Roosevelt y el origen del Teddy Bear

Un oso negro utilizado en una campaña para evitar los incendios forestales, se convirtió para los norteamericanos en sinónimo de bombero. Smokey, tal su nombre, había quedado huérfano a raíz de un incendio en Capital Gap, Lincoln National Forest (New México), donde lo encontraron trepado a una roca, espantado por el fuego. Su foto apareció en todos los periódicos y el servicio forestal, que estaba ideando una campaña publicitaria a fin de evitar esos siniestros, tomó al animal como protagonista.

Mildred, otra osa negra, se convirtió en símbolo del espíritu materno al criar como propios a otros oseznos que habían quedado huérfanos en el Grandfather Mountain Resort. Hay muchas otras historias con osos como protagonistas que podríamos rescatar, pero hay una en particular que se ha convertido en sinónimo de juguete: los Teddy Bear.

Todo comenzó con la fama de aventurero y gran cazador de Theodore Roosevelt, uno de los presidentes más jóvenes en asumir el puesto (tenía 42 años) y, quizás, el más pintoresco. Roosevelt había alcanzado celebridad al mando de sus jinetes durante la guerra Hispano Americana. Sus safaris al África eran noticia, no tanto por los trofeos cobrados, sino por su espíritu conservacionista, toda una excentricidad a principios del siglo XX.

Resultó ser que en noviembre de 1902, Roosevelt decidió dejar por unos días la rutina de la Casa Blanca, para dedicarse a cazar a orillas del Mississippi. Lo acompañaba un guía experimentado, Holt Collier, que a poco dio con el rastro de un oso y siguió sus pisadas hasta un pozo de agua, donde encontró al animal rodeado por la jauría que lo perseguía.

A pesar de la inferioridad numérica, el oso mató a uno de los perros. Fue entonces cuando el guía le pegó al animal varios golpes en la cabeza con la culata de su rifle, dejándolo inconsciente. Se supone que se trataba de un oso joven, ya que es poco probable que el guía hubiese logrado tal proeza con un ejemplar adulto.

Collier mandó a llamar al presidente que descansaba en el campamento, quien llegó justo a tiempo para ver al oso atado. Haciendo alarde de su espíritu de sportsman, Roosevelt dijo que jamás le dispararía a un animal atado y que tampoco lo haría ninguno de la comitiva. A continuación, ordenó la inmediata libertad de la bestia. Como podrán imaginar, la noticia trascendió y pocos días después la prensa del país y del mundo relataba la aventura del Presidente. Mientras tanto, en Brooklyn, New York, una señora llamada Rose Michtom estaba creando unos ositos de peluche con dos botones de camisa como ojos. Al conocer la hazaña del presidente Roosevelt, lo llamó para pedirle permiso para llamar a su juguete con su nombre. Con su aval, dio a luz a los Teddy Bears.

La Steiff Company de Alemania, sin saber nada de esta historia del presidente cazador, fabricó unos ositos semejantes que fueron adquiridos por un empresario americano y casualmente sirvieron de adorno durante la fiesta de casamiento de la hija de Roosevelt.

Desde entonces millones de niños duermen abrazados a este osito, que nació gracias al espíritu deportivo de un presidente.

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Extracto del libro Animalitos de Dios, de Omar López Mato.

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