De la historia del marqués del Real Acierto al invento de la tortilla de papas

Antes de los tiempos de la ecografía, era difícil predecir el sexo de un niño por nacer. Señales tales como la forma del abdomen o el cutis de la madre son mitos populares que solían servir de guía, aunque no han demostrado valor científico. Es verdad que muchas veces puede no importarles a las parejas el sexo de sus futuros hijos, sin embargo, en las monarquías, donde se aplicaba la ley sálica, norma que impedía el acceso al trono de las mujeres, era de importancia contar con descendencia masculina.

Fernando VII, Rey de España a principios del S. XIX, no tuvo descendencia masculina. Por eso, se esperaba que a su muerte asumiera su hermano con el título de Carlos V, pero como Fernando no le había creado suficientes problemas a España perdiendo un continente, decidió, casi a último momento, suprimir la ley sálica, y coronar a su hija Isabel, reina bajo la regencia de su madre. Carlos no se resignó y sobrevinieron las guerras carlistas.

Isabel resultó ser tanto o más torpe que su padre y también más promiscua: a la pobrecita la casaron con su primo Francisco de Asís y Borbón, al que llamaban Paquita, la mariquita, quien puntualmente reconocía los hijos que su esposa procreaba con otros hombres.

Isabel tuvo once hijos (de los cuales vivieron seis) con distintos caballeros. Nos circunscribiremos al nacimiento del futuro Alfonso XII de España, al que las malas lenguas llamaban “el Pacificador”, por creerlo hijo del capitán de ingenieros, Enrique Puigmoltó y Mayans, III conde de Torrefiel y vizconde de Miranda.

Cuentan que cuando la Reina le preguntó a su ginecólogo cual sería el sexo de su hijo, el Dr. Tomás Eustaquio del Corral y Oña le respondió sin dudas: ¡varón! Y, como todos saben, Alfonso fue varón. Para premiar la capacidad predictiva del Dr. del Corral (que asistió ocho de los once partos de Isabel) la Reina le concedió el título de Marqués de Real Acierto.

Como los colegas del buen doctor no aceptaron el título, le fue trocado por el de Marqués de San Gregorio. Ostentando tal título nobiliario del Corral fue presidente de la Academia Española de Medicina y también de la Academia de la Lengua. Sin dudas, del Corral era un personaje notable que hoy solo se recuerda por este episodio grotesco.

La inyección de sangre renovada en la descendencia real salvó a España de los trastornos ocasionados por la consanguinidad. Para celebrar el arribo de este varón, se propuso que el Papa bautizara al futuro monarca. El Santo Padre consciente de que la monarquía española era un firme sostén de la Iglesia, accedió. No solo eso: le concedió a Isabel la más alta distinción vaticana, la Rosa de Oro.

En el Vaticano surgieron voces contrarias a otorgar semejante honor a una dama que no había sido, ni sería, un dechado de virtudes. Los cardenales fueron impiadosos al objetar la decencia de la Reina. “Ma. é una puttana”, afirmaron persignándose. A lo que el Papa Pio IX replicó: “Puttana, ma pia”.

Las guerras carlistas continuaron. Fue por esas épocas en que, a raíz de la escasez reinante, se inventó la tortilla de papas. Isabel fue expulsada de España por “la gloriosa revolución”, promovida por uno de sus amantes. El romántico poeta Gustavo Adolfo Bécquer junto a su hermano Valeriano, aprovecharon la ausencia de la Reina para publicar una serie de caricaturas de Isabel bajo el poco auspicioso título de “Los Borbones en pelota”, así, en singular, haciendo alusión a la prenda interior que se usaba en los siglos XVI y XVII. Eran dibujos de la reina y sus amantes en poses que bien podrían llamarse pornográficas.

Isabel vivió en Francia cómodamente, separada de su marido y su hijo. A España solo la dejaron volver para ocupar su féretro en el Escorial, del lado de los Reyes, mientras que los restos de su marido fueron alojados del lado de las Reinas, siguiendo la sabiduría de las coplas populares, que recordaban a Isabelita, tan frescachona, y Don Paquito, tan mariquito.

 

Esta nota también fue publicada en La Nación

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