Con decenas de adaptaciones teatrales, cinematográficas y televisivas, pocas obras literarias han penetrado en el inconsciente colectivo de Occidente como A Christmas Carol (traducido en general como Una Canción o Un Cuento de Navidad), la fábula navideña por antonomasia de Charles Dickens. Común como los árboles navideños y las tarjetas, hoy el cuento es ciertamente un cliché y son incontables las personas que desde hace casi dos siglos han oído hablar de Ebenezer Scrooge, el usurero de corazón de hielo que, tras ser visitado por tres espectros durante la Nochebuena, se deja conmover por el espíritu navideño y decide usar su fortuna para ayudar a los pobres, para mejorar la vida de su empleado, Bob Cratchit, y la de su familia, y, en definitiva, conseguir su propia salvación.
Aunque hoy parezca trillado pensar en la Navidad como un tiempo de reflexión y caridad, sin embargo, quizás sorprenda que mucho de esa actitud fue inaugurado, de hecho, por la novela de Dickens. Después de todo, las fiestas invernales estaban empezando a ponerse de moda en la Inglaterra de mediados del siglo XIX después de casi cien años de no celebrarse y el contexto de la Revolución Industrial ponía en jaque muchas de las ideas que la gente se había formado de ellas. Consideradas como algo más bien rural y hogareño, la vida urbana planteaba un desafío para su celebración y se abría la puerta a una nuevos rituales, hoy tradicionales, que entonces estaban en construcción.
En este contexto de gran turbulencia cultural, no resulta menos elocuente que el cuento viniera de la pluma de Dickens, un autor entonces reconocido por sus denuncias sobre la situación social. Él mismo había experimentado la pobreza en primera persona cuando a la edad de doce años, cuando su padre terminó preso por sus deudas y él tuvo que trabajar en una fábrica de betún. Ya adulto y dado a la escritura, era común verlo junto con otros autores y políticos de la época viajando por el país y visitando los asilos en los que muchos pobres se veían obligados a vivir en la más profunda miseria. A Dickens le preocupaba la explotación de estas personas y a través de su literatura buscaba especialmente resaltar el problema para que la sociedad entera viera lo peor que el incipiente sistema capitalista generaba.
En 1843, a nivel personal, sin embargo, él parecía estar estancado. Luego de una larga estadía en 1842 en los Estados Unidos que lo alejó del ámbito inglés, y a pesar de estar muy entusiasmado por su novela Martin Chuzzlewit, que salió por entregas mensuales entre 1843 y 1844, ésta no se estaba vendiendo como él esperaba y sus deudas con la editorial Chapman & Hall empezaron a aumentar. Para peor, su mujer estaba embarazada de su quinto hijo y, si no se recuperaba rápidamente, no sabía como iba a hacer para alimentar a su familia.
La respuesta, de alguna forma, llegó en octubre de ese año, cuando le solicitaron que escribiera un informe para el gran público sobre las condiciones de la clase obrera. Temeroso de que un panfleto de denuncia alienara a las clases medias, Dickens tomó la sabia decisión de escribir, en cambio, una historia y se lanzó a la escritura de A Christmas Carol. El formato de novela corta era ideal para ser leída durante las fiestas y, a través de un estilo llano y rico en descripciones, Dickens se propuso crear una fábula que conjugara su mensaje moralizante de denuncia con las nuevas tendencias que estaban configurando el espíritu navideño. El proceso de producción en sí fue frenético y llevó cerca de seis semanas que intercalaron intenso trabajo con caminatas energéticas de varios kilómetros por la ciudad como forma de inspirarse. Dickens estaba entusiasmado, algo raro en él, y confiaba plenamente en el éxito de su libro, por lo que no sorprende que participara activamente de su diseño. A un módico y atractivo precio de venta de cinco chelines, no queda duda que la primera edición – tapas rojas, letras doradas, ilustraciones a color hechas por el artista John Leech – fue hecha con la idea de ser regalada durante las fiestas.
Cuando el libro finalmente fue publicado el 19 de diciembre de 1843, la tirada original de 6 mil ejemplares se agotó en menos de una semana. Se imprimieron nuevas ediciones que totalizaron unos siete mil libros más, pero quizás resulte sorprendente que , a pesar del éxito, esto no se tradujo en una ganancia para Dickens. Los altos costos de producción del libro redujeron sus ingresos a menos de un cuarto de lo que había anticipado y, para peor, al poco tiempo empezaron a aparecer copias pirateadas de baja calidad que se vendían más baratas. Rápidamente Dickens inició litigios en contra de los falsificadores y, aunque las cortes le dieron la razón, esto también se llevó una parte de sus magros ingresos.
No fue sino hasta una década después que A Christmas Carol empezó a generar ganancias para el autor y estas llegaron desde una fuente insospechada: las funciones públicas. A lo largo de la década de 1840 Dickens había continuado escribiendo nuevos cuentos navideños cada año que, aunque exitosos, no se equiparaban a lo que había sido el original. Preocupado por transmitir su mensaje de reforma de manera más efectiva, en diciembre de 1853, sin tiempo para nuevos cuentos y ya entregado a la escritura de Tiempos Difíciles, decidió aparecer en vivo frente a una audiencia y leerles él mismo A Christmas Carol. Este tipo de actividad, aunque muy difundida actualmente, era una total novedad entonces y, a pesar de todo, resultó sumamente exitosa. No sin afectar significativamente su salud, a lo largo de las siguientes dos décadas hasta su muerte en 1870, Dickens hizo de las lecturas una actividad regular con giras en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. De acuerdo a diferentes estimaciones se cree que hizo entre 127 y 444 presentaciones en estos años y que percibió por ellas una fortuna de 93 mil libras.
La historia en sí, acercándose al aniversario de dos siglos de su publicación inicial, continúa conmoviendo a las personas en un mundo que se mantiene social y económicamente dividido. En todos estos años han existido incontables anécdotas de personas que, como Scrooge, se sintieron interpelados e invadidos por el espíritu navideño y salieron a ayudar a los más necesitados, y ha habido igual cantidad de críticos que se preguntaron acerca de la incapacidad de la literatura de Dickens a la hora de generar un cambio social profundo. A pesar de todo, la historia continúa siendo efectiva ya que, como bien afirmó el estudioso de la Navidad Carlo Devito, “en esencia, A Christmas Carol transmite un mensaje de esperanza atemporal; trata sobre cómo cada uno de nosotros puede ser salvado, y sobre cómo podemos redimirnos anualmente con la ayuda de nuestros amigos, nuestra familia y nuestros allegados”.