Un joven abogado argentino, descendiente de una tradicional familia porteña, a pesar de su escasa experiencia como soldado (había combatido bajo las órdenes de Luís María Campos en la Revolución de 1874) se ofreció como voluntario para defender la causa del Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico. A fin de cumplir su cometido había renunciado a su puesto de Diputado de la Legislatura de Buenos Aires, que había llegado a dirigir.
Los rumores de la Gran Aldea decían que de esta forma quería poner distancia a un desengaño sentimental, al desconocer que la mujer que amaba era su media hermana, producto de una relación impropia de su padre, el también presidente Luís Sáenz Peña.
En el Banquete que le ofrecieron a su llegada, Roque Sáenz Peña les dijo a los presentes: “No he venido envuelto en la capa del aventurero, preguntando dónde hay un ejército para brindar espada… las causas de Perú y Bolivia, son causas de América, y la causa de América es la causa de mi patria y sus hijos”.
Si bien las autoridades peruanas le ofrecieron un puesto administrativo, Sáenz Peña prefirió estar en el frente de batalla, y a tal fin se dirigió a Iquique, donde se había concentrado lo mejor del ejército, a fin de ofrecer resistencia a la penetración del ejército chileno por el sur.
Allí conoció al que sería su superior, el coronel Francisco Bolognesi, que recibió muy amablemente a este argentino, que como tantos otros, en tiempos de la independencia del Perú habían ofrecido generosamente su sangre.
Desde Iquique le escribió a su padre: “Volveré a sus brazos, Tata, más hombre aún y sin otra que compensarle los malos ratos que le doy…”
Las tropas peruanas se dirigieron a Arica, atravesando uno de los desiertos más inhóspitos del mundo, hasta llegar a esta guarnición hostigada por los chilenos.
Miguel Cané, viajó a ver a su amigo Roque, y lo encontró de buen humor y deseoso de cumplir su compromiso de honor.
En junio de 1880, los chilenos, que triplicaban en poder a los peruanos, lanzaron una ofensiva contra la fortaleza. El coronel Bolognesi sabía que poco podrían resistir, y así se lo hizo saber a sus subordinados que juramentaron morir junto a su jefe.
La lucha fue despiadada y Bolognesi predicó con el ejemplo. Uno a uno los oficiales fueron cayendo, cumpliendo la promesa que le habían formulado a su jefe, hasta que, en el fragor de la lucha, Sáenz Peña quedó como único jefe entre las fuerzas peruanas que se batían ante el avance feroz de los chilenos. Estos no se molestaban en tomar prisioneros. Resulto ser que un oficial chileno reconoció a Sáenz Peña y ordenó que se disponga su detención. Herido, fue llevado al campamento chileno.
Allí se movilizó una amiga de la familia, Emilia Herrera de Toro, quién se enteró a través de Cané sobre la suerte de Roque. Este pudo volver a Buenos Aires después de aclarar algunas calumnias difundidas por la prensa chilena, que no le perdonaba esta intromisión en el conflicto con el Perú.
Vencida la resistencia de Arica, poco podía el Perú ante el avance arrollador del ejército y la armada chilena. La batalla de Miraflores fue la resistencia final de esta campaña, que le costó a Bolivia su salida al mar, y a Perú, gran parte de su litoral marítimo.
Esta acción lo marcó por toda la vida y en 1905, el gobierno del Perú le concedió al ya veterano político y futuro presidente, los entorchados de General de la Nación.
A Sáenz Peña se lo puede ver con el uniforme de ese glorioso ejército que el mismo San Martín había conformado.
En su tumba de Recoleta, abundan las placas recordatorias a este general argentino del ejército de Perú.