Como lo había hecho el año anterior en el mismo mes de agosto, con motivo de la visita que nos realizara el joven príncipe Humberto de Saboya.
El de Italia fue el primer heredero de un trono que llegaba a nuestro país, marcando un verdadero acontecimiento en la vida ciudadana.
Ahora ese acontecimiento se repetía con el arribo del príncipe de Gales, que venía a nuestro país rodeado de una aureola de popularidad que se puso de manifiesto en las entusiastas recepciones.
El público argentino, especialmente el porteño, tuvo oportunidad de observar de cerca sus característicos rasgos de sencillez.
Era llevado a las fiestas poco menos que de la mano.
Concurría a regañadientes, como cuando los chicos van a la escuela. Asistió, en el Teatro Colón, a la representación de «Loreley», con Claudia Muzio y Beniamino Gigli.
Dicen quienes estaban cerca de él, que el príncipe de Gales se durmió durante la función.
Dio algunos cabezazos.
Evidentemente le gustaba más el deporte.
Por lo mismo concurrió a ver partidos de polo en los que participaron nuestros campeones olímpicos.
Además, en el Hurlingham Club, dio algunos tacazos como para demostrar su habilidad en el deporte ecuestre.
Una noche asistió al Teatro Opera, donde se representaba «Fruta Picada», en la que Florencio Parravicini hacía un tipo de inglés.
También actuó Roberto Casaux, que interpretó un monólogo en inglés, y Ana S. de Cabrera en números folklóricos.
En la parada militar que se realizó en su honor, el príncipe revistó las tropas, en compañía del jefe de la formación, general José F. Uriburu, y luego presenció el desfile de las mismas desde el palco oficial.
El tren especial en que el heredero de la Corona británica viajó a la estancia Huetel, llegó a las 7 de la mañana, pero el príncipe no quiso que lo despertaran y siguió durmiendo hasta el mediodía.
Hubo, en esa estancia, desfile de gauchos con aperos de lujo, domas, pialadas y yerras.
Luego, asado con cuero rociado con buen whisky.
Por la tarde un paseo a caballo durante el cual sufrió una caída uno de los periodistas británicos que lo acompañaban.
Recordó entonces la difusión que se dio a sus numerosas caídas y con su flema británica, sonriendo, dijo: «He ahí una noticia que no se dará a la publicidad».
Cantó después el dúo Gardel-Razzano y el príncipe tocó el ukelele. Volvió a la capital, desde donde debía iniciar una gira por el interior.
Un día desapareció.
Durante una hora lo buscaron por todas partes.
Había burlado hasta la vigilancia de los agentes de Scotland Yard que lo acompañaron en su gira.
Hubo el consiguiente revuelo. Se pensó en un accidente, en un secuestro, en un atentado. Pero no hubo nada de eso.
Una hora después apareció el príncipe en su residencia. Lo que había ocurrido es que quería estar solo.
Sin compañía.
Sin agasajos.
Absolutamente solo. Cumplió después una amplia gira por el país.
Visitó varias estancias, entre ellas la de Chapadmalal, y un mes después de haber llegado, se embarcó en el Repulse, fondeado en Mar del Plata.
Antes de partir firmó el retrato de Genaro, modesto dueño de la «trattoría» de Playa Grande, donde había hallado refugio cordial para eludir el protocolo.
Se despidió con un «hasta pronto», que el príncipe cumplió, pues algunos años más tarde nos volvió a visitar.
Con su primer viaje habla retribuido la visita que hiciera a su patria el doctor Alvear siendo presidente electo en 1922, circunstancia en que se honró a nuestro país con significativas ceremonias.