Los talibanes forzaron más la interpretación de la Sharía, especialmente en lo que respecta al trato de las mujeres, su educación, su indumentaria, el uso del burka, etc. Infligir estas normas lleva a la flagelación y aún hasta la muerte.
Los talibanes tienen su historia ligada a Afganistán. Este país, después de su independencia fue regido por una monarquía hasta que, en 1978, una revolución llamada del Saur, impuso un régimen comunista denominado República Democrática de Afganistán. La actitud beligerante de grupos islámicos, condujo a la intervención soviética. La resistencia de muyahidines (que incluían a los talibanes dirigidos por el califa Mohammad Omar) enfrentó a las tropas rusas con apoyo de EEUU, Arabia Saudita, Pakistán y otras naciones europeas y musulmanes. Los soviéticos se retiraron en 1989 pero la guerra entre los distintos grupos continuó, hasta que los talibanes se impusieron y establecieron el Emirato Islámico de Afganistán, donde la sharía es la norma judicial. Los atentados del 11 de septiembre del 2001 generaron la reacción de la OTAN, liderada por EEUU, quienes acusaban a los talibanes de apoyar a Bin Laden y su movimiento Al Qaeda. En diciembre del 2001 los talibanes fueron desplazados del poder, y se forma la República Islámica de Afganistán. Con el apoyo de tropas regulares afganas y fuerzas americanas y británicas, se da inicio a una nueva guerra de Afganistán.
Si bien en el 2014 la OTAN declara que abandonaban la guerra, fuerzas norteamericanas siguieron en el país hasta septiembre del 2020 cuando los talibanes, que controlaban la mitad del país, inician negociaciones de paz, que culminaron con el acuerdo de un cronograma de retiro firmado en Doha, Qatar. Para muchos no fue un acuerdo de paz, sino una rendición. Los talibanes aprovecharon el retiro de tropas norteamericanas y el desorden institucional para entrar a Kabul el pasado 15 de agosto. Se asegura que los talibanes sobornaron a militares y policías afganos para entrar a Kabul.
Cuando se estableció el Emirato Islámico en 1995, los talibanes fueron inicialmente bienvenidos, porque de un día para el otro erradicaron la corrupción, frenaron la anarquía e impulsaron la seguridad y el comercio. Sin embargo, introdujeron castigos acordes a su interpretación estricta de la ley islámica. Pronto se pudieron presenciar ejecuciones públicas de asesinos, adúlteros, y amputaciones de manos para aquellos que habían sido declarados culpables de robo. También se prohibió la TV, el cine y la música, y las mujeres eran obligadas a usar burkas.
Como antes de las invasiones musulmanas en Afganistán se profesaba el budismo, se habían construido las estatuas de Buda en Bamiyán. Los talibanes, dispuestos a borrar todo signo que no fuese musulmán, las destruyen en el año 2001, creando condena mundial.
La conquista de la OTAN después del atentado de las Torres Gemelas, desplazó a los talibanes a distintas partes del interior de Afganistán. Después de la muerte de Mohammad Omar, el nuevo líder fue el Mullah Akhtar Mohamed Mansour, asesinado por la CIA en el 2016. El actual jefe de los talibanes es Mawlawi Hibatullah Akhundzada, quien se inició luchando contra los soviéticos, fue juez de los tribunales de la sharía en los años 90, y desde hace cinco años lidera a las fuerzas talibanes que hicieron su ingreso triunfal en Kabul, después de dos décadas de lucha, al frente de 85.000 combatientes que no perdieron el tiempo en imponer la ley islámica (o, mejor dicho, su interpretación ultraconservadora de estas normas). El acuerdo de Doha nada dice del respeto de los derechos humanos ni de las mujeres, solo establece que las tropas norteamericanas no pueden ser hostigadas.
Mas allá del desastre humanitario que implica este retroceso de los derechos de las mujeres por el fundamentalismo, cuya cara visible es el rostro mutilado de la niña Bibi Aisha, por resistirse al matrimonio pactado por su familia, están otros aspectos de la problemática, como el desastre humanitario de los desplazados afganos, la nueva amenaza del terrorismo islámico (que obligará a incontables controles del turismo y desplazamiento de dinero). Acá comienza un nuevo capítulo de la guerra (que siempre fue un intercambio económico violento) entre China y EEUU por las riquezas que oculta el territorio afgano, como litio, cobre, hierro y otros minerales, más los millones encuadrados bajo la denominación de “tierras raras” (lantano, cerio, neodimio), ahora a disposición del gigante asiático, que mira con buenos ojos la oportunidad que su enemigo le otorga por impericia diplomática y errores estratégicos.
Ilustraciones de Shamsia Hassani, artista afgana