Una historia de compadres orientales

Nació Juan Antonio Lavalleja en Minas de Maldonado, en julio de 1784, era hijo de don Manuel Pérez de Lavalleja y de doña Ramona Justina de la Torre. Pasó sus primeros años acompañando a su padre en las tareas rurales.

En 1811, se inició en la carrera de las armas, combatiendo en Las Piedras, la primera victoria de las tropas nacionales en territorio oriental. En 1815, Fructuoso Rivera le encomendó la vigilancia de los movimientos de Dorrego, y asistió a la retirada de aquel, hasta Guayabos.

En esta batalla Lavalleja se comportó valientemente al decidir la acción con una carga a lanza, junto a los charrúas que infundieron temor entre las tropas porteñas. Un joven teniente, Juan Galo Lavalle fue testigo de la vergonzosa derrota del coronel Dorrego.

En 1816, Lavalleja participó con éxito en la campaña de Minas y Florida contra los lusitanos, y al año siguiente, comandó la izquierda de Rivera en el Paso del Cuello y en el combate de Pueblo Viejo del Pintado.

En 1818, hallándose al mando de la vanguardia de Artigas, cayó prisionero de los portugueses, y fue trasladado junto a su familia a Río de Janeiro. Uno de los últimos actos de Artigas antes de ir al destierro, fue enviar el poco dinero con el que contaba para aliviar la situación de sus seguidores presos, entre los que Lavalleja era el de mayor rango. Compartió el cautiverio con su esposa, Anita Monterroso, hermana del fogoso predicador, secretario de Artigas. Anita era de fuerte temperamento y empujaba a su marido en su campaña política, con la muletilla: “Date aires, Juan Antonio”.

En 1821, revistando como segundo jefe del Regimiento de Dragones de la Unión con el empleo de teniente coronel, firmó el acta de incorporación del territorio oriental al Reino de Portugal. En 1823, organizó en connivencia con Estanislao López, gobernador de Santa Fe, un movimiento revolucionario en Entre Ríos para derrocar a su gobernador, el general Mansilla (ungido después de la muerte de Francisco Ramírez). Fracasado el movimiento, fue apresado, y después indultado por el mismo Mansilla, en conmemoración del 25 de mayo.

Al evacuar los portugueses la plaza de Montevideo, pasó a Buenos Aires en 1824, donde organizó la empresa libertadora de los Treinta y Tres Orientales, e invadió con ellos la Provincia Oriental por la Agraciada, el 19 de abril 1825. Tomó prisionero al portugués Borba y a sus 300 hombres en el Paso del Rey, apoderándose de la guarnición brasileña de San José. Prosiguió su marcha hacia el sur y ocupó Canelones, desde donde amenazó a Montevideo.

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El 4 de mayo, después del abrazo del Monzón con su compadre Rivera, dirigió una proclama a los brasileños avecindados en la provincia, asegurándoles el respeto a sus personas y haciendas. En el Cerrito de la Victoria, estableció el cerco a Montevideo, favoreciendo el desembarco de partidarios en el puerto del Buceo. Dejó allí un destacamento encargado de continuar el asedio y se dirigió al norte, donde realizó el ataque a Colonia y alcanzó en Sarandí del Yi, un brillante triunfo sobre las fuerzas imperiales del coronel Bentos Manuel Ribeiro.

En 1826, se puso a las órdenes del general Martín Rodríguez, hasta que Carlos María de Alvear se hizo cargo del mando del ejército que debía batirse contra el Imperio. Alvear le concedió el comando de la vanguardia de las fuerzas de operaciones, con las que participó en la batalla de Ituzaingó, batiéndose con denuedo, y en Camacuá contra Bentos Manuel Ribeiro y Bentos Gonçalves.

Después de la victoria de Ituzaingó surgieron una serie de problemas que restaron credibilidad al general argentino. Por tal razón Lavalleja debió sustituir a Alvear en el comando del Ejército Republicano.

Terminada la guerra y declarado independiente el Estado Oriental, se lo designó Jefe de Estado Mayor General el 28 de agosto de 1829, y más tarde, Ministro de Guerra y Marina, y de Relaciones Exteriores.

Reemplazó al general Rondeau como jefe interino del Estado, cargo en que relevó arbitrariamente al general Rivera de su puesto como comandante general de la campaña. Este desaire provocó la reacción de don Frutos, aunque pronto se llegó a un acuerdo y se repuso a Rivera en su puesto.

En 1830, elegido Rivera presidente de la República (cargo que Lavalleja también ambicionaba), inició una reacción contra su compadre. En 1832, se pronunció contra el orden constitucional, y rechazó en Santa Lucía (Florida) a las tropas legales mandadas por el coronel Manuel Oribe. Lavalleja fue derrotado, dado de baja en el ejército y borrado de la lista de los Treinta y Tres.

En 1834, invadió nuevamente el Estado Oriental con el apoyo argentino, declarando depuesto al general Rivera; pero fue derrotado por las fuerzas legales, y tuvo que huir a nado, internándose en el Brasil.

Dos años después, a las órdenes del presidente Oribe, combatió la revolución de Rivera, al que derrotó, obligándolo a penetrar en el Brasil. Vencido en 1838 por don Frutos, en el Palmar de Arroyo Grande, el presidente Oribe se vio obligado a renunciar y emigrar a la Argentina, para ponerse al servicio de Rosas.

Con el ejército del general Echagüe, Lavalleja invadió nuevamente al Estado Oriental, siendo ambos derrotados en los campos de Cagancha por las fuerzas de Fructuoso Rivera.

De 1843 a 1851, figuró en el ejército sitiador de Montevideo, donde Rivera daba cobijo a los opositores de Rosas. Al caer el presidente Giró a causa de un movimiento revolucionario, formó parte del Triunvirato que le sucedió, constituido por Venancio Flores, el mismo Lavalleja, y el compadre Rivera. Sin embargo, hallándose en su despacho de la Casa de Gobierno, Lavalleja falleció repentinamente el 22 de octubre de 1853.

Entre los homenajes votados en su honor, el gobierno tomó a su cargo las deudas dejadas por el extinto “muerto en un estado de pobreza tan público como honroso”. También se mandó a grabar sobre su tumba en la Iglesia Matriz, una inscripción: “El pueblo oriental a su Libertador”. El destino una vez más lo unió (y esta vez para siempre) a su compadre Rivera. Don Fructuoso murió antes de llegar a Montevideo para constituir el Triunvirato. Los dos héroes orientales yacen uno al lado del otro en la Catedral de Montevideo, donde las diferencias que en vida tuvieron, se convirtieron en polvo.

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