En su discurso de investidura de marzo de 1933, Franklin Delano Roosevelt aludió y propuso un cambio importante prometiendo una política exterior de “no agresión”, a la que él definió como de “buen vecino”.
Poco tiempo después, en una conferencia en Montevideo, el secretario de Estado Cordell Hull la ratificó, dándole ya carácter oficial: la “política del buen vecino” significaba que Estados Unidos ya no intervendría en el resto del continente.
La nueva orientación política de EEUU fue puesta a prueba en agosto del mismo año cuando estalló una guerra civil en Cuba, seguida de un intento del por entonces presidente Gerardo Machado y Morales de “liberar a la isla de la dominación económica norteamericana.” El presidente fue expulsado por un alzamiento popular y sustituido, aunque por poco tiempo, por Carlos Manuel de Céspedes. Siguieron unos cuantos meses de problemas, golpes y contragolpes, y durante todo ese tiempo la política de Estados Unidos fue, digamos, vacilante.
El embajador norteamericano en Cuba, Sumner Welles, primero apoyó el golpe contra Machado pero luego dio apoyo a los oficiales favorables a Machado que intentaron derrocar a uno de sus sucesores (lo que reafirma el término “vacilante” expuesto anteriormente). Los barcos de guerra norteamericanos atracaron en el puerto de La Habana pero no llevaron a cabo ninguna acción militar (bueno, quizá la intimidación, digamos…).
Tras el final de la crisis, Washington anuló la “enmienda Platt”, que databa de 1901, y que le daba el derecho a invadir la isla (sí, leyeron bien). Tres años después, EEUU renunció “oficialmente” no sólo a la intervención armada sino a la injerencia o intervención de cualquier tipo en Latinoamérica y el Caribe durante las dos décadas siguientes (en veinte años vemos, que lo decida el que esté…).
Treinta años atrás, Theodore Roosevelt, primo quinto de Franklin, había enviado barcos de guerra y tropas a Panamá a sofocar una insurrección de tropas colombianas (que por entonces tenían el control del istmo de Panamá), apelando a una “obligación moral y por lo tanto legal” (ups), lo que terminó derivando en la independencia de Panamá con el apoyo de EEUU (que de paso, como algo totalmente menor, claro, comenzó a manejarse por el canal de Panamá con total comodidad). Su primo lejano daría una notable vuelta de tuerca sobre ese tipo de operaciones.
La política del buen vecino dio por terminada la ocupación de los marines norteamericanos en Nicaragua y la ocupación de Haití, y trató de redefinir la forma en que los estadounidenses eran percibidos por los latinoamericanos, buscando al mismo tiempo mantener la unidad hemisférica. A fin de lograr esto, Roosevelt creó más tarde la Oficina de Coordinación de Asuntos Interamericanos (OCIAA) y nombró a Nelson Rockefeller a la cabeza de la misma. El OCIAA era esencialmente una herramienta de propaganda utilizada por los Estados Unidos para sus relaciones con Latinoamérica.
Junto con la política “del buen vecino”, Franklin D. Roosevelt estableció una serie de medidas en un corto plazo (se lo denominó “los Cien Días”) apenas asumió su presidencia. Dispuso “una semana de vacaciones para los bancos” para evitar el masivo retiro de fondos (por entonces una crisis económica severa afectaba al sistema bancario), abolió la prohibición sobre medidas alcohólicas, creó agencias de empleo público, contrató profesionales jóvenes para proyectos ambientales y pidió al Congreso no sólo más recursos sino “tanto poder como el que me darían si fuéramos atacados por un enemigo extranjero”. Pero más allá de esa temeraria solicitud, su primera medida de política exterior fue… “nosotros no nos metemos más…”
La era de la “política del buen vecino” terminó en 1945 con la Guerra Fría, en 1945, cuando Estados Unidos sintió que había una mayor necesidad de proteger el hemisferio occidental por la amenaza soviética. Esto dio lugar a una nueva etapa de participación de Estados Unidos en los asuntos de América latina.