¿Santo o verdugo? Pilatos, su esposa y sus manos

¿Quién era este prefecto romano al que responsabilizan de la muerte de un nazareno que predicaba la palabra de Dios en Palestina?

En realidad, poco se sabe a ciencia cierta de este procurador de Judea, algo así como un gobernador designado por el emperador Tiberio a instancias de Sejano, su superior, afincado en Siria.

Los únicos autores contemporáneos que hacen mención de Pilatos son Flavio Josefo, Tácito y Filón de Alejandría, aparte de lo que nos cuentan los evangelistas. Aun así, su figura es confusa y desaparece de la historia, dejándonos sólo una piedra donde figura su nombre -en realidad una parte de su nombre- junto al de Tiberio, por lo que se sabe que fue el quinto gobernador de esa parte del Imperio entre los años 26 y 36 de nuestra era. Esta piedra fue hallada en 1961 por un arqueólogo italiano y se conserva en Jerusalén.

Quien más se explaya sobre la vida de Poncio Pilatos fue Flavio Josefo en su libro Antigüedades Judías, y Filón de Alejandría. Ambos coinciden en que mantuvo una conflictiva relación con la comunidad israelita por su carácter inflexible y duro. En su gobierno primaron la corrupción, las brutalidades y una crueldad sin límites.

Al comienzo de su gestión, Pilatos chocó con las autoridades del Sanedrín, quienes fueron a protestar porque se decía que las tropas romanas adoraban figuras paganas a las puertas del Templo vulnerando la prohibición de la Torá de idolatrar imágenes.

Representantes del Sanedrín fueron a reclamar por lo que era para ellos una afrenta y que Poncio Pilatos consideraba un derecho del conquistador.

La disputa, como no podía ser de otra forma, se prolongó por varios días hasta que el practor, cansado de la terquedad de sus súbditos, amenazó con cortarles la cabeza. Bastó decirlo para que los miembros del Sanedrín se echaran al piso y expusieran su cuello. Preferían morir antes que hacer concesiones que comprometiesen sus creencias. De allí en más Poncio Pilatos entendió que la misión de gobernar a los israelitas no sería fácil.

También trató de pactar con los miembros del Sanedrín para usar los fondos del Tesoro del Templo con la finalidad de construir un acueducto.

Los sacerdotes en un principio se opusieron, pero después llegaron a un acuerdo: se podría disponer del dinero siempre y cuando no aumentasen los impuestos y que el agua debía llegar al templo.

Este pacto debía ser confidencial porque sabían los miembros del Sanedrín que no todos verían con buenos ojos esta transacción. Y efectivamente fue así. Cuando trascendió la noticia, que coincidió con una visita de Pilatos a Jerusalén, hubo expresiones de repudio que fueron reprimidas violentamente, con decenas de muertos y heridos entre los manifestantes.

Por último, Poncio Pilatos fue acusado de matar a varios samaritanos cuando estos buscaban un tesoro supuestamente escondido por Moisés. Un individuo al que no le temblaba el pulso para ordenar la muerte de tantas personas, ¿por qué titubea cuando juzga a este nazareno enviado por el Sanedrín, acusado de proclamarse Rey de los Judíos?

Poncio Pilatos duda de la culpabilidad de Jesús, y lo envía a Herodes Antipas (hijo de Herodes I el Grande), según la versión del Evangelio de Lucas que no se encuentra en los otros textos sagrados. Sólo fue una maniobra para quitarse la responsabilidad de condenar a Jesús.

Como Herodes no decide nada, vuelve a Pilatos quien, aun presionado por las autoridades judías, no lo encuentra culpable. Entonces recurre a un gesto demagógico: deja que el pueblo decida entre Jesús y un hombre acusado de haber participado de un motín. Marcos y Lucas dan a entender que era un asesino, Juan que era un bandolero y Mateo sólo dice que es un preso famoso.

Instigados por los miembros del Sanedrín, una multitud elige la libertad de Barrabás y, aun así, cuando no le queda a Pilatos otra opción, lo condena a Jesús con un gesto que hará historia y se convertirá en un símbolo: lavarse las manos.

Nunca antes Pilatos había recurrido a este gesto, y nunca había dudado ni aun actuando bajo presión con la posibilidad de otra revuelta que terminaría con un derramamiento de sangre. Poco se sabe con certeza de este gobernador de Judea cuando vuelve a Roma donde, según algunas versiones, se convirtió al cristianismo y fue martirizado por la nueva fe, que él mismo había ayudado a crear matando a Cristo en la cruz.

De villano a Santo, de corrupto a ser consagrado en los altares, de déspota a mártir, esta es la historia de un hombre atribulado por la duda y que se desligó de las consecuencias de sus decisiones en un gesto que, lamentablemente, se repetirá a lo largo de la historia.

Ultimos Artículos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

TE PUEDE INTERESAR

    SUSCRIBITE AL
    NEWSLETTER