Shakespeare and Co., la cumbre de las librerías cumplió 100 años

“¿Cómo una librería puede convertirse a la vez en sitio de peregrinación, trampa ‘atrapaturistas’ y emblema de una ciudad?”, se preguntó el diario británico The Guardian, recordando la historia de esa mítica institución parisina, “remanso de paz magníficamente abarrotado”, situada a dos pasos de la Catedral de Notre Dame, que este mes festeja sus cien años. “Simplemente no existe en el mundo ningún equivalente a Shakespeare and Company“, sentenció el periódico británico.

Para saber qué es Shakespeare and Company solo basta imaginar un cafarnaum de libros nuevos y antiguos en inglés, que parecen caídos de las páginas de Dickens. Centenares de volúmenes alineados en un orden aproximativo se apilan en el viejo parquet, sobre las mesas, en las escalerillas y en los estantes, según una lógica que desafía tanto las leyes de la bibliografía como de la gravedad.

En cuanto a su historia… ¿Cómo contar en unas pocas líneas, el primer siglo de vida de un sitio transformado en leyenda? Tal vez comenzando por su principal responsable, Sylvia Beach, una entusiasta admiradora de los genios literarios de su tiempo, que en los años 1920 decidió abrir una pequeña librería muy cerca de los jardines de Luxemburgo.

“Mis grandes amores fueron Adrienne Monnier, James Joyce y Shakespeare and Company”, escribió Beach en su biografía. Junto con Monnier, su compañera profesional y afectiva de toda la vida, la feminista norteamericana llegó a convertirse -gracias a su proyecto- en la amiga incondicional de dos generaciones de escritores estadounidenses, irlandeses y franceses, entre ellos André Gide, Paul Valéry, T.S. Eliot, Ezra Pound, Ernest Hemingway y, desde luego, Joyce.

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Beach y Hemingway, cuando París era una fiesta.

Beach y Hemingway, cuando París era una fiesta.

Shakespeare and Company, la primera librería que vendía y también prestaba libros en París, permitió a un público empobrecido por la guerra, cuyos escasos recursos lo privaban del lujo de comprar libros, acceder por primera vez a la literatura anglo-norteamericana. El pequeño local también distribuyó revistas avant-garde, primer medio de expresión para algunos de los poetas, novelistas y críticos más importantes de las primeras décadas del siglo XX.

La pasión por la literatura llevó a Beach a alentar a sus visitantes a hojear o leer durante horas, sin ninguna obligación de comprar. Uno de ellos fue Ernest Hemingway, que sería para siempre uno de sus más fieles amigos. “Nadie fue nunca más amable conmigo”, confesaría el autor de París era una fiesta.

James Joyce fue el primero en llegar en el verano de 1920. Poco después lo siguieron T.S. Eliot y Wyndham Lewis. Ernest Hemingway, Thornton Wilder y Robert McAlmon aparecieron al año siguiente, cuando la librería se mudó a un nuevo local en el 12 de la rue de l’Odéon. Para la mayoría, Shakespeare and Company fue durante aquellos años sitio de encuentro, sala de lectura, correo y casa de cambio.

Pero fue gracias a Joyce que la librería quedaría asociada a la historia de la literatura universal. Después que US Little Review, donde el autor había publicado Ulysses en capítulos, fue acusada de obscenidad y condenada a cerrar, y que Beach decidió publicar el libro en su integralidad. Ese gesto, si bien aportó a Shakespeare and Company fama mundial, también la llevó al borde de la ruina. “Por la voracidad de Joyce cuando se trataba de pedir avances sobre la recaudación. Pero también por el impacto económico de la depresión de los años 1930”, relata Sylvia Whitman, la actual propietaria.

La librería sobrevivió gracias a la movilización de amigos como Gide y Valéry, que lanzaron un programa de suscripciones y sesiones de lectura de figuras ya famosas como Eliot o Hemingway.

Pero después llegó la guerra y, con ella, el cierre definitivo del local de rue de l’Odéon. La leyenda, sin embargo, nunca murió.

Shakespeare and Company renació recién en 1951, en su ubicación actual, cuando George Whitman, otro enamorado de literatura, recibió de Beach la autorización de utilizar el nombre.

Es cierto, Eliot nunca leyó sus obras en medio del desorden del recinto actual. Tampoco pasaron por ahí Hemingway, Fitzgerald o Joyce. Pero, como la anterior, la nueva Shakespeare and Company también fue sitio de encuentro de figuras célebres: James Baldwin, Allen Ginsberg, Anaïs Nin, Bertolt Brecht, Henry Miller, Samuel Beckett, Lawrence Durrell, William Burroughs hicieron crujir con sus pasos el piso de madera de ese viejo navío.

Como Beach, George Whitman -fallecido en 2011- supo convertir su librería en sitio de encuentro y creación. El primer piso, laberinto de rincones y estrechos pasillos, invadido por los libros del suelo al plafond como la planta baja, es en realidad una biblioteca, con sus sillones ajados y un piano desafinado. Allí los habitués pasan el día leyendo, conversando y escuchando música. Algunos piden libros prestados, otros los roban (entre 10% y 15% de pérdida, según sus responsables). Hay quienes se quedan a dormir una noche o dos, una semana o meses, según el humor. La librería los llama “residentes”. A cambio, Shakespeare and Company les pide colaborar con algunas horas de trabajo, tener un proyecto literario, leer un libro por día y escribir su autobiografía en una página. Actualmente, la librería posee más de 25.000.

Hay quienes califican ese sistema centenario como una auténtica “anarquía”. Otros lo consideran apenas un “leve desorden”. Para todos, sin embargo, el caos de Shakespeare and Company es definitivamente seductor en un mundo donde la mayor parte de los libros son comprados según las recomendaciones de un algoritmo en un sitio virtual, ordenado, sin polvo, sin crujidos y sin ningún color.

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