obras de juventud. Las fiestas escandalosas se convierten en placenteras reuniones en donde lo único que se permite es la insinuación. En su novela “Les liaisons dangereuses” Laclos no puede describir mejor la cita de la marquesa con su nuevo amante: “Llegada a este templo del amor (una folie en medio del campo), escojo el dèshabillè más galante. Es delicioso, de mi invención: no dejar ver nada y por tanto hace adivinar todo”.Ahora bien, estas fiestas galantes tienen que ver también con el teatro. Así por ejemplo en la entrée del ballet de Campra “Les Ages” (1718) se representan “jardines cerca de Padua preparados para dar una fiesta galante”. Esto mismo ocurre en uno de sus cuadros más conocidos, el que al fin presentó en el año 1717 para ser nombrado académico. Curiosamente en el acta de la Academia del día 28 de agosto, en que se produjo el ingreso, el título aparece tachado y encima se añade Una fiesta galante. El amante es un peregrino del amor que se encamina hacia las islas afortunadas. Desde el Renacimiento será Citera la más repetida, la isla a la que llega Venus llevada por Céfiro y saliendo de la espuma del mar. El tema de la peregrinación será habitual durante estos años en el teatro con un sentido caricaturesco y por Pierrot, Arlequín, Colombina y demás personajes de la “Commedia dell’Arte”, como protagonistas. Pero es que a ello se superpone también otro viaje, en este caso real, la escapada de recreo y de placer desde París al parque de Saint-Cloud, propiedad de los Orleans. Mito, teatro y realidad se transforman en los pinceles de Watteau en un idílico paisaje.Habíamos dejado a Watteau en 1717 cuando presenta su cuadro de recepción a la Academia. Su éxito en París lo tiene asegurado con el respaldo de Crozat y otros buenos clientes. Sus temas se ponen de moda, su imitador Lancret ingresa en la Academia con una fiesta galante. Por estas fechas sabemos que vivía con su amigo el pintor Nicolás Vleughels en casa del sobrino de Le Brun.En 1719 marcha a Londres tal vez para ponerse en manos de su admirador y amigo el doctor Richard Mead, pero sin resultados positivos de la tuberculosis que le atormentaba desde hacía tiempo. De vuelta a París al año siguiente, conoce a la pintora italiana Rosalba Carriera; ambos asisten a un concierto en casa del financiero Crozat junto con personalidades tan importantes como el Regente y Law. Se produce un nuevo cambio de domicilio, en este caso al del marchante Gersaint, yerno de Pierre Sirois. Crozat le encarga grabar los cuadros de la colección real, de la del Regente, la suya propia y de otras colecciones privadas, pero la enfermedad avanza. En el verano de 1721 muere Watteau en casa ajena, en Nogent-sur-Mame, a las afueras de París.En estos últimos años sigue pintando sus temas favoritos. De estas fechas es su famosísim Gilles del Museo del Louvre. A su vuelta de Londres pinta “para desentumecer los dedos” a manera de rótulo para la tienda de su amigo Gersaint L’enseigne, verdadero testamento artístico del pintor. Por última vez ficción y realidad se enlazan, aunque realizada según el natural, no es una reproducción de la tienda del marchante sino una especie de galería imaginaria.Ya antes he comentado cómo los temas inventados o recreados por Watteau pronto se pusieron de moda y no había aficionado en toda Europa -Federico II de Prusia adoraba su pintura- que no deseara tener un cuadro suyo. Esto produjo una multitud de imitadores, en ocasiones mediocres copistas y falsificadores, pero en otros casos buenos artistas, aunque sin la genialidad del maestro. La lista sería interminable; destaco a Jean Baptiste Pater (1695-1736), discípulo suyo en 1710, que fue llamado a su lado en 1721, tras unos años de enemistad, para colaborar con él e incluso terminar a su muerte algunos encargos; Nicolás Lancret (1690-1743) a quien hemos visto recibido en la Academia con un cuadro de una fiesta galante y Philippe Mercier (1689-1760) nacido en Berlín pero residente en Londres, en donde vende muchos cuadros suyos como si fueran originales del maestro.